Las protestas masivas en Colombia, Chile, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Perú y Ecuador se dan y se han dado con relativa independencia de la orientación política de los gobiernos. Los presidentes de izquierda son los que últimamente han intentado o intentan perennizarse en el poder (Venezuela, Nicaragua, Bolivia). Lo cual no da pábulo a bendecir a los de derecha en cuanto que no satisfacen las postergadas demandas de la ciudadanía. De zurda o de diestra, el problema es gobernar a naciones cada vez más angustiadas por el proyecto de vida que se les presenta.
Existe una multiplicación exponencial de necesidades y expectativas insatisfechas. La bomba de descontento estalla en las manos de gobiernos tan diferentes como los derechistas de Piñera y Duque y los izquierdistas de Maduro, Ortega y Evo.
La intensidad de los levantamientos cuestiona y pone en peligro a los diversos regímenes. Estos responden con una represión tan lamentable como los saqueos y las provocaciones de los estratos lumpenizados de la población y como los actos del terrorismo, que obtiene ganancia en río revuelto.
Los gobiernos duros de derecha se apoyan en sus pares de Occidente, y los de izquierda en China, Rusia y compañía. Los miembros de Brics, tomados de la mano, se yerguen desafiantes ante Occidente. Sin embargo, los múltiples polos de poder económico y militar se topan con la miseria.
En América Latina, las masas de desempleados, subempleados, refugiados y desplazados económicos se alojan en las favelas, villas-miseria y barriadas que definen nuestra distopía. No pocos de sus jóvenes, sin futuro posible, caen en los tétricos brazos de la delincuencia. La pobreza se ha vuelto la norma en nuestras ciudades y la riqueza o el buen pasar la excepción.
Una vez más, a América Latina se le otorga un papel secundario en el tablero de las grandes decisiones. Así como fuimos actores secundarios y víctimas de la Guerra Fría, bien lo podemos ser de la lucha actual entre las potencias y sus aliados. No nos sentamos a la mesa del comedor sino a la de la cocina, si existe.
El infierno está vacío y todos los diablos están aquí. Los cobardes mueren muchas veces antes de morir. No cabe duda de que Shakespeare radiografió el poder. El poder que acaso nos destruya antes de destruirse a sí mismo.
La humanidad se clava el aguijón como el escorpión encerrado en su círculo de fuego. ¿Será el uno por ciento más rico del planeta capaz de reaccionar y luchar contra su propio aniquilamiento? Ojalá que sí porque si no, abstracción hecha de un holocausto nuclear, a nuestros descendientes les puede estar esperando un horror calcutiano: la casi absoluta falta de esperanza en una elevación sustantiva de los niveles de vida. La favela se tornaría entonces en modelo económico para una masa enorme de seres humanos. Más de un cuarto de la población mundial vive en ellas actualmente.
A nadie en su sano juicio se le puede ocurrir que se alcanza la felicidad viviendo en las callampas chilenas, en las barriadas peruanas o en las favelas brasileras, situadas en la zona más violenta del planeta: América Latina.