Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

La deconstrucción de la condición humana

Mucho se ha hablado de la evolución humana, pero con los cambios tan acelerados de los últimos tiempos, el tema de la transformación del hombre ha vuelto a la palestra. El libro  «Biografía de la humanidad» escrito por el experto en educación y neurología José Antonio Marina y por el historiador Javier Rambaud es una muestra de ello. 

A punto de entrar en la llamada «era del posthumanismo», los autores argumentan que  la historia es más importante que nunca para la comprensión y los procesos de toma de decisiones que configuran lo que llaman el patrimonio hereditario común de la humanidad. Estos autores consideran la genética cultural como el eje vertebrador del cambio de la identidad humana,  que va desde las transformaciones en la inteligencia, las evoluciones de pensamiento, las invenciones, las formas de organización sociales y las reestructuraciones, tanto del poder político, como del económico y religioso.

Entrados en el siglo XXI, con el debate agridulce sobre los nuevos paradigmas tecnocientíficos, se analizan las variaciones existentes del concepto de ser humano. En medio de la biología y la cibernética, la pasión por la innovación no puede dejar en el olvido lo que la humanidad ha sido hasta el momento, con sus limitaciones físicas y psicológicos.  A partir de este momento, se empieza a hablar del ser humano desde la perspectiva de los sistemas y del control, de lo correcto y lo incorrecto. La ciencia, las matemáticas, la filosofía, la ética y  la razón entran en juego en la deliberación.

Gurús  como el filósofo Robert Pepperell y su manifiesto sobre el Posthumanismo visualizan un futuro existente sólo en el ámbito de la ciencia ficción, la filosofía y la futurología. Los avances tecnológicos, aseguran los profetas del movimiento posthumano, transformarán la especie humana, mientras que las máquinas, que serán mucho más complejas, se considerarán una nueva forma de vida emergente.  Así pues, las computadoras se desarrollan para que sean más humanas, mientras que los humanos evolucionan más hacia las máquinas. Será la era del hombre/máquina, de la ingeniería genética, de la clonación reproductiva y las manipulaciones germinales. La autoprogramación permitirá que el hombre adquiera habilidades físicas, psicológicas e intelectuales hasta ahora inimaginables.  La idea, en principio, es mejorar la especie humana.

Junto al posthumanismo, se encuentran los pensadores de la revolución transhumanista, que a veces se confunden y otras convergen totalmente. El transhumanismo, no es de derechas, ni de izquierdas, sino que es una visión que busca el bienestar de toda consciencia (hombre, animal o máquina). El hombre ya no empieza a ser lo más importante del universo, un universo cuya naturaleza todavía es indescifrable. Ningún modelo científico será completo y todo lo que existe es energía fluyendo por aquí y por allí, transformando las cosas a su paso. El orden y el desorden serán relativos, al igual que la continuidad y discontinuidad. No hay cualidades absolutas. La energía sigue el pensamiento.

El pensamiento humano se produce en cooperación con el cuerpo humano. Lo corporal, lo emocional y lo mental  confluyen en un océano de la energía. Pese al equilibrio cuerpo y mente, reina la incertidumbre, el no saber de qué modo el hombre se superará a sí mismo,  cómo evolucionará este mundo artificial que ha fabricado en el ambiente natural. La biotecnología ayudará a crear organismos genéticamente modificados, que permitirán una mejora de la raza humana.  Una especie o más de una (biónicas o robóticas) serán el producto de estas mutaciones. El hombre se encamina supuestamente a la inmortalidad. Vivir más años, pero en condiciones favorables, sino ¿para qué?

El filósofo sueco, Nick Bostrom, habla de una nueva súperinteligencia generada en el cerebro artificial de las máquinas, que reemplazará al hombre como la especie dominante. Un peligro existencial que ya tiene detractores (por cuestiones éticas) y escépticos (la brecha digital y las desigualdades sociales todavía son enormes), y que contribuye a iluminar el túnel del miedo y el de la ansiedad en estas décadas de crisis y remodelación del mundo contemporáneo.

