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La felicidad como filosofía de vida

Entre los valores, hay uno al que no damos importancia. ¡La felicidad!

Quienes ahora somos abuelos nos quejamos porque no recibimos en el pasado muestras de afecto y motivación: lo cotidiano era el castigo y severo por cierto.

Nos etiquetaban resaltando el defecto, la incapacidad. Existía la creencia que, al avergonzarnos, estimularían el coraje y en consecuencia la fuerza interior para superarlo.

En un negocio tenían las calificaciones de un joven pegadas en la puerta. Pregunté a la madre cuál era la razón y me contestó “para que le dé vergüenza”. El joven, castigado por unos padres tan exigentes, se sentía falto de motivación y terminó suicidándose.

Cuando apareció la psicología en los medios de comunicación, en los años sesenta, el modelo cambió. Los psicólogos hablaron de la necesidad de la motivación. Por cierto, las mujeres ya traemos grabado en nuestro inconsciente: pobrecita lo que va a sufrir. Incluso hablando del matrimonio se decía: “una cruz que había que cargar”. Será quizás, por esa sensación de carga que pronto se termina el amor.

Hablar de felicidad, darse un beso, abrazarse, no era algo bien visto. Por el contrario, las muestras de afecto se reservaban para la intimidad y todavía en muchas familias se intimidan cuando los adolescentes se muestran afectuosos y besucones.

La felicidad, el amor como expresión no son filosofía de vida. En el mundo consumista y desechable en el que estamos inmersos, la mayoría cree que la felicidad es acumular bienes: un auto, una casa y dinero para comprar lo que nos apetece. Me pregunto si será que, buscando la felicidad en los objetos, quedan atrapados en el narcotráfico.

Sería bueno que dejáramos de hablar de los políticos que se sienten dueños del país, de esos enfermos de poder que presumen de demócratas y se vuelven dictadores, de los que reniegan del clima, del tráfico, de su país, de la delincuencia.

¿Qué tal si cambiáramos la conversación y habláramos del amor, de la felicidad, de lo bonito que se siente al recibir un abrazo, una motivación, un “gracias por tu ayuda”? Que un familiar, un amigo te diga: “¿te puedo ayudar en algo?

Sin embargo, la economía, la política, los fracasos, las frustraciones, son el tema recurrente de las conversaciones. “Estamos contagiados por la ira” dice Sevetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura en 2015. Las nuevas generaciones tienen poca tolerancia a la frustración. Se les olvida lo que sufrieron otras generaciones: la guerra, el Holocausto, la guerra cristera, la revolución y la independencia. Entonces si había pobreza y hambre.

Hoy en día estamos enojados, a la defensiva, atrapados en la cultura de lo desechable, consumista y hedonista. Siempre más personas buscan placer en estimulantes, en todo tipo de sustancias legales e ilegales. Pocos saben que la felicidad está en su interior, en la capacidad de aceptarse.

Pregunté a unos adolescentes: “¿qué es el amor? Un jóven quien fue abandonado por su madre me respondió: “una forma de apreciar las cosas, de tal forma que nadie lo hace como tú”. Un adulto estresado, me dijo: “no tengo tiempo para contestarte”.

La felicidad está en lo simple, lo cotidiano, lo que recibimos como herencia del reino animal al que pertenecemos: comer, dormir y reproducirnos. Lo que nos diferencia de los animales es que con todo eso podemos sentir placer.

Disfrutar el alimento, saborear sin prisa, conversar frente a frente, escuchar a los niños, bailar solos o acompañados, escuchar una melodía y dejar volar la imaginación. No podemos alejarnos de la tecnología, es parte de la vida cotidiana, pero, no deberíamos permitir que nos atrape y nos robe el tiempo para soñar. El planeta sufre por nuestra irresponsabilidad. ¿Qué tal si ponemos nuestro granito de arena y cooperamos para lograr revertir el desastre que nos espera y agradecemos lo que la naturaleza nos ofrece?

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