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Juan Pablo Gómez
ViceVersa Magazine

La Habana de moda, ¿y Caracas?

Los últimos dos años hemos sido testigos de un fenómeno tan curioso como repugnante: muchos cantantes de éxito han optado por filmar los videoclips de algunos de sus temas en La Habana. Alejandro Sánz, Álvaro Soler, Enrique Iglesias, Gente de Zona, Marc Anthony, Pitbull, J. Balvin por nombrar sólo algunos de los más conocidos. En 2016, Madonna decidió celebrar su cumpleaños 58 en la capital cubana, donde poco antes habían paseado por sus calles Robert de Niro, Kim Kardashian o Vin Diesel, que estuvo rodando la última entrega de “Fast and furious”. Y la marca Chanel escogió esta ciudad caribeña para el lanzamiento de su colección Crucero. En fin, que La Habana está moda.

Más allá de la manifiesta debilidad emocional e histórica de Estados Unidos y España por el paisaje psíquico de la isla azucarera, no deja de causar desconcierto que una ciudad tan empobrecida, decadente y precaria como La Habana sea un escenario “cool” para filmaciones esporádicas o paseos efímeros. Precisamente, lo más destacable de esta moda –como siempre- es su fugacidad. La Habana es un destino maravilloso, pero siempre que sea sólo por un ratico. Ofrece una imagen exótica de pobreza hermosa, de nobleza derruida, de arquitectura deteriorada, de paisaje pintorescamente miserable y, sobre todo, de cuerpos ardientes y deseantes. Es un lugar ideal para Instagram, pero no tanto para la vida. Se finge una atmósfera mágica donde impera lo sensorial por encima de lo material y donde las almas pueden dar rienda suelta a su naturaleza ingrávida. Todo calculado como si fuese una imagen de portada de revista de moda, retocada hasta el aburrimiento.

La imagen es lacerante porque lo que esconde una isla como Cuba es una historia de pobreza alarmante difícil de calcular por ser tan extendida. Políticamente es un país apartado (aunque no tanto), cuya revolución se afianzó como símbolo de una dignidad enigmática. Como si el paso de las décadas o el simple cansancio hubiesen hecho mella en el tema. Cuba siempre ha sido una contradicción para Occidente. La niña consentida de los españoles y, tal vez por eso mismo, la colonia más explotada históricamente. No se sabe si por su ambiente subyugante, la simpatía teórica de su gente o el carisma particular que siempre ostentó Fidel Castro, siempre ha representado un problema difícil de encuadrar para muchas naciones que han hecho la vista gorda con su limitación de las libertades fundamentales. Basta citar la extraña amistad entre Franco y Fidel, por ejemplo (dada tal vez por los orígenes gallegos de ambos), Cuba es un país miserable que, sin embargo, se ufana de ciertos logros innegables: una tábula rasa mínima donde el socialismo trata de ser auténtico. Además, desde su debilidad logra siempre ablandar corazones desorientados y no sólo desde otros países del llamado tercer mundo. La historia cubana es tan difícil de asimilar como lo es el atractivo fascinante que ejerce sobre artistas e intelectuales de todo el mundo.

El contraste más notable es sin duda su “socio” más entrañable: Venezuela. Un país que trató de emular ciertos ribetes de una revolución que terminó siendo un híbrido incoherente, una especie de sincretismo ideológico intolerable en el que sólo se afianza como único elemento constante la corrupción. Venezuela no es “cool” para nadie. Nadie quiere grabar un videoclip en Venezuela, Madonna no pasea por Sabana Grande y Chanel no lanzará su nueva colección desde el Teresa Carreño. Hay una intolerancia casi soporífera con Venezuela, tal vez merecida. En la actualidad es un país incongruente hasta en sus desgracias. Al menos Cuba se lanzó al barranco al completo y lo asumió con todas sus consecuencias, sin perder ese punto de exotismo atractivo para los cuerpos o las almas (según se quiera ver). En Venezuela, de seguir las cosas así, no se alojará jamás ningún Ernest Hemingway, por entregado que esté a la amargura. Pero puede que aparezcan dentro o fuera, los necesarios Lezama Lima, Piñera, Arenas y Cabrera Infante venezolanos que ordenen un poco ese caos, alejados de las modas. Tal vez Caracas no sea tan fotogénica como La Habana y no despierte ninguna senda hipster y mucho menos sea el fotograma ideal de ese impulso sensorial del cuerpo mulato bien formado bailando, pero ojalá vuelva a ser vivible.

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