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Harrys Salswach

La experiencia de leer: Una historia: dos relatos

Entre 1991 y 1993 dos escritores húngaros vivieron experiencias semejantes y ambos decidieron escribir un testimonio de lo vivido. Imre Kertész, premio Nobel de Literatura 2002, y Péter Esterházy, Premio de la Paz 2004 entregado por los libreros alemanes, fueron invitados en distintos momentos por sus editores a Viena para varias actividades. Ambos viajes desde Budapest se vieron empañados por los funcionarios de aduana. La pétrea formalidad con la que fueron requisados sirvió de detonante para que los escritores decidieran reflexionar sobre la libertad en un país que recién comienza a conocerla. En Una historia: dos relatos (Galaxia Gutenberg, 2004) se publican ambos trabajos como prólogos y a la vez epílogos de una amenaza: el Estado totalitario ejercido por cada ciudadano. Poder para el pueblo es solo más poder para el Estado.

Kertész, curtido en sufrimientos, prisionero en los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, vivió el encuentro con el funcionario aduanal como la constatación de la profunda frontera espiritual que separa a los pueblos libres de los hundidos en su propia ruindad. El viajero Kertész va dando cuenta de la deshumanización del hombre cuando no puede sentir amor, cuando la nostalgia de poder comienza a ser el poder mismo y este solo es posible si se ejerce. El funcionario aduanal le basta saber que el escritor lleva más dinero del que ha declarado fuera de las fronteras, y hace del viaje de Kertész a Viena un viaje al pasado totalitario de Hungría, en el que el Estado «era» dueño de todo. No hay amor en la vigilancia. No hay amor en la burocracia. Kertész se siente un cadáver en tren, un absoluto crédulo al pretender que un viaje de Budapest a Viena sería motivo de alegría y oportunidad para avivar el impulso creador.

Péter Esterházy, escritor de tanto prestigio como Kertész, es invitado a Viena a celebrar un acto de reconocimiento al director editorial que lo publica en alemán. Esterházy también es un hombre curtido en sufrimientos. Cuando escribió la historia de su familia en Armonía celestial (Galaxia Gutenberg, 2003) su padre estaba en el pedestal de mayor admiración; justo cuando se publica esta historia logra acceder a los archivos de la policía secreta del Estado húngaro. Su padre, Mátyás Esterházy, había sido un patriota cooperante del régimen dictatorial comunista. Decide publicar el mismo libro pero en una versión donde revela la ruindad del otrora héroe paterno, se tituló Versión corregida (Galaxia Gutenberg, 2005). Así que el escepticismo, el descreimiento y la ironía serán rasgos distinguibles en la prosa del escritor. El encuentro con el funcionario aduanal será el irreversible sino para una población que se siente menos ciudadana que prisionera. No saber cuánto dinero húngaro saca del país será también el detonante para que los tiempos «disciplinarios» de las monótonas dictaduras revivan.

Sucede que a veces la libertad sucumbe ante un trámite burocrático. Tanto Kertész como Esterházy son irreverentes y descreídos en sus testimonios. Kertész en Expediente muestra su estilo robusto, duro, sobrio para dar cuenta de la ilusoria libertad que lo lleva a saberse incapaz de sufrir más. Esterházy en Literatura y vida muestra su estilo lúdico, en el que humor e ironía le sirven de vehículo para señalar las absurdas voluntades de aquellos que solo le encuentran sentido a sus vidas obedeciendo; en su viaje a Viena recuerda el relato de Kertész mientras es requisado por el oficial de aduanas, en un juego entre realidad y ficción donde la indefensión del individuo ante los poderes del Estado es abrumadora.

En la Hungría poscomunista, luego de que el bloque soviético no pudo contener su propia insensatez, la sociedad pierde lo que la cohesiona: la vigilancia del Estado, la omnipresencia de un aparato paquidérmico que aglutina el poder y defeca sobre las voluntades, y que al desaparecer no deja un manual de uso de la libertad individual. Cuando el Estado es dueño de todo y de todos, el sentido de la vida se endilga en nombre de las patrañas grandilocuentes a los gobiernos que se apoderan de las instituciones. Y la libertad es una ilusión. Y luego se teme a ella. No hay que subestimar la lábil voluntad de los estúpidos, quienes arrastrados por el impulso más ruin y abyecto ven complacidos —que nunca satisfechos— el odio cuando pueden ejercer alguna cuota inocua de poder sobre sus prójimos. En un chiste húngaro un hombre pregunta a otro: «¿Hay algo peor que el comunismo?» y este responde: «Sí, lo que viene después».

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