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La franquicia roja de Venezuela en Europa (Parte I)

La franquicia roja y su modelo de negocio han logrado conseguir unos pocos franquiciados en países europeos. Como cualquier franquicia comparte filosofía, objetivos, criterios, propósito y un modelo de negocio básico. Para algunos es la expresión más acabada del “populismo”. Desde nuestra perspectiva, el uso del término para referirse a este fenómeno resulta inapropiado y ello explica por qué coincidimos  con Enrique Krauze, cuando afirma que el populismo es indefendible en términos ideológicos. Con él  se designan tantas y tan contradictorias corrientes y expresiones que es lógico dudar de su utilidad para definir y explicar una realidad. Se ha convertido en una especie de “trastero” de dimensiones ilimitadas, en el que es posible incluir todo el espectro político: desde el extremismo de Le Pen en Francia y Podemos en España,  hasta el Tea Party Estado Unidense.

Quienes han pretendido acotar la definición del populismo han elaborado tipologías que culminan en interminables listados de eventos y rasgos inconexos. Otros, como Peter Wiles, hacen listados que contienen varias decenas de características con las que pretenden definirlo y que difícilmente no posea cualquier movimiento político. Otros concentran su atención en los rasgos del populismo rural y agrario. La diversidad de elementos con los que se pretende definir el populismo son de tal magnitud que es poco lo que dejan fuera.

Otros analistas asocian el término a las demandas populares de los más diversos grupos sociales, del pueblo, que el “movimiento populista” debería articular e interconectar. Esta visión parte de la noción de “pueblo” (vaciada de contenido como afirma Umberto Eco)  a la que se opone el poder, lo que le permite construir un esquema bipolar: pueblo vs. Poder. En el pueblo se encuentra la gente simple, el ciudadano de a pie en quien reside la virtud y que se enfrenta a la “oligarquía” o “casta”, como la denominan los representantes de la franquicia en España.  Los trabajos de Umberto Eco y Sophie Heine desnudan las tremendas debilidades de esta perspectiva de análisis.

Los defensores del término reservan al populismo la responsabilidad de articular y transversalizar las demandas de los más diversos y heterogéneos grupos sociales. En ese proceso de interconexión, las palabras, las imágenes y la comunicación desempeñan un rol medular. Corresponde al discurso la apropiación de tales demandas en nombre del noble fin de la justicia social que dicen perseguir.

En lugar de populismo, término que al decir tanto dice tan poco, preferimos identificar los principios fundamentales y los  argumentos medulares que comparten la franquicia roja y sus franquiciados.  Como el camaleón, se disfrazan y se cuidan mucho de utilizar las expresiones más adecuadas. No pueden ocultar la defensa tibia del socialismo real al que le atribuyen carencias y del que  resaltan “innegables procesos modernizadores e industrializadores como los de China y la ex URSS, (exitosos? o modelos de ineficiencia?)  o la educación cubana,  como si pudiera existir educación de calidad en contextos de pensamiento único.

Defienden ese modelo al que definen como el “contrapeso” al intervencionismo y “colonialismo” de los Estados Unidos. Omiten convenientemente las intervenciones armadas, directas e indirectas, que llevaron a cabo en países de África y Latinoamérica. Para ellos estas intervenciones están justificadas y no tienen carácter colonial, están animadas por buenos deseos y sentimientos. Quienes así piensan se olvidan de que los países socialistas de inspiración marxista son aquellos que han negado los derechos humanos fundamentales de propiedad y libertad de expresión, que desconocen los derechos de los trabajadores y que causaron la muerte más de un centenar de millón de personas. Como se ve, el contrapeso del que hablan es el de los sarcófagos.

Es el inicio del guión de la película “western spaguetti” que nos invitan a ver. Ya el enemigo ha sido identificado: Estados Unidos o los Yanquis, para abreviar. Los amigos, todos quienes tengan como enemigo a los Estados Unidos o que le hagan contrapeso. El siguiente enemigo, dada su proximidad con Europa, es Ángela Merkel. Estos enemigos cuentan con aliados en cada país, la oligarquía o su sinónimo en España, la casta. Se cuidan mucho de no utilizar el término “clase dominante” por el tufillo a marxismo que exuda. Luego se presenta a las víctimas, cuanto mayor variedad y cantidad mejor. (desahucios, pobres, etc).Y con la victimización llega la culpa.

Los “culpables”  o “chivos expiatorios” son los señalados (la lista, como veremos, crece y es flexible para poder adecuarse a distintas circunstancias) quienes someten a los países y a los pueblos con medidas draconianas que impiden su desarrollo. Los problemas no se explican por la baja productividad, la inexistencia de un tejido empresarial ancho y competitivo o políticas públicas inadecuadas que hacen que Grecia, Italia y España exhiban niveles de economía informal que supera con creces el promedio de la Unión Europea. Aceptar esto supone negar a los “culpables mencionados”.

