Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

La guerra licuada

Alemania importa prácticamente todo el gas que consume y, puesto que la mitad proviene de Rusia, las facilidades que permitirá el gasoducto Nord Stream 2 a través del mar Báltico son esperadas en Berlín con anhelo. Sin embargo, esta creciente relación de conveniencia provoca el recelo de Polonia y los países bálticos, los cuales señalan la dependencia de Rusia como una seria amenaza a la seguridad energética de la Unión Europea. Ucrania, por su parte, apunta al gran perjuicio económico que le supondrá el nuevo gasoducto.

Combinando motivos geopolíticos y económicos, la voz opositora más potente viene de Estados Unidos, pues el incremento de sus exportaciones de gas natural licuado a la Unión Europea es una prioridad. A pesar de la caída de la demanda y los precios, el interés de potenciales clientes augura una perspectiva positiva a largo plazo para el GNL estadounidense, cuya ventaja radica en su transporte.

Al mismo tiempo, Estados Unidos amenaza con disminuir su presencia militar en Alemania y aumentarla en Europa Oriental. Con esta decisión unilateral se marcaría el terreno a los germanos y se acorralaría más a los rusos: compresión militar como presión económica e impresión política. No obstante, el papel de extraño punto de apoyo geopolítico seguirá vigente para Alemania; las belicosas aspiraciones globales y su resultado en forma de doble satélite han incubado esta irreemplazable potencia regional pacífica de hoy.

Alemania, si se amarra a la estela salomónica de su historia reciente, continuará calentándose con el gas ruso y podría ir templándose con la frescura del GNL estadounidense, aun cuando este último es más caro. El sueño de la seguridad independiente de la energía no es puramente realizable: para recorrer Mitteleuropa, Alemania apoya un brazo en el este y el otro en el oeste, pero, dado que la enorme carga de la historia se vuelve desconfianza circundante que hace tambalear, debe medir cuidadosamente cada suave paso que da; sin botas no hay necesariamente embotamiento.

En ese incómodo actor que quedó a mitad de camino entre fragmentación e imperio se sigue acomodando una vieja rivalidad entre gasoductos y metaneros. Si los restos del mundo bipolar se han disuelto en una modernidad líquida, la denominación de la competencia actual encaja con una de sus armas: la Guerra Fría continúa licuándose.

Hey you,
¿nos brindas un café?