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La evolución nos robotiza

Durante miles de años la mayoría de la población creyó que la autoridad procedía de las leyes divinas, que todos los sucesos se debían al designio de Dios y no a la libertad humana. En los últimos siglos la autoridad pasó de los designios celestiales a los humanos. En la era de la tecnología, la autoridad cambió de los humanos a los algoritmos (conjunto de operaciones sistemáticas que permite hacer un calculo y encontrar las soluciones de un tipo de problema).

La revolución tecnológica establece el mando en los algoritmos de macrodatos que alteran la libertad individual. De hecho, siempre pensamos que el cerebro y el cuerpo funcionan según el libre albedrío de cada individuo. Los comportamientos a lo largo de la evolución son mecanismos bioquímicos que todos los mamíferos y aves emplean para calcular las probabilidades de supervivencia y reproducción, el eros y el Tánatos, el instinto de vida y muerte. Los sentimientos no están asentados en la intuición, la inspiración y la libertad, sino que están basados en el cálculo. Cuando nos enfrentamos a un peligro, el miedo es el disparador de la respuesta inmediata, prende la alarma en el cerebro y millones de neuronas calculan la probabilidad de muerte, de manera que la respuesta es correr o pelear. El problema en la actualidad surge del cúmulo de estímulos a los que nos enfrentamos todos los días, ya no son el mamut, el león o el oso de los que tenemos que cuidarnos, sino del auto con el que estuvimos a punto de estrellarnos y del asaltante que nos apunta con un arma.

Los sentimientos morales como la culpa, la vergüenza y la indignación aparecieron después, cuando nos fuimos civilizando, son mecanismos que surgieron a raíz de la evolución de la especie y que permiten la regulación de los grupos; de hecho, la carencia de sentimientos de culpa es una medida para definir a los sicópatas. Los algoritmos bioquímicos se perfeccionan a lo largo de millones de años de evolución, los compartimos en el ADN y los modelos, también llamados arquetipos, se transmiten en el inconsciente colectivo. Similar al disco duro, son el sistema operativo de cada ser humano. Los sentimientos y la manera de expresión son productos de la evolución. Saturados de información y estímulos ya no reaccionamos de la misma forma, en lugar de correr o pelear nos ponemos un freno y no aprovechamos los químicos para la acción, de manera que los mismos se acumulan llegando a la fase de agotamiento. Es notorio: la mayoría de las personas, incluso los niños, están agotados. En la era moderna nos encontramos inmersos en dos revoluciones: la biológica y la informática. Los científicos están descifrando los misterios del cuerpo humano, nos sorprenden tecnología para practicar cirugías y técnicas de diagnóstico. La esperanza de vida se ha incrementado, pero, no siempre aseguran calidad de vida. Los informáticos investigan el poder del procesamiento de datos, poder que ha pasado de los humanos a las computadoras. Los sentimientos son tan fáciles de manipular, ni cuenta nos damos que somos presa de la publicidad y las tendencias. Resulta fácil vender tal o cual producto, seguir a un líder y manipular para ganar elecciones, lo vimos con el triunfo de Trump y López Obrador. Los algoritmos van ganando terreno debido a que somos presa de los hábitos, dependemos del celular por la costumbre de hacer siempre lo mismo. Presos del consumismo, agotados, crónicamente deprimidos se pierde la capacidad de tomar decisiones. A muchos les emociona la inteligencia artificial y se imaginan un mundo utópico, a mí me aterra ver como nos estamos robotizando.

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