Solo les falta afirmar que los países realmente no requerían apoyo alguno y fue Ángela Merkel a convencerlos de lo contrario dando inicio a una espiral de problemas. La culpan de proponer un acuerdo impresentable (en el que participan todos los miembros de la U.E.) y de pretender tumbar al gobierno griego. Quienes critican al gobierno alemán olvidan, convenientemente, que allí se produjo un gran acuerdo, signo de una gran madurez política, que permitió salir al país de un honda crisis. También desconocen el esfuerzo realizado por el gobierno alemán para integrar a los mas de 15 millones de ciudadanos de Alemania Oriental, cuyos niveles de productividad se encontraban a leguas y muy por debajo de su contraparte Occidental.

El siguiente “culpable” es el sector financiero,  excelso representante del egoísmo que encarna la propiedad privada, la empresa y el sistema de mercado. Como parten del principio de que el fin justifica los medios y que es tan importante la estrategia como la táctica, en la que todo vale, disfrazan la animadversión por la empresa como una pelea en contra de los grandes monopolios y consorcios de carácter global. No hacen lo mismo cuando se trata de los monopolios del sector público y mucho menos si pertenecen a los regímenes socialistas: el monopolio estatal de la prensa y televisión cubanas o Telesur, en el que el régimen venezolano es el principal accionista.

Después de criticar a la empresa y a la propiedad se colocan de bulto a sus víctimas, los pobres, los que padecen las consecuencias de la corrupción  de unos pocos que intentan generalizar  y convertir en responsabilidad de todos los miembros de los partidos políticos involucrados. De este modo se socava y propicia la destrucción de estos últimos, instrumentos consustanciales de la democracia, y se allana el camino de la destrucción del régimen de libertades. Ésta se acompaña de la otra crisis, la del sistema de mercado, siempre pronto a su extinción de acuerdo a la literatura marxista. Debacle, crisis, desigualdad y pobreza, a pesar de que el reconocimiento de la propiedad privada en China o las reformas en Latinoamérica han hecho posibles que centenares de millones de ciudadanos hayan podido salir de la pobreza, a pesar de que el socialismo murió de mengua por méritos propios.

La animadversión que sienten por la empresa y la propiedad privada se sintetiza en su crítica al neoliberalismo, al que prefieren adjetivar con el calificativo de salvaje, por aquello de la jungla. Como señala Bernard Henry-Levy, le atribuyen al liberalismo propiedades de las que carece y sostiene que el verdadero liberalismo nunca defendió la ley de la jungla o el mercado desregulado. Todo lo contrario, puesto que el liberalismo exige reglas, pactos, obligaciones que enmarcan la relación de las fuerzas económicas.

El más conspicuo representante de ese neoliberalismo es el capital financiero, al que señalan junto a las políticas de austeridad como chivos expiatorios de la crisis. Se olvidan pronto y de un modo muy interesado del papel del Estado y de su corresponsabilidad en esa crisis. La ocultación del papel que desempeñó el Estado le permite presentarlo como el ente salvador que va a poner orden en la jungla. Recurrimos nuevamente a Henry-Levy, quien afirma que en este terreno tampoco triunfó “el neoliberalismo”, como quieren hacer ver. Desde 2008, año de la crisis, el sistema financiero está menos loco. Hay nuevas regulaciones y normas que impiden afirmar que las finanzas se encuentran en la jungla.

El enemigo es la empresa. Luego de la identificación viene la persecución y por último la eliminación: estatización (gobiernización) o expropiación. El ataque al neoliberalismo y la empresa privada tiene como propósito reivindicar y exigir una mayor presencia del Estado. Es lo que explica que se  decanten por la propiedad pública a la que exaltan y el clamor por una mayor intervención del Estado al que consideran un árbitro a favor del “pueblo”, de quienes menos tienen y único garante del bien común (se desconoce la manera en que se define el bien común).

Al Estado corresponde limitar la voracidad y el egoísmo de la empresa privada y remediar los fallos del mercado. Ni una sola mención a los fallos del Estado que abundan y cuando lo hacen tienen un fin,  atacar a la oligarquía política, no al Estado. Inversiones públicas mal diseñadas y peor implantadas, ineficiencia e improductividad, políticas públicas inapropiadas y empresas públicas que generan pérdidas. Aeropuertos en los que no ha aterrizado nunca un aeroplano, autopistas de tres canales que culminan  de un modo sorpresivo en una carretera estrecha (no estoy pensando en la griega como algunos han sugerido), contratos a profesores que no han presentado un informe, decisiones políticas que convocan a la migración de las inversiones y la informalidad y que fomentan la improductividad, arrasan con el empleo, la innovación y el emprendimiento.

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