La Física en bicicleta abre prodigiosos horizontes. Lo constató e hizo público nada menos que Albert Einsten, cuando le preguntaron acerca de cómo concibió la teoría de la relatividad; es decir, de qué forma estableció la ecuación E=mc2, entonces sin titubear, dijo: “Se me ocurrió mientras daba una vuelta en bicicleta”. Más aún, en una carta que dirigió en 1930 a su hijo Eduard no solo reafirmó esa su frase, sino que la amplió a otros derroteros, al escribir: “Life is like riding a bicycle. To keep your balance you must keep moving” (“La vida es como andar en bicicleta. Para mantener el equilibrio es preciso estar en constante movimiento”).
Los jóvenes con los que Einsten estudiaba en la universidad y, sobre todo, sus profesores, lo tenían como “un holgazán”. Es que él, sumergido en sus reflexiones, iba a pie aparentemente sin ton ni son; es decir, según Ben Irving, “vagabundeaba”. Luego, cuando empezó a andar en bicicleta, “no para vagar mejor” como rumoreaban sus críticos, sino, con toda seguridad, para profundizar sus meditaciones y encontrar lo que muy en reserva pero con pasión buscaba: “probablemente- como apuntan los divulgadores científicos Ferrero & Admin- un atisbo de luz a la idea que desde hacía tiempo le daba vueltas en la cabeza: la teoría de la relatividad de Galileo era falsa. Quizá pensó, mientras pedaleaba: “Sí, seguiré en movimiento hasta descubrir algo”.
Sin duda, aquellos momentos de “vagabundeo” fueron en los que se gestó la teoría de la relatividad; la misma que en versión de los citados Ferrero & Admin: “Es una teoría que se basa en el movimiento, no sólo de un objeto, sino con respecto al movimiento de otro objeto. Vale decir, uno tiene que moverse para poder comprenderla o al menos sentirla (…) ¿Y sí no es necesario sentirla? Si no pudiera percibir que se está en movimiento, ¿cómo sabría que lo estoy? ¿Y si no sólo se mueven con respecto al espacio sino también con respecto al tiempo”
Einsten, con su teoría de la relatividad, refutó, como sostienen Ferrero & Admin: “trescientos años de física newtoniana. Cambió la idea de la ociosidad estática de un tiempo absoluto a través de una teoría que se basa en un tiempo dinámico, un tiempo vagabundo. Si la física clásica inició con la ociosa observación de la caída de una manzana, la física moderna inició con la dinámica meditación en bicicleta”.
En esencia, andar en bicicleta, pensar montado en ella, fue uno de los métodos científicos más eficaces y valiosos que Einstein puso en vigencia. Al respecto, no por gusto el que inventó ese vehículo en 1817 – aunque aún sin pedales e impulsado apoyándose en los pies y lo llamó “Laufmaschine” (máquina andante) y después otros la nombraron “Draisine” – fue el barón alemán Karl Christian Ludig Drais von Sauerbrom , quien estudió física en la Universidad de Heidelberg y fue no solo un prolífico inventor, sino también profesor de mecánica para los aspirantes a ingenieros.
Para Einstein, la bicicleta era una vehículo imprescindible para concentrase en pensar, imaginar, soñar, y crear. Todo ello, sin dejar de andar; es decir, de manera viva. Por eso muy pocas veces dejó de utilizarla, tal como han documentado abundantemente por escrito muchos de sus biógrafos. No obstante, en cuanto al registro en imagen de la relación Einstein- bicicleta, ha quedado una sola pero muy divulgada fotografía –captada en 1933, cuando tenía 54 años y forzado acababa de emigrar a los Estados Unidos, luego de que Hitler tomó el poder – en la que se le ve pedaleando muy contento en una casa ubicada en Santa Bárbara, California.
Esa casa era de Ben Meyer -uno de los fundadores del Instituto de California- lugar en que, lo mismo que el autor de la teoría de la relatividad, a invitación de su dueño, también pedalearon entusiastas, entre otros famosos físicos, Niels Bohr y Schrondinberg.
Niels Bohr hizo aportes sustanciales a la comprensión de la estructura del átomo y a la mecánica cuántica. Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger aportó significativamente en lo relacionado a mecánica cuántica, en el tema la termodinámica y propuso el experimento del gato al cual puso su apellido, es decir, “El gato de Schrödinger”, en el que presentó múltiples paradojas e inquisiciones sobre la física cuántica.
Físicos unidos no solo por el amor y la ciencia, sino por la bicicleta
El matrimonio de los célebres científicos formado por el físico Pierre Curie y la física-química Marie Curie -tal como señala la historia, con su dedicación a la investigación- no solo ha hecho extraordinarias y puntuales contribuciones a la humanidad, sino trazado numerosas rutas para su avance.
Marie y Pierre, además de su apego a la ciencia, tuvieron un aprecio muy singular hacia el ciclismo. Ello se demuestra así: en julio de 1895 se casaron en Sceaux y su luna de miel la realizaron viajando por diversos lugares de Francia en dos bicicletas, compradas con el dinero recibido como regalo de bodas.
Como Einsten, nunca se apartaron de sus estudios ni de la bicicleta. Pierre murió en 1906 y Marie en 1934, están enterrados en tumbas contiguas en el Panteón de Paris, algunos creen que cada uno yace con su bicicleta.