En este nuevo futuro, muy distinto de los futuros anteriores, se deberá contar con la benevolencia y generosidad de la condición humana y de un uso reflexivo de estas tecnologías. La medición de la esencia humana es variable. Si nos remontamos a la Antigua Grecia, el poeta trágico Sófocles, con su pesimismo existencial, calificó al hombre de «terrible». Percibió cualidades humanas como la grandeza y la nobleza, pero también avistó decadencia y decrepitud. Desgajó el enigma existencial con todas sus debilidades y contradicciones. Denunció el egocentrismo de la especie humana, marcado por la soberbia y avaricia, y abogó por la democracia, vinculada a la fuerza moral y a la regulación de los dioses, frente a la tiranía. Como dicen en su obra «Antígona»: «El temor, entre otras cosas, le va bien a la tiranía» .

Marina y Rambaud precisamente hablan de la dimensión de la genética cultural cuando hacen su biografía de la humanidad. Uno no va de A a B, sin un largo recorrido  lleno de pruebas y errores, enfrentamientos y revoluciones, proyectos con soluciones precarias y no tan precarias a cuestiones políticas, religiosas, culturales, comerciales y económicas. El hombre, con su afán de alejarse de la conducta animal determinista, ha ido aprendiendo y adquiriendo conocimientos que le han permitido su supervivencia como especie. Cada momento histórico forma parte de este periplo humano, en el que se establecen rumbos y objetivos, acertados o no, dentro de un entorno social.

Dentro de esta transformación biotecnológica, el científico estadounidense, Edward Osborne Wilson habla de la disfuncionalidad del Homo Sapiens que destruye de forma irreparable su hábitat, el medio ambiente natural, y nos presenta un nuevo campo de investigación, la sociobiología. Las conductas sociales de los animales, incluidos los humanos, se modifican e incluso desaparecen con el tiempo.  Habla de que el hombre está a punto de dar el próximo paso en el guión evolutivo, abandonar la selección natural e iniciar un proceso de rediseño biológico y transformar la naturaleza humana.

Los grandes cambios asustan y despiertan inquietud y escepticismo. Despiertan mucha cautela las implicaciones éticas de los avances científico-teconólgicos (ingeniería genética, armamento nuclear, calentamiento global, alimentación transgénica), así como los intereses industriales y financieros asociados a ellos. No en balde existe un sentimiento extendido de la necesidad de regular las creaciones humanas en materia de ingeniería y tecnológica. Urge reflexionar sobre los beneficios y peligros, así como introducir sistemas de control  y crear códigos éticos y jurídicos en las manipulaciones genéticas y otros experimentos médicos y científicos. Todos estos avances son útiles en las investigaciones de fármacos y terapias regenerativas, pero también son la puerta de polémicas bioéticas.

Navegamos entre la ciencia y la ficción. Cada vez estamos más cerca de un interfaz cerebro-computadora o de la clonación humana. Los avances biotecnológicos son notorios, por lo que ya se reclama una aproximación sectorializada a los controles (agricultura, sanidad, medio ambiente, industria farmacéutica, etc).  Tras políticas de evaluación de los riesgos, el control y la supervisión se va a imponer por motivos de bioseguridad y  teniendo en cuentas las perspectivas éticas.  No cabe duda que el hombre debe asumir su responsabilidad sobre sus acciones. Wilson, por ejemplo, gran estudioso de las organizaciones sociales, cree en el altruismo y el cooperativismo, tan frecuentes en sociedades animales, para convertir la tierra en un paraíso. 

Ciencia y humanidades deben ir de la mano para garantizar la subsistencia de la especie. Construimos y destruimos. Destruimos para crear, creamos para avanzar. Construimos y reconstruimos, pero como bien alertó el astrofísico británico, Stephen Hawking, la inteligencia artificial, la amenaza nuclear, el calentamiento global y los virus genéticamente modificados pueden derivar en la extinción del hombre dentro de un siglo. Confiemos en nuestro espíritu de supervivencia.

Hey you,
¿nos brindas un café?