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La cuestión Catalana

España es una botella de cerveza y yo soy el tapón; en el
momento en que este salte, todo el líquido contenido se
derramará, sabe Dios en qué derrotero”

Fernando VII

Se avecinan las elecciones autonómicas catalanas. La fecha fijada es el 27 de septiembre. Día de un eclipse total de luna. Quien puso la fecha, sabe lo que hace. Y si es casualidad, peor aún. Las elecciones quieren ser convertidas, por un amplio sector de Catalunya, en un plebiscito. En caso de mayoría absoluta consensuada, se abriría el cauce a un secesionismo más virulento, más decidido. Pero subyacen dos preguntas de fondo: ¿por qué los catalanes querrían irse de España? Y ¿Catalunya estaría mejor fuera España? La primera respuesta requeriría varios folios sólo para enumerar algunas de las causas, tan variopintas como complejas. La segunda habría que vivirla primero. No es cosa menor que justamente el Cid Campeador haya derrotado y apresado al Conde Berenguer de Barcelona por aliarse a los moros por dinero. O peor: la derrota definitiva de don Quijote ocurrió en las arenas de la Barceloneta, a manos del Caballero de la Blanca Luna (ojo con el eclipse). Hay que recordar que Catalunya tiene una historia peculiar bastante menospreciada por el resto de la península. Y lo más importante: Catalunya tiene una lengua propia (sí, como los vascos, como los gallegos, y sin entrar, por piedad, en los casos del astur-leonés, del valenciano, del mallorquín, y pare usted de contar). Los catalanes dirían “como el portugués”. Sí, Portugal es el caso de fondo. Los que realmente lograron “independizarse” de Hesperia, siendo tan ibéricos, o acaso más, que los castellanos. Pero es que Portugal fue imperio ultramarino con grandilocuencia. El poder de antaño fue sólo comparable con el del reino de Castilla y León, y en tiempos de Carlos V de Alemania (Carlos primero de España). Catalunya no llegó a eso nunca y sin embargo…

El pasado histórico español es tan inextricable y sinuoso como el del resto de Europa. Si nos apuramos podríamos decir que lo es un poco más. En ningún otro lugar (además de Portugal), confluyeron tantos musulmanes, judíos y cristianos, con ese telón de fondo barbárico visigodo que había arrasado a la cultura romana. España es difícil de entender. Por eso, abundan los reaccionarios desde siempre. Por eso fue cuna de la contrarreforma, de los jesuitas y de los místicos. Ya si nos vamos al siglo XIX en tiempos de la primera república las cosas parecen nublarse más. Fue el “estado moderno” que abolió la inquisición más tarde. Un país que pujó con fuerza su republicanismo y parió dos hijos muertos prematuramente. Luego, el franquismo, del que es preferible no decir nada, por aquello de que “si vas a hablar mal de alguien, mejor no digas nada”. Con este panorama, ¿quién puede seguir con claridad lo que pasa allí realmente?

