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La edad de llevar la contraria

A propósito de Robert Lepage, Isabelle Huppert y Al Pacino… Stranger Things…

Robert Lepage, canadiense, creador de espectáculos teatrales memorables como la Trilogía de los Dragones, que lo hizo ascender al reconocimiento internacional, llevó al Festival de otoño de Paris del 2015, una obra unipersonal llamada “887”. Allí Lepage cuenta, por cuenta propia, la historia de su vida, nimia, intranscendente, insignificante… pero con una monumentalidad en la producción que por momentos la hacían parecer importante. También porque en ocasiones lucía conectada con los eventos históricos del Quebec de los años 60, en los tiempos en que fraguaba su libertad. Pero la conexión entre la historia de los quebecois y la historia personal de Lepage era tan forzada que resultaba más bien un estorbo. Nunca olvidaré semejante desparpajo ególatra sobre la escena. Ya Lepage era Lepage, así que París lo aplaudió.

De similar manera el Village Voice se esmera en halagos a Isabelle Huppert, y por eso no alcanza siquiera a darse cuenta de que cuando trata de ensalzarla, la expone inevitablemente en su precariedad. Cuando comparan el desempeño de la actriz en “Elle” y “Things to come”, -las dos películas que estrena Huppert en NYC recientemente-, se encuentran inevitablemente frente a las coincidencias interpretativas de la actriz. Es lógico, Huppert se repite hasta el cansancio. Pero el Village Voice se retuerce en malabarismos por argumentar que esas coincidencias muestran lo remarcable de su talento. “Aunque las películas son radicalmente diferentes – Hansen-Løve se despliega como un drama suave mientras que Verhoeven es una comedia de negro de carbón constantemente desconcertante – las protagonistas de Huppert comparten ciertos detalles biográficos”. De nuevo, quiero decir que, porque la Huppert es la Huppert, pues, NYC la aplaude.

He visto a la señora Huppert en unas cuantas películas como para hacerme de una opinión en relación a su escasez de recursos, sin necesidad de exponerme a nuevos estrenos. Mención especial merece su trabajo cuando quiere hacer la cómica en “Las Criadas”, que trajo el Teatro Nacional de Australia a Broadway en 2015, con Cate Blanchet encabezando el elenco. La criada a cargo de Huppert, memorable por lamentable. Su payasería es de una ligereza imperdonable. Casi ofensiva. Ocurrieron los aplausos, sin embargo, como corresponde cuando baja el telón después de 200 dólares la entrada.

Y qué decir de la fallida trilogía de “The Disappearance of Eleanor Rigby”, (His, Her, Them)… la mamá francesa de Jessica Chastain que interpreta Huppert, con copa de vino tinto invariablemente en la mano como bandera que expone su gentilicio, siempre tambaleándose al mareo de su sonrisita cínica, una vez más, sacándole punta a su “chic francés” para dummies

De suerte que verla repetirse una vez más en sus silencios pretendidamente profundos, soportar su mirada número cinco, su manera adolescente de envejecer tan patética, es más de lo que se me puede pedir: Huppert me aburre hasta cuando la película es entretenida. “Me ayuda mantener una cierta distancia con lo que sucedeme esfuerzo por mantener esta constante, ligera, indirecta ironía que me evita poner demasiada carga en lo que hago. Cuando se guarda el daño, se guarda todo y se vuelve más ligero.” Lo dice Huppert, no son interpretaciones mías. Ella explica que apuesta a la ironía y la ligereza, y yo entiendo que por eso no comunica. Me atrevo a decir que es una de las peores actrices que ha habido en años. Un engaño, un fantoche. «La vergüenza no es una emoción lo suficientemente fuerte como para evitar que hagamos nada, en absoluto». Exactamente, Huppert no hace nada, pone cara de nada, sus silencios están hechos de nada, su sonrisita cínica siempre igual sólo mortifica a los que no entienden y creen que hay algo que entender.

Claro que para llevarle la contraria a la corriente hay que tener una edad, que sucede dos veces en la vida: cuando estrenas adultez o cuando estrenas madurez. En el interine, muchos son los que dicen que Huppert es una de las mejores actrices del mundo.

