I
El poder es virtud. Esta simple y radical afirmación es esclarecedora para quien acometa la exigencia placentera de leer a uno de los filósofos españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX: Eugenio Trías. Y de los más importantes por la originalidad de los planteamientos; el atrevimiento que, desde la asimilación de la tradición de pensamiento occidental, hace del ejercicio de la filosofía al llevar al límite los saberes, la vigencia de sus propuestas, la amplitud de campos trabajados, y el estilo de su escritura, que hace de ese ejercicio de articulación de ideas, poesía («La piel es la fantasía del cuerpo, la revelación de su lirismo»).
II
Aquella afirmación tiene que ser radical. Y lo es en la medida de lo que supone ha sido un malentendido. El poder es virtud en tanto en cuanto se llega a ser lo que se es. Esencia y existencia consubstanciadas. Sin intersticios. Meditación sobre el poder (Anagrama, 1977) fue un libro escrito y publicado en plena transición y, si se quiere, durante una necesaria desideologización de la política española que siguió a la muerte de Franco. Muerte y transición. Acaso Trías demandaba aquello que por tanto tiempo fue apocado: libertad. Y pensar el poder fue la manera de redefinir el ser del hombre ante y en el mundo, y ante sí mismo. Poder es virtud porque el ser se hace poseedor de sus propiedades, la existencia llega a ser y la esencia se hace existencial. Poder también es posesión. Cuando el poder es adjetivo —poder político— es un poder sin virtud. He aquí la radical afirmación de Trías, que bebe de Nietzsche, Spinoza y Leibniz, y que reconfigura hasta que en las propias meditaciones —prácticamente— expulsa toda indagación sobre el poder político a lo largo de dos centenares de páginas.
III
El fatal malentendido: identificar poder y dominio. Así como se ha confundido el amor con el deseo. Y este malentendido introduce un quiebre entre la esencia y la existencia, una hoquedad que dice Trías encuentra en la lengua castellana una palabra precisa, justa e idónea: estado. Porque estar crea un tercer orden; que no es el orden del ser ni del existir y que tergiversa, distancia y quiebra al hombre: «Existir en un estado es, por consiguiente, encontrarse sustraído de la esencia propia, hallarse ajeno a sí mismo y desposeído de las propiedades y cualidades propias, tal es la condición de súbdito dominado por el Estado, por el Capital, por la fatal ligazón temida y presentida entre Estado y el Capital». Eugenio Trías acababa de entregarse a la lectura de la biblia marxista y de salir de una dictadura militar de derecha [nunca pensé que esto no podría ser una redundancia, ¿acaso las hay de izquierda?] así que sirva de ejemplo para lo que quiere dejar ver, que además trasciende el señalamiento y llega hasta hoy como un viento fresco en días calurosos: el dominio es un no-poder, el dominio es signo de impotencia, de la negación de la posibilidad. El dominio es un nihilismo.
IV
Así que al deslindar el poder de su adjetivación política, Trías se dedica a indagar en su realización cuyo alcance solo es posible en el saber, en el amar, en la creación: arte y poesía. En Meditación sobre el poder los acercamientos a Platón, Pármenides, Aristóteles, Hörderlin, Mozart, Heidegger, Heráclito, Kant, son llamados al ensanchamiento del mundo, asimilados y reinterpretados para asombro de este lector que, no sin esfuerzo, logra ver destellos de luz que rápidamente se desvanecen por miopía intelectual. Sin embargo, creo que el propio leer es poder, en el sentido que indica el filósofo español, ya que la conjunción de saber, entendimiento, reconocimiento de belleza, comunidad con lo otro y con lo propio se da —aun con tensión y temor al vértigo— en armonía. Anota Trías: «Apoderarse de otro sin dominarlo, dejándolo en consecuencia en libertad: eso es amarlo (..) Tanto más amo a una mujer, a un libro, a una partitura, a un personaje del pasado, a un objeto, tanto mejor llego a conocerlo».
V
Poder implica libertad y respeto a la singularidad. Para Trías «el verdadero poder no incorpora lo otro a partir de una identidad previa afirmada como propia, sino que deja en libertad la alteridad, alcanzando, mediante ese cuidado por la ajena libertad, comunidad con el otro en tanto que otro. Esto vale tanto para las relaciones políticas como para las relaciones amorosas». El poder no anula al otro, solo el dominio necesita para realizarse la falta de libertad, la negación de la singularidad.
[Han pasado cuarenta años desde que fue publicado este libro (si no me equivoco, incluido en la reedición de las obras completas del pensador barcelonés por Galaxia Gutenberg) y no puedo pasar por alto las similitudes circunstanciales para cuando fue escrito y para cuando —descubro ahora— lo he leído; quizás yerre, pero la tesis de Trías me reconcilia con la palabra poder y comienzo a llamar dominación a la indolencia criminal que siempre ha sido la Revolución, y sus gritos vesánicos podrían enmarcarse en esta cita de Meditación sobre el poder: «Realizar en el universo de lo posible, a modo de fantasía, lo que no se es capaz de hacer en el universo de las cosas, es índice de no poder, origen y principio de impotencia (inclusive de lo que ese término expresa en su más brutal acepción)». Una forma del Mal.]