Ingeniería y bicicleta
En estos días, en casi todo el planeta, se están destacando las virtudes nutricionales de los productos agrícolas peruanos: la quinua y el tarwi. Ocurre que, aunque muchos lo ignoren, parte de esa valoración se debe a las investigaciones y experimentos realizados, en los años cincuentas y sesentas en las alturas de Huaraz, por el ingeniero agrónomo Feliciano Henostroza Córdova quien, según publicó extensamente la revista Atusparia (“órgano de los agricultores y ganaderos del Callejón de Huaylas”. Diciembre 1979), en una conferencia que ofreció ante peritos agrícolas en la ciudad de Huanuco el año 1978, “por lo provechosa” recomendó el uso intensivo de la bicicleta.
En versión de esa publicación, Henostroza Córdova, al fundamentar su recomendación, contó que una vez graduado de ingeniero agrónomo fue a trabajar a una oficina del Ministerio de Agricultura de Huaraz, capital del Departamento de Ancash. En “ella todos los recursos escaseaban olímpicamente.” Para llegar hasta los agricultores y prestarles asistencia técnica, es decir, cumplir con sus funciones, no había ningún medio de transporte. Ante ese estado de cosas, dijo a los allí reunidos, inmediatamente recordó que no hacía mucho tiempo, en Lima, iba y volvía a la universidad en su vieja bicicleta -pero que luego la obsequió a uno de sus sobrinos- entonces con su primer sueldo adquirió una de marca “Hércules” que, con brillo seductor para él, se exhibía en un comercio de esa ciudad. Con ese vehículo empezó a recorrer los campos huaracinos y, poco a poco, a descubrir, por ejemplo, cómo familias enteras pese a que no comían carne, sino quinua tarwi, no estaban mal nutridas. A partir de ese hallazgo, se dedicó a difundir las bondades de esos productos y, por su puesto, los de la bicicleta.
El madrileño Javier Rui-Wamba, ingeniero de caminos, canales y puertos, especializado en estructuras, en relación a la bicicleta dice: “La bicicleta no se calcula, se siente. Hay que reiterarlo. Aviso contra la “calculitis”, esa enfermedad profesional tan peligrosa y tan extendida que podría ser, entre los ingenieros, el equivalente a la silicosis entre los mineros. Porque cuanto más se calcula menos se piensa. Y si no se piensa, no se siente. Aunque el sentir sea diferente del pensar”.
La literatura y la bicicleta
En todo nuestro planeta, espléndida ha sido y es la relación de los escritores, dramaturgos y poetas con la bicicleta. Por ejemplo, para Julio Cortázar. “(…) el cuento es un relato en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podamos calificar casi de fatal broma. Un cuento es como andar en bicicleta”.
A Cortázar, la bicicleta le llenaba de complacencia. Por eso, en “Historias de Famas y Cronopios”, hace la siguiente denuncia:
“Para una bicicleta, entre dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder, pero no es humillante, primero porque solo constituye una posibilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas o de esmalte, tablas de la ley inexorables que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡Cuidado!, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas, que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto veinticuatro horas, con despedidos con tarjeta”.
Ernest Hemingway, en la revista “Collier’s”, dando testimonio de su gran afición por el ciclismo, escribió: «pedaleando se aprecian mejor los contornos del país, porque uno primero sube las cuestas bañado en sudor y luego las desciende dejándose deslizar por ellas». No sólo eso, el autor de la novela “Manhattan transfer”, John Dos Passos en sus memorias, extrañado dice que tal era su gusto por la bicicleta que Hemingway se empeñó en convertir a sus amigos en “avezados pedaleantes”.
Herbert George Wells, autor de “La Guerra de los Mundos”, “El hombre invisible” y muchos más libros, famoso por lo que escribió en relación a la ciencia y que en su homenaje, el ingeniero aeroespacial Wernher von Braun llamó “H:G: Wells” a un “astroblema lunar” ubicada en el lado oculto de La Luna, no en vano afirmó: “Cada vez que veo a un adulto sobre una bicicleta, no pierdo la esperanza para el futuro de la humanidad”.
Horacio Quiroga, autor de “Cuentos de amor de locura y de muerte”, gran aficionado al ciclismo, escribió: “El gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse, llevarse uno mismo, devorar distancias, asombrar al cronógrafo, y exclamar al fin de la carrera: mis fuerzas me han traído».
En suma, la relación bicicleta y literatura está y estará siempre llena de imaginación, de sueños, ingenio y de magia creadora; es decir, llena de luz. De ahí que el recordado poeta peruano Antonio Cisneros –impenitente ciclista- ubicó a ese vehículo precisamente en lo más alto su mirada, con estos versos:
“La nieve
La bicicleta era de un verde esmeralda deslumbrante
y un aro veintiséis
y sin embargo allá estaba en lo más alto de la colina nevada”.
La bicicleta y otros entendimientos.
Con la publicidad
Los fabricantes de bicicletas, en mayor número franceses, para masificar el uso de lo que producían, en las dos primeras décadas del siglo pasado recurrieron a los servicios del checo Alphonse Mucha –pintor, afichista o cartelista, llamado también “artista decorativo”- considerado por la crítica de aquel tiempo “como uno de los máximos exponentes del Art Nouveau”.
Aquellos fabricantes, al contar con Mucha, acertaron porque, en los afiches o carteles que hizo, las bicicletas lucían tan esplendorosas que “fueron elevadas a categoría de producto de lujo”.
Además, Mucha, por “la maestría con la que aplicaba su arte a objetos, también tiene la bien ganada reputación de ser el “pionero del Merchandising y de la publicidad moderna”.
Los carteles o afiches de Mucha, no solo para el uso de las bicicletas, hasta ahora siguen teniendo encanto, además de muchos imitadores.
En suma, no está demás decir que la relación bicicleta con la ciencia, la agricultura, la literatura y la publicidad, es decir, con la vida misma ha sido y es cordialmente creativa, pero muchos no reparan en ello..