Una de las fallas de esta equivocación bolivariana, en Venezuela, sólo eficiente en su política de tierra arrasada y destrucción, ha sido su carencia de intelectuales y pensadores. No los hubo, no los hay, no los habrá. Este sancocho telúrico cruzado con el libro rojo de Mao o con el desleído Capital de Marx, presentado con la empobrecida etiqueta socialista, ha sido tan carente de pensadores locales que la vieja izquierda venezolana tuvo que sufrir en carne propia los arrestos del chavismo para darse cuenta de la oxidación de sus dogmas. Escarmentaron en carne propia la maldición de una revolución que tanto invocaron. Tal inexiste la reflexión que cuando la Conferencia Episcopal Venezolana le preguntó al predecesor de Maduro sobre el socialismo del siglo XXI, aquel la mandó a leer a Marx, Engels y Lenin. La remitió a terceros porque carecía de respuestas. Los medios de comunicación de la incalificable unidad partido-estado-gobierno son sencillamente unos repetidores de frases huecas y sin contenido. ¿O es que la red cultural oficial es un Think Tank? No puede haber intelectuales ni pensadores en un proyecto que exige sumisión, pensamiento único y hegemonía. El socialismo es una franquicia parasitaria de quienes temen a la libertad y son incapaces de ser independientes.
El único empeño de estas revoluciones diseñadas desde Cuba es la deconstrucción del lenguaje para empobrecerlo, aniquilarlo, despojarlo de significado, minimizarlo y trazar una neolengua al servicio del no pensamiento. Porque pensar es un ejercicio de afirmación, transformación. Y hablar y escribir como consecuencia de ese proceso de pensamiento es un acto fundacional. Las revoluciones rechazan las proposiciones y consagran las subordinaciones.
Derrotar al socialismo en las urnas el próximo 6 de diciembre es un evento de afirmación, transformación y rescate del lenguaje creativo. Hay que promover un proyecto liberal de sociedad que tenga como centro de su preocupación al individuo para su desarrollo pleno en la sociedad productiva. Ese sujeto libre debe ser propietario de su destino y sus bienes. En la oposición venezolana abunda la emoción estatista que no plantea un modelo económico transformador del entorno. Sepan nuestros políticos que en Venezuela hay pobreza porque no ha habido capitalismo ni auténticos capitalistas. Nuestros intelectuales, que han pasado por la experiencia desoladora de estos años de negación, deben invocar su ánimo creativo para repensar la sociedad del porvenir con el idioma de la superación, no en términos del rocambolesco hombre nuevo, sino del sujeto libre, democrático, propietario, competente y competitivo.