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Harrys Salswach

La experiencia de leer: Narrativa, ensayo, filosofía

El pensamiento cautivo (Parte II)

Algunos poetas le cantan a la abyección orgullosos y embriagados de un entusiasmo por la Historia que conlleva a cavar una fosa común donde enterrar a todos los enemigos de la felicidad socialista.

Milosz va preparando el terreno para que el lector pueda abordar los perfiles de poetas que ejemplificarán el poder de las ideologías sobre el espíritu. La píldora Murti-Bing, la mirada del Este sobre Occidente que está signada por el materialismo dialéctico y que justifica y trastoca toda comprensión del mundo que no esté sujeta al método, y que condena a las sociedades y al hombre en su más profundo fuero interno al «deseo de que la realidad sea todo lo que uno anhela», y que desemboca en esto: «El hecho de que un niño educado en la escuela de la responsabilidad delate a su padre si nota que la conducta de éste es contraria a los intereses del orden social de cuyo bienestar depende la felicidad de la humanidad entera, parece lo más razonable». Y razonable también será el exterminio de quienes no adopten la Nueva Fe. La razón al servicio del delirio. Y los intelectuales inoculando entusiasmo mientras construyen una fosa común.

Milosz también echará mano de una figura del mundo árabe para intentar desentrañar qué sucede durante la conversión de un hombre a comunista: el Ketman. La noción de convertirse en un intérprete, en actor del nuevo orden hasta trastocar la propia identidad y difuminar los límites entre el propio yo y la interpretación. No es tan sencillo, no se trata de preguntar si estos hombres creen lo que dicen, no se trata de un engaño, se trata de un atentado en contra de la realidad, de una transformación audaz, una impostura que termina desviando a quien la adopta hasta crear una fractura irreconciliable con la realidad; el bien y el mal lo norma el beneficio o el perjurio a la Revolución, así, la delación es un deber, una virtud de la Nueva Fe; el Ketman es una forma de vida. La ceporría comunista es esquizofrénica, se vive ante dos realidades que atentan contra sí mismas. La enajenación ideológica hace que el miedo sea ubicuo. El Ketman no miente porque verdad y mentira ya no son parámetros en el nuevo orden.

Se puede leer en Inmadurez (Siruela, 2006) del editor y filósofo italiano Francesco Cataluccio que Milosz, en los perfiles de los intelectuales servidores del poder en El pensamiento cautivo (Tusquets, 1981. O la más reciente edición: La mente cautiva, Galaxia Gutenberg, 2016) a quienes señala con seudónimos, una crítica sobre cierta tendencia a no responsabilizar a cada individuo sino a considerarlos atrapados por la situación: «(…) lo que había ocurrido en Polonia en las otras democracias populares como una inevitable catástrofe a la cual se adaptaba la mayor parte de los ciudadanos». Sin embargo cada retrato es una excavación en la psicología del ser humano bajo regímenes que quiebran todo reconocimiento de otredad en términos compasivos; es el recorrido a los escondrijos de la miseria humana, donde el hombre se hace un desalmado, donde solo hay vacío y desgracia. Estos poetas, intelectuales laboriosos de la palabra, develadores del mundo, ingenieros del alma, recreadores de la naturaleza humana, se doblegan, se rinden, se pliegan, se rompen ante la Historia y sus ejecutores, creen hacerla andar y son víctimas y victimarios de la propia cipayería ideológica.

A, o el moralista, quizás el trabajo más dramático, en el que Milosz da cuenta de la caída de un escritor con talento, a quien admiraba y estimaba; lo sigue hasta ver cómo se convierte en un referente de moral sólida, inquebrantable, su prestigio era reconocido por todos, y su conducta durante la oprobiosa dominación alemana fue conmovedora y heroica, alentó con su fuerza la insurgencia. La caída comenzaba. La masacre llegaría junto al Ejército rojo que impondría un orden en el que la Historia no tendría piedad. A tenía que sumarse a las fuerzas que habían liberado a Polonia para de nuevo oprimirla. No culpaba a los rusos de haber perdido todo lo que amaba, ellos lucharon contra el fascismo. A sería acogido por los comunistas polacos y sería conducido a adoptar la irremediable concepción del mundo del Partido. La conversión había sido lograda. La suma de los hechos hizo de A el escritor del régimen. Servía al poder, dictaba mítines, firmaba documentos del Partido, declaraba por los obreros, por la Historia, por la Nueva Fe. Abjuró de su pasado y abdicó a todo juicio que atentara contra la verdad revelada del sistema. Milosz no es tan severo quizás porque lo estimaba, pero la caída de su amigo en las cloacas ideológicas hizo de él un moralista cuya fundamento del bien y del mal lo dictaba Stalin.

