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La destrucción de la civilización

Las civilizaciones son el resultado de aprendizajes, errores y aciertos a lo largo de muchos años. Los árabes nómadas tomaron de los bizantinos la condición administrativa, de los persas el ingenio artístico, de los nabateos el arte agrícola, de los hindúes las matemáticas, de los chinos su tecnología, de los griegos su ciencia y filosofía. Luego de la mezcla nació la civilización árabe. Así procede la evolución, hay que dejar las puertas abiertas para dar y recibir experiencias. Agregó acertadamente Heráclito: “todo fluye, nada permanece”.

A lo largo de la historia los pueblos han sufrido épocas bárbaras que han destruido las civilizaciones. Se desconoce porque los griegos abandonaron el modo de vida urbano durante cuatro siglos. Otro retroceso se vivió en el Medievo europeo que duró diez siglos, durante los cuales Occidente olvidó su legado antiguo. La ignorancia triunfó sobre la ciencia, el desorden sobre el orden, el fanatismo y la superstición sobre la reflexión filosófica. Nadie cuidó la naturaleza y se desató la barbarie. ¿Qué es lo que lleva a la destrucción de la civilización? Los pueblos son frágiles. Cuando no respetan sus instituciones mediadoras, sus costumbres, creencias y cultivan el odio, se rompe el equilibrio ecológico. Dice el principio de Peter: “todo llega a su nivel de incompetencia”. Tomemos como ejemplo al imperio romano y tratemos de entender cómo llegó a la decadencia: política, económica y biológica. En ese momento los romanos tenían 175 días feriados al año, dudaban de todo, no querían responsabilidades. Gobernaban aristócratas que no sabían administrar, carentes de liderazgo, hombres demasiado ocupados en su provecho personal sin que les interesaba el bien común. La burocracia estaba corrompida, era inepta. Los últimos años previos a su decadencia se agregó un conjunto de mediocridades. Se percibía la etapa terminal, el olor a muerte y nadie pudo encontrar el antídoto. Había hombres capaces de rescatar lo bueno, pero no les dieron la oportunidad de demostrar sus conocimientos. Los empezaron a invadir tribus, el imperio dividido no tenía manera de defenderse frente a las etnias bárbaras. El barco se hundía y no había capitán que lo pudiera salvar. Estaban orgullosos de lo que habían logrado como civilización a lo largo de mil años, pero tristemente esa civilización había llegado a su fin. Gobernó Galileano un bárbaro mal educado, insolente que se la pasaba bebiendo, cumplía sus caprichos. Era una época en la que reinaba la intolerancia. Así llegó la decadencia, fruto de pereza mental y de apatía.

Roma sucumbió ante los bárbaros, los crímenes, las destrucciones. Dejó lugar a otras civilizaciones y perdió lo que había ganado. El fin de una época llegó por una situación muy parecida a la que vivimos hoy. También nosotros estamos gobernados por bárbaros que piensan en sus intereses, son enfermos de poder y cuentan con el apoyo de los empresarios del narcotráfico que se enriquecen gracias a las sociedades adictas a las drogas. Y hay políticos que creen que, con dar dinero para el taco, es suficiente mientras que solo cultivan la parasitosis social.

El mundo está gobernado por bárbaros, corruptos y deshonestos. Vivimos un proceso de destrucción similar al que sufrió Roma. Las sociedades están divididas entre opuestos: los que esperan beneficios de los bárbaros que gobiernan y los que no les tienen confianza. Es difícil ganar la confianza, fácil perderla; complejo, largo y costoso recuperarla.

El planeta está enfermo, pero, volverá al equilibrio como en otras épocas, expulsará lo que le estorba: a la raza humana que actúa como los  bárbaros. Todo es cíclico. Tomemos consciencia, el que no conoce la historia tiende a repetirla.

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