Cosa extraña… Verbo y gracia, “Stranger Things” la serie que tiene encantados a grandes y chicos, muestra una aceptación en el mismo sentido que me resulta preocupante. Con la excusa de ser un revival de los años 70, se dan la patente de hacer una producción de cartón, infantil más que inocente, y con ‘aspecto de bajo presupuesto’, emulando una supuesta simplicidad de antaño, que no es verdad. No hace falta hacer una lista de las maravillas audiovisuales producidas en esa década para contraponerse a semejante tontería. Y hablar de lo mal hecha que está la serie me resulta reiterativo cuando es tan evidente lo mal escrita por repetitiva, por las inexplicables burbujas en el ritmo, por los finales que se estiran sin razón aparente, a la manera de las telenovelas de antaño, por la edición a partir de conexiones visuales tan forzadas que no funcionan, pues no cuentan con ningún referente argumental que las sostenga, y es así que se vuelven recurso formal hueco. ¿Y qué decir de la actuación injustificadamente superlativa y llena de guiños tontos de Ryder, que mantiene el tono descalabrado y continuo de una circularidad epiléptica de antología? En resumidas cuentas, se desaparece el hijo de Ryder y el pueblo se voltea al revés; se desaparece otra gordita y no pasa nada. La gordita no tiene dolientes que la quieran buscar ni encontrar. Hay que tener mucha fe para tenerle miedo a monstruos embutidos en mallas verdes con máscaras de goma.

Pero pensar que el ego de Lepage lo dejó sin historia, que Huppert es mala actriz o que Stranger Things es una serie para los que no quieren pensar después del trabajo, acarrea consecuencias terribles. Lo primero que tienes que aceptar cuando vas a contracorriente es la descalificación, que es el arma más fácil de blandir desde el fanatismo que proviene de la comodidad que brinda la pretendida armonía que otorga el estar rodeado de los que piensan igual, lo que suprime además la molestia de cualquier discusión y la “innecesaria” incertidumbre que genera estarse haciendo preguntas. Si no te gusta Lepage es porque no te dejaste llevar por la profundidad de su mensaje, o perteneces a una generación a la que le cuesta entender Stranger Things, o te molesta el cinismo hueco y superficial de Huppert porque no entiendes la cultura francesa. Y así de simple, con un par de adverbios, queda descalificada la crítica que molesta a los que siguen la corriente.

Para terminar con broche de oro, me refiero a una nota aparecida en El País sobre “An Evening with Al Pacino” en Buenos Aires. Dos funciones a sala llena en el legendario Teatro Colón, a mil dólares la entrada, por primera vez en América Latina. La estrella de Hollywood llegó acompañado de su novia argentina. En el espectáculo, Al Pacino traza un recorrido desde su niñez hasta la actualidad, con anécdotas de su vida privada y aspectos poco conocidos de su carrera profesional… No tengo que escribir más, lo dice Norma Leandro: «Yo aguanté 50 minutos y me fui. Seguía contando tonterías. Había gente que había pagado 15.000 pesos (1.000 dólares). Y el Colón lleno. Me daba vergüenza ajena que alguien en el escenario estuviera burlándose de todos nosotros. No podía ser».

“Es una persona que uno quiere mucho como actor, entonces se te confunde. Lo querés como actor y parece que lo querés como persona… Se puso de pie la gente. Lo ovacionó… Empezó a narrar anécdotas tampoco muy jugosas. Una pena, porque ha hecho 70.000 cosas como actor. No tiene que hacer esto, como John Malkovich, venir a tirar cuatro cuentos, no».

En el Colón caben 2.500 espectadores y Al Pacino agotó en pocas horas las localidades de las dos funciones. El teatro estaba lleno de famosos, políticos, deportistas, actores…

¿Cómo es que a Lepage o a Al Pacino les parece que echar el cuento de sus vidas es suficiente? ¿Cómo es que la Huppert dice que su secreto es no hacer nada y no hace nada y todos se lo celebran?

Nadie se atreve a hablar mal de los famosos, porque si están ahí es por algo, y si todos los veneran, se trata entonces de asumir que el equivocado es uno y de entrada eso no es lo más fácil.

Sin embargo, creo que Huppert es una equivocación, y cuando le dan rienda suelta al ego, Lepage y Al Pacino se equivocan también. Aunque el calor del aplauso masivo me desdiga, necesito mantener mi pensamiento a salvo, en ejercicio independiente. Y como siento que cada día esta es una tarea que se vuelve más difícil, creo que hay que insistir, hay que intentarlo. Porque el rey cuando está desnudo, es verdad que no lleva nada puesto y se le ven las carnitas.

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