Los siguientes perfiles trazan distintos caracteres con idéntico final, cada uno más penoso, pero en ellos Milosz es más destemplado, irónico y quizás algunos lectores sientan que cada perfil es un camino que conduce a la oscuridad. Y aciertan. B o el amante desdichado es la historia de un poeta que se hace prosista, cronista y observa el mundo en su desgracia indolente. Luego de sufrir lo indecible en campos de concentración, sobrevive y decide volver a Polonia donde se estaba llevando a cabo la revolución. Era la oportunidad de cambiar el mundo. B odiaba, y la revolución le brindaría la oportunidad de hacer de aquel la norma: «B veía el nuevo orden al alcance de la mano. Creía en la salvación sobre la tierra, y la deseaba. Sólo sentía odio hacia los enemigos de la felicidad del hombre. Gritaba que había que destruirlos. ¿Acaso no son malhechores los que, en el preciso momento en que la tierra entra en una nueva era, osan decir que, de cualquier modo, no está bien encerrar a la gente en campos de concentración y forzarla por el miedo a proclamar la Nueva Fe política? Pero, ¿a quiénes se encierra? ¡A los enemigos de clase, a los traidores, a la canalla! ¡He aquí la Historia! ¡La Historia está con nosotros! ¡Vemos brotar su intensa llama! En verdad, ciegos y mezquinos son los hombres que, en vez de abrazar el conjunto de la tarea gigantesca, pierden su tiempo analizando detalles insignificantes». B fue un peligroso poseso del Partido. El caso de C, o el esclavo de la Historia se va acercando al patetismo. Compañero escolar de Milosz en la Lituania de su infancia C se hizo estalinista cuando se dio cuenta de que «no estaba hecho para la literatura». Ser comunista en un país invadido por otros comunistas no es idílico. Los rusos no confiaban en otros comunistas, así que el miedo y la sospecha se instalan en la sociedad. Las delaciones, las deportaciones, las acusaciones van y vienen. C vio cómo se llevaban a su padre, madre y hermanas a los koljoses de Asia mientras «pronunciaba discursos inflamados sobre la gran dicha de vivir y trabajar en el nuevo sistema, el mejor de todos, el que realiza los sueños de la humanidad». C fue un fracasado, un pobre diablo, un escritor mediocre que solo sabía viajar y dar discursos, escribir panfletos, propaganda vulgar, un desdichado que le gustaba la guerra para no tener que escribir y descubrirse en cada línea como un cretino sentado ante un escritorio pagado por el Partido siendo el costo demasiado alto para el beneficiado: el alma. El último perfil es de un miserable bufón con talento: D, o el trovador, cantaba, jugaba con versos, la poesía era su carrusel, sus burlas encantaban a todos, sus poemas divertían sin ser del todo divertidos. Desde sus borracheras enfilaba en contra de todos, y fue un vividor que se embriagaba tanto de alcohol como de palabras, estaba dispuesto a cantarle a quien le pagara y así poder andar de taberna en taberna y de cogorza en cogorza alucinando a sus oyentes poéticos. Enviado a campos de trabajos forzados por los alemanes regresaría a Polonia a cantarle con entusiasmo al orgullo nacional que se libró de la fuerza extranjera, no tardaría en cantarle loas al soldado ruso que la hizo posible. Pero la poesía no es un carrusel para la Nueva Fe. Pronto tendría que rendir cuentas a los doctos del método. El realismo socialista que no conoce el arte porque detesta la libertad. Realismo socialista: como aseguró Marcuse, pretensión de hacer arte que no sea arte. D tendría que embriagarse de ideología, melopea que no divierte, asesina.

1953. En esta fecha moriría Stalin. Y se escribiría este libro proscrito por el que fue declarado su autor «enemigo del pueblo». Los intelectuales de la morralla comunista lo esquivarían por décadas como quien ve venir un techo que se desmorona. Con lo que quizás nunca contó el poeta Milosz fue con la fuerza intemporal del Mal. La palabra odio se encuentra en estas luminosas páginas leídas hoy con estupor, miedo y vergüenza, pero la otra, esa que tanto se le rehuye en tiempos de blandenguerías e infantiles buenismos, subyace [me gustaría que fuese así] en cada línea sin ser escrita. El Mal se anuncia y pocos lo ven venir y avisan, la patulea por fin cree que ha llegado su momento, y otros tantos como A, B, C y D, deciden servirle, y como flautistas protervos de Hamelin cantan y cantan pero no para desinfectar la villa de roedores sino para darle la bienvenida a la peste.

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