El asunto pasa por el dinero (¿cuándo no?). Los catalanes piden una reforma en el sistema de financiación. En dos platos, los catalanes quieren acceso directo al capital que ellos mismos producen, sin peaje madrileño. Parece lógico pensar que tienen razón. Y por eso, la tienen. ¿Qué encuentran a su paso? Pues que va a ser que no. A Madrid esas reformas no le interesan. O sería más preciso decir: al PP esas reformas no le interesan. Ojalá estuviese tan claro. Porque al PSOE, Podemos, Izquierda Unida y Ciudadanos tampoco. Entonces el conflicto no es de derechas contra izquierdas. No. Y lo que es peor, nunca lo ha sido. El conflicto es por poder. Y eso se traduce al mundo de hoy en “dinero” contante y sonante. ¿Qué se puede hacer? Negociar. Pero no quieren. Sobre todo el PP no quiere. ¿Por qué? Para empezar, el PP es reaccionario en cuestiones territoriales. Desprecian el nacionalismo periférico pero ensalzan el nacionalismo de Estado central. Tú no pero yo sí. Además predican ese contrarreformismo moderno y pasado por taquilla llamado Opus Dei. Luego, está la artimaña de la ley. Nada fuera de la ley. De acuerdo, pero la ley puede ser modificada. Para eso se está en democracia y se votan legisladores. Pues que no, ha dicho el PP. Entonces se convocan a consultas referendarias en Catalunya. “He dicho que no” dice el PP y recurre, por costumbre prepotente, al Tribunal Constitucional. Que está para emitir fallos de acuerdo a la ley. Y entonces se tranca el juego. Pero es que además el PP, con ese discurso pseudo-franquista (qué feo suena), gana y arrastra votos en el resto de la península. Luego aparecen todos esos discursos de comedia de capa y espada: que si el país de países, que si la culpa es de la casta, que si la trama Gürtel, Bárcenas, Rato, Aeropuerto de Castellón, que si Cataluña terminará como Albania, que si los hinchas del Barça pitan al Himno, nosotros ahora pitaremos a Piqué (el futbolista), que si dentro de la constitución todo pero sin discutir reformas nunca, y así. Tan sencillo que era decir, al estilo british: “Hagan su referéndum vinculante, y si quieren irse, váyanse. Pero nosotros queremos que se queden”. Eso hubiese espantado todos los demonios de raíz. En conclusión, se entiende poco o nada qué es lo que verdaderamente sucede.

Luego vienen los catalanes. Para empezar, Catalunya tiene siete millones y medio de habitantes. Así que hay que tomárselo en serio. Luego, 80% de los que viven en Catalunya hablan catalán, además de castellano (en América se dice “español”, que además es el verdadero nombre de la lengua moderna en la actualidad). Seguimos, Catalunya produce 18,7% del PIB español. Y acá es que se abre la brecha. Pero…

Resulta difícil entender la política catalana. Ahora aparece esa especie de plataforma de hule llamada Junts pel Sí. Pero ¿y eso qué es? Pues una especie de forzado y malavenido convenio entre CDC y Esquerra Republicana, entre otros, para virar el timón hacia la independencia real, sólo que unos aspiran a lograr presión y otros aspiran a la secesión de a de veras. Pero ¿y esos no son partidos políticos de ideologías contrarias? Bueno, eso lo hablaremos después (supongo que responden ellos). Para que nos entendamos: CDC es de derechas (o centro para hacerlo digerible), y Esquerra Republicana….ya se sabe, ¿no?

Aparece después el clan Pujol. Y esos argumentos tan catalanes: se me olvidó decir que sí “había un dinero ubicado en el extranjero” y se lo oculté a Hacienda durante 34 años. Creo que son unos pocos millones. Nada grave. Además, eso no quita toda la gestión extraordinaria de mi gobierno catalán durante 23 años. Y para rematar, el famoso 3 % . CDC cobró esa comisión durante mucho tiempo en firmas, acuerdos, licitaciones, contratos, etc. En términos claros, una mordida de cuota fija.

Luego está la pluralidad del pueblo catalán, en el que coexisten muchos españoles venidos de otras regiones y muchos extranjeros. ¿Esa gente qué entiende de todo esto? ¿qué puede sacar en claro? ¿qué votaría? Y finalmente, la venta que los catalanes han hecho de Catalunya y, sobre todo, de Barcelona. Miró y Gaudí ya parecen despojos. La ciudad es al día de hoy la capital mundial del guirismo. Las ramblas son un esperpento. De la anexión al vicio fácil y el sueño mediterráneo que tiene todo nórdico no se les ocurre nada mejor que Barcelona. La Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen o Biutiful de González Iñárritu son ya dos caras distintas de las consecuencias del hedor. Desde los Juegos Olímpicos de 1992 la ciudad está sitiada y los catalanes, en la práctica, la cedieron. Todo por dinero. Así se produce esa reacción que empieza a despertar todos los demonios y que todavía está en primera fase. El final de esta historia es tan impredecible como inquietante. Pero asumo con desgana que se convertirá en un caso particular que desnuda la incompetencia general de nuestro tiempo para hacer política.

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