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Azucena Mecalco
viceversa magazine

La hipotiposis en la era del emoticón (Parte I)

«Me dejas en visto» es una frase que se ha popularizado recientemente, y que viene a sustituir una gama interminable de ideas que van desde el: «me estás ignorando» hasta el «no me haces caso», aunque parece que se ha vuelto más fácil aludir a una condición virtual que tratar de expresar nuestro disgusto con frases que, al parecer, son ya anticuadas.

«Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje» señalaba Ludwig Wittgenstein, y hoy en día vemos que los mundos se reducen cada día más. El cine, la música y la literatura son testigos de esta reducción universal de la que todos nosotros somos participes y cómplices.

En las películas de los años 50, por ejemplo, podemos apreciar con toda claridad cómo se utilizaban complejas estructuras lingüísticas en los diálogos, e incluso los argumentos de cintas de terror recurrían mucho más al suspenso, pues las personas podían y querían ver tramas que se construyeran lentamente liberando despacio la intriga o el terror. Hoy en día éstas han sido suplantadas por extensas escenas de acción con escasos diálogos, o por sonidos estridentes que buscan generar el miedo. Donde antes se utilizaba todo un engranaje de pequeños detalles ahora se cubre con efectos digitales y de sonido que llegan a volverse predecibles y cansados.

Pero este fenómeno no solamente aplica al mundo de la cinematografía. Incluso las canciones se han vuelto simples, no utilizan más los recursos literarios como vía de conquista, pues las metáforas, hipérboles o cualquier otra figura retórica, no generan empatía con el público que busca lo directo e inmediato. Lejos quedó la época en que José Antonio Méndez componía letras como «eres mi bien la que me tiene extasiado 
por qué negar que estoy de ti enamorado, 
de tu dulce alma que es toda sentimiento». Y no es que sea fanática de los boleros, pero en la actualidad, «extasiar» no figura siquiera como parte del vocabulario cotidiano, menos aún dentro la música.

Desde luego todos los idiomas han evolucionado con el paso de los años, y el español que nosotros utilizamos no es ni por asomo el que se usaba en tiempos de Cervantes. Mas no por ello resulta menos angustiante que en la actualidad las lenguas, en general, se estén aproximando a un lenguaje universal: el lenguaje icónico y visual. Mas este tipo de lenguaje, que ha surgido a través del uso de las redes sociales, comienza a mermar el proceso que daba origen a la hipotiposis. Cada vez resulta mucho más complicado encontrar personas capaces de «presentar o evocar las experiencias visuales a través de procedimientos verbales». Vamos que en la actualidad ya no es necesario ser capaz de expresar prácticamente nada verbalmente, ¿para qué esforzarse en construir una idea visual con palabras si contamos con los emoticones?

Al parecer no somos conscientes de que el uso de imágenes, gifts, emoticones, y videos como medio de comunicación, imposibilitan cada día más nuestra capacidad de razonamiento convirtiéndonos en entes pasivos. ¿Cómo podríamos elaborar un discurso, cómo expresar nuestro malestar con nuestras instituciones o cómo confesar nuestros más oscuros sentimientos si somos incapaces siquiera de describir el lugar donde vivimos si no es a través de una fotografía?

¿A dónde van nuestras ideas?, mejor aún ¿contamos aún con ideas? ¿Para qué aprender un nuevo lenguaje si puedo simplemente enviar un corazón o una carita enojada? Decía Fernando Pesoa que «todas las cartas de amor son ridículas, no serían cartas de amor si no fueran ridículas», sin embargo, ¿cuántos de nosotros hemos escrito o recibido una carta, ya no de amor, simplemente una carta?

Desde luego, no pretendo decir que las redes son siniestras o que los emoticones deberían estar prohibidos en pos de lograr que el lenguaje perdure, o que nos acercamos al apocalipsis del lenguaje, simplemente considero importante reflexionar acerca del uso del lenguaje como parte primordial de nuestra capacidad de raciocinio, que se supone es la que nos diferencia del resto de los animales; y cómo el uso indiscriminado de las herramientas visuales, sumado a la flojera mental, que nos impide construir el más mínimo indicio de inteligencia verbal, nos conduce lentamente al momento en que nuestros mundos se reduzcan tanto que tendremos que llevar nuestra Tablet a cualquier sitio sólo para preguntar en dónde se encuentra el baño.

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