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Francisco Martínez Pocaterra

La fealdad de la verdad

La frustración y el hartazgo de la ciudadanía en Venezuela reverbera como la lava ardiente del volcán Cumbre Vieja. Al igual que ocurrió a fines del siglo pasado, década de los ’90, el descrédito por los líderes y el oficio político puede conducirnos a falsas promesas de reinstitucionalización y redemocratización. Otro caudillo está aguardando su momento, no lo dudo. Agazapado en las sombras, espera la oportunidad para lanzarse al ataque, y como el tigre, cercenar el cuello del ciervo para saciar su hambre. Y, como a Chávez en 1998, le llevarán en hombros al palacio de Miraflores. No lo ven los líderes, tanto tirios como troyanos, que, ensimismados en sus egos abultados, obvian la existencia de otras facciones menos melindrosas. Sin embargo, bien sabemos porque así nos lo ha enseñado nuestro pasado, no desaparecen por el solo hecho de ignorarlas.

La crisis venezolana rebasó lo que recordábamos de otras y, como una pesada bola de hierro que nos arrastra al fondo de un lago, nos lleva de vuelta al siglo XIX. Nos entierra otra vez en esas rencillas ruines tanto como violentas por el poder. Nuestro país vive en un luto eterno, y, como lo advertiría Caballero poco antes de morir corremos el riesgo de ver estallar de nuevo las guerras civiles, las montoneras. El funesto hombre a caballo parece resurgir en medio del humo y la polvareda.

Descompone las vísceras la actitud de la oposición. Así como no espero nada del escorpión artero, nada espero de la élite, que, al percatarse de la inviabilidad de su delirio, optó por la pillería y el secuestro de la nación. No obstante, del liderazgo opositor sí espero una conducta mucho más inteligente, mucho más coherente. Aturde la ruindad de sus líderes, si es que este epíteto puede atribuírsele.

Candidatos impenitentes, acostumbrados a optar por cargos menores, no saben cómo guiar a una nación inmersa en una de sus peores crisis. Sus ofertas, pobres, son como un estribillo que se repite cansonamente. No animan. Por lo contrario, han sido la causa del profundo desprecio que por el oficio político sienten muchos, en especial los jóvenes, para quienes el futuro se les escapó de las manos. Son ellos, los líderes, párvulos jugando a la política. Venezuela necesita más… merece mucho más.

La élite no va a razonar. Cruzó esa línea que separa un mal gobierno de una conducta abiertamente criminal. Mal puede esperar la oposición un comportamiento distinto a las majaderías intragables de sus más conspicuos voceros. Ellos, los sátrapas que de nuestro país hicieron su coto particular y de nosotros, sus siervos, carecen de motivos para pactar un acuerdo que les limite su hegemonía. Sus representantes en la reciente mesa de diálogo, llevada a cabo en México, no tienen interés alguno en la alteración del statu quo. Por lo contrario, su más íntimo anhelo es que no cambie. Al parecer, sin embargo, muchos líderes, como los necios, creen en besos de putas y en la bondad del alacrán.

No se trata de la estrategia «correcta», sino de la eficiente. Lo sé, se aferran a las doctrinas sin detenerse a pensar cómo aplicarlas. Como los crédulos que se apegan al horóscopo, a la numerología o a las artes taumatúrgicas, asumen que ciertos ritos, llámense sufragio o mesas de diálogo, resolverán la crisis, cuando, bien sabemos, que, en su lugar, pueden empeorarlas, o como ha sucedido con las variadas negociaciones, resultar inocuas. Sin condiciones propicias, toda resolución está condenada al fracaso. El voto no va a reconciliar a la nación. Aún más, puede profundizar las rencillas y resentimientos. Una negociación en la cual una de las partes acude sin nada que ofrecer, resulta delirante, incluso absurda.

No son bonitas estas palabras, lo sé. Son feas, son trágicas, pero, por lo visto, tan ciertas como lo es la eventual derrota épica de un liderazgo atomizado en candidaturas mezquinas, sin ningún futuro, y que, a juicio de quien escribe, solo demuestran el desinterés del liderazgo por una verdadera solución a la crisis, y una apetencia ruin y grotesca por cargos, ¿o debería decir por los contratos asociados a estos?

El sufrimiento de los deudos no solo embarra a la élite, que defeca impúdicamente sobre las miserias de los ciudadanos, sino también a los líderes opositores, que como bolas de pinball rebotan alocadamente de un lado a otro. Nuestra nación está mal. Muy mal. El Estado colapsó y hoy se reduce a caudillajes caprichosos, muchos de ellos pillos que solo aspirar medrar. El territorio está fracturado, y la soberanía la ejercen grupos diversos, muchos de ellos sin autoridad alguna para ello. Y el pueblo se siente frustrado, desesperado y lo más peligroso, desesperanzado, y, como hemos atestiguado, deseoso de construirse un futuro en otras tierras. Ya no somos una nación. Somos, cuando mucho, un terreno poblado por espantajos.

Es hora de verdaderos líderes, no de sempiternos candidatos, carentes de una visión a largo plazo para Venezuela. Hoy por hoy, necesitamos que nuevamente surjan hombres como aquellos que encararon con coraje, determinación e inteligencia las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Sé que están ahí. Tal vez acallados por la apabullante campaña de grupos con sus agendas propias y zascandiles analistas necesitados de fama. Pero también sé que hay chacales acechando, a la espera del momento oportuno, que de emerger como la lava del volcán Cumbre Vieja en Las Canarias, no solo aplastarán a tirios y troyanos, sino que serán cargados hasta el palacio de Miraflores en los hombros de la estupidez humana… Ya ocurrió antes.

Basta de necedades, de egos abultados, de mezquindades. ¡Seamos serios, carajo! La vida de millones de venezolanos se va como la mierda por el desaguadero.

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