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esteban ierardo

La Gran Tienda

El sol se debilita en el ocaso. John se concentra en la mejor redacción de sus algoritmos. Por una ventana entra una brisa y el aroma de un bosque de abedules. Casi no se infiltran los sonidos de la ciudad que respira más allá. Hace días interrumpió su conectividad. No envía ni recibe mensajes. La soledad es la mejor compañía para su invención. Nada tiene que distraerlo.

Su viejo sueño está cerca: un juego para la expansión de la conciencia por la unión de la inteligencia artificial y la experiencia poética. La escritura de algoritmos inspirados en el canto poético de todo lo que es a la vez. Jugar el juego de más conciencia de todo lo humano y lo universal. Ya no solo los algorítmicos para la estimulación de los deseos para comprar lo que se ofrece en la Gran Tienda Vigilada. No. Otro juego: la expansión de la conciencia para no percibir solo el punto y la línea sino también el volumen y el espacio de todo lo que es a la vez. Juego en el que lo invisible a la vez se visibiliza, un ahora extendido en el que se percibe simultáneamente todas las personas que nacen y mueren, los robots que se actualizan o dan de baja, los humanos que disfrutan de la opulencia y los que mendigan fuera y dentro de la gran smart city.

El verlo todo a la vez en un acto simultáneo: lo visible y lo escondido; lo correcto y lo prohibido, el lujo y la desmesura, la miseria y la tristeza. ¿Pero cómo vender esto dentro de la Gran Tienda Vigilada? Para salir de esta duda, John puede pedirle consejo a uno de los principales directivos de la Gran Tienda, a Dulles, su gran amigo de la infancia; esas amistades que vienen de la niñez son cristales que nunca se quiebran.

John restablece su conectividad. Se comunica entonces con Dulles en video conferencia. Lo pone al día de lo que pasó en el tiempo que no interactuaron. Finalmente, le explica con detalles su nuevo juego. Su último juego antes de retirarse de su brillante carrera como ingeniero. Le habla de su invención, de otro tipo de entretenimiento: el ver a la vez el anverso y el reverso, el nacer y el morir, las ciudades cerradas y las aguas abiertas que fluyen dentro del planeta que a su vez fluye dentro del sistema solar que a su vez fluye dentro de nuestra galaxia que a la vez fluye en otras galaxias dentro del universo sin un límite. Pensable. Ese mayor ver es jugar a percibir una realidad total. Esa realidad en la que la Gran Tienda Vigilada no ha llegado a abrir ninguna sucursal todavía.

-Esta será una revolución en los juegos, un juego filosófico, poético, un salto en el poder de la percepción y la conciencia, ¿entiendes Dulles?-. John se deja llevar por la excitación.

Dulles escucha con detenimiento los pormenores del nuevo juego de John.

-¡Excelente! Tú sigue trabajando, no se puede detener el progreso de la conciencia, ¿no es cierto? Sobre cómo difundir tu juego no te preocupes. Mañana te enviaré unos amigos que valoran tu adelanto y te ayudarán a pensar una campaña de venta desde la Gran Tienda- le promete Dulles.

La conversación con John termina. Dulles traspasa la pared de luz hologramática de su oficina. Entra en la sala de monitoreo de la Gran Tienda. Los jefes de programación dan órdenes para la producción de las nuevas imágenes, noticias espectaculares y entretenimiento a raudales. El último filósofo de moda de los programadores insiste en el credo cotidiano: es bueno que todo se muestre y venda en la Gran Tienda, en un escaparate digital infinito. La Gran Tienda tiene que ser más agresiva: encontrar nuevas bahías y mercados, mientras en el aire, en el suelo… una espuma…

Dulles habla con sus amigos. La Gran Tienda debe abrir más sucursales, y le preocupa que las manos de John estén demasiado limpias, tan poco espumosas.

Y Dulles sale a la calle.

En la ciudad los habitantes se desplazan en autos inteligentes mientras sus ocupantes ven nuevos estrenos en un parabrisas-cine. Carteles digitales con formas de cebras y jirafas flotan entre las nubes. Edificios pantallas exhalan imágenes que excitan con el anuncio de las últimas series. Unos pocos murciélagos esperan la noche desde los campanarios de las pocas catedrales góticas que sobreviven. Que sobreviven por la fascinación de lo muerto

John sueña en una noche en la que estalla un escaparate sin fin. Al despertar, camina en el boque de los abedules. Una azul claridad se mece entre las ramas. Respira maderas y hojas. Imagina una cuerda en la que se estiran en el mismo instante los nudos del pasado, el presente y futuro. Piensa en ver a la vez todo lo que no se muestra en los escaparates de la Gran Tienda. Y recuerda su nuevo juego: los ojos y oídos que se extienden a todas partes; en un solo acto perceptivo los jugadores podrán escuchar las gotas de un tempano que se derrite en primavera, junto a los lobos que cantan llamados secretos y, a la vez, ver los autos autónomos iluminados en la noche, y los edificios de la ciudad que brillan como cuarzo.

El juego de la conciencia simultánea, el mundo cibernético extendido a todas partes.

John llega al final del bosque. Ve entonces la ciudad de espirales, cristales y formas geodésicas. Recuerda de nuevo el juego. Por un momento, duda.

Vuelve a su casa de forma triangular y cristales ámbar. El entusiasmo brilla en sus ojos. Falta poco para la primera prueba de su juego.

Y los amigos de Dulles, los que lo ayudarán en la difusión, llegan en la tarde.

Entran sin demora. Suben una escalera. John está de espaldas, concentrado en su nuevo juego.

Sonríe. Pero, rápido, su sonrisa se convierte en un quejido. Su cabeza se inclina hacia atrás. Las balas no conocen la compasión y la sangre que brota imita un río escarlata.

Y los chacales se van, con espuma en sus manos. John todavía parpadea. Turbiamente, recuerda un juego, un juego soñado.

Pero solo en unos segundos, el sueño terminará. Y la Gran Tienda abrirá alguna otra sucursal.


(*) Texto final de último libro publicado de mi autoría La sociedad de la excitación, Ediciones Continente, Buenos Aires. 2019.

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