Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Harrys Salswach

La experiencia de leer: El firmán de la ceguera

«Ver o no ver. O no querer ver. O ver demasiado. O echar mal de ojo. Ver y, viendo, molestar, subvertir, hacer peligrar al prójimo, o a la sociedad, o al Estado».

Cuando el Estado está decidido a acabar con el Mal para que el bienestar triunfe es prudente resguardarse. Bajo un edicto soberano, qorrfirman, el todopoderoso, infalible e inapelable Sultán del imperio otomano, ha decidido velar por la tranquilidad y seguridad del Estado y sus súbditos, decretando azote la «cacoftalmia», es decir, el mal de ojo. Recientes sucesos, accidentes en los que estuvieron involucrados funcionarios públicos, hicieron imperativa la intervención del Estado en este asunto de andar mirando con maldad impunemente. Quien tenga la facultad de ver con ojos malignos deberá ser enceguecido.

Sin más, la maquinaria estatal echa a andar su trituradora sobre la sociedad, transformando a todos en sospechosos porque, ¿quién no tiene ojos? Nadie estará libre de vigilancia. La nación transformada en panóptico. En El firmán de la ceguera (Anaya & Mario Muchnik, 1994) el escritor albanés Ismael Kadaré escribe una fábula sobre el horror que ejerce el poder totalitario, una fuerza destructiva que una vez ha comenzado a andar no se detendrá hasta tragarse todo lo que esté a su alcance. Sustraerá las almas y enceguecerá a los hombres bajo su poder, voluntaria o involuntariamente.

Es una historia política. Espantosamente política. El decreto dará paso a su realización efectiva, el Estado instalará oficinas, qorroffice, en donde se recibirán las denuncias —que pueden ser anónimas— de los ciudadanos que identifiquen a quienes pueden ser portadores del mal de ojo, incluso pueden ser funcionarios del mismísimo Imperio. En las oficinas se ejecutarán las sentencias y hasta el modo de cegamiento o «desoculación»: «La Comisión Central había especificado con claridad cinco modalidades para la extracción de los ojos: la bizantino-veneciana (mediante una barra de hierro provista en su extremo de dos puntas afiladas); la tibetana (consistente en golpear el pecho de la víctima con pesadas piedras cuya presión debía tener por efecto hacer saltar los globos oculares de las órbitas), la práctica vernácula (utilizando ácido); la romano-cartaginesa (por medio de una prolongada exposición a una luz intensa) y la europea (fundada en el sometimiento de la víctima a una larga permanencia en tinieblas)». Quien se supiese de mirada maléfica y se entregara voluntariamente, recibiría una acomodada pensión del Estado. Muchos acudirían por cuenta propia. Primero estaba la seguridad del Estado. Había que ser obediente. Voluntad de ceguera se dirá.

La maestría de Kadaré es capaz de darle cuerpo a una historia en dos instancias que, a medida que se desarrolla la imparable consumación de las atrocidades, se unirán para dar paso al desenlace. Así como desde el poder la sociedad se hará víctima y victimaria de sí misma, la vida individual, la íntima cotidianidad de una familia y en específico, de dos personajes, será sacudida por el qorrfirman. Dos enamorados, María, una joven de una familia humilde albanesa, y Xheladin, joven funcionario que había sido llamado a formar parte de la Comisión Central que ejecutaría el decreto, están comprometidos en matrimonio; las continuas visitas del funcionario a la casa de la familia albanesa, darán cuenta de cómo las decisiones tomadas a partir de las más abstractas de las ideas, causan las más concretas consecuencias en seres de carne y hueso. El Estado se meterá en el lecho de los fogosos enamorados.

No se habla de nada más que no sea del decreto de cegamiento. Mirar se ha convertido en una condición pre-delictiva. El decreto se ha escapado del control de los funcionarios y la delación se ha convertido en la manera de prorrogar el castigo, y también de vengarse de enemigos, de satisfacer ambiciones, y de escalar posiciones políticas. Así pronto, el gran Visir, el segundo al mando del Imperio será acusado, delatado, apresado y castigado por ser portador de unos ojos de mirada vesánica. La Comisión Central llegará a su fin. Se ha saciado el horror. El miedo ha calado muy hondo en la nación, y también el sufrimiento ha agotado la vitalidad de los hombres. Ha llegado el momento de olvidar, de no ver. Ciegos felices de serlo, ciegos cansados de haber visto, ciegos que comienzan a sentir que es mejor así, no ver el mundo y así no juzgar, no pensar, ciegos de infelicidad y orgullo, de miedo y odio, ciegos en nombre del Estado. Siempre será por el bien del pueblo, la paz y el bienestar general.

El firmán de la ceguera es una novela breve portadora de una poderosa advertencia: «Ante el qorrfirman cada cual se inclina a sospechar de su vecino, nadie escapa a la angustia, no existe persona que no comience a sentirse más o menos culpable. Es precisamente en esta perturbación general donde yo creo que reposa su fuerza», dice el hermano de María. Por supuesto, el decreto «se funda en el afán de justicia que lo inspira», responde Xheladin. Esta no será la ceguera blanca de aquella otra historia conmovedora, no, será la única ceguera posible: la de las tinieblas.

Hey you,
¿nos brindas un café?