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“La cordillera”. Deficiencias y debilidades del poder

El chantaje, la corrupción, las traiciones, la manipulación de quienes detentan el poder político constituyen el nudo argumental de La cordillera (2017) del realizador argentino Santiago Mitre. Ello, visto desde la ficticia Cumbre latinoamericana de presidentes, en un punto remoto de la cordillera chilena, donde se busca negociar una alianza petrolera que le dé a la región “autonomía energética y el ulterior desarrollo económico”, tal cual sostiene el canciller argentino en la rueda de prensa para anunciar el proyecto a la nación.

Hernán Blanco, alter ego de Mauricio Macri, el primer presidente argentino democráticamente electo desde 1916 que no era ni radical ni peronista, es también un outsider y, además, poco respetado por venir de la provincia y haber ganado las elecciones sin el apoyo del establishment político. “Cuando tenga que hablar con Oliveira Prete, que todos los especialistas en política internacional están diciendo que es una de las cinco personas más influyentes del mundo, quién se va a sentar a hablar con ese”, apunta un periodista radial, condensando el sentimiento de rechazo de los políticos tradicionales hacia quienes no pertenecen. Una experiencia de la cual los dos últimos mandatarios norteamericanos —Estados Unidos volará, como las águilas, sobre la Cumbre— con antecedentes y políticas diametralmente opuestas entre sí, son la prueba fehaciente de ello.

La película de Mitre, sin embargo, buscará demostrar lo errada de tal creencia, cuando le dé al “invisible” presidente argentino un papel clave en la formación de la Alianza Petrolera Sur que, finalmente, acabará no siendo tan sur, al aparecer Estados Unidos y sobornar a este y a otros jerarcas para poder entrar en el negocio. Una maniobra, dable de reforzar la clásica imagen de gran interventor del País del Norte, frente a cuyo poderío el resto del continente mantiene una actitud, entre admiradora y despectiva, dependiendo de la dirección hacia donde se dirijan los favores y apoyos del gigante americano.

La escena del encuentro entre Blanco y el enviado norteamericano, realizada con gran secretismo lejos del lugar donde se desarrolla la Cumbre, describirá agudamente las diferencias de percepción del “hombre común” por parte de ambas culturas. “You are a normal guy”, le expresará con sonrisa aprobadora el funcionario de la Casa Blanca al argentino, aludiendo a la imagen de hombre corriente con que el actual mandatario estadounidense llegó al poder, y descalificando con ello las críticas de los detractores de Blanco en su propia tierra.

La incómoda tensión, no obstante, enmascarada por Blanco con un hieratismo donde no deja transparentar sentimiento alguno, y disfrazada con un falso afán de agradar por parte del funcionario para hacerlo sentirse confiado y que acceda a la propuesta de su gobierno, refuerza las diferencias identitarias entre ambos países en lugar de acercarlos. Un desempeño, que al Blanco reunirse privadamente con el presidente mexicano se trocará en rivalidad, aunque el lenguaje quiera ser el de la complicidad para, el mexicano también, convencerle de secundarlo en sus maquinaciones.

“Este asunto de los gringos… Tú sabes que yo los odio más que a nadie en el mundo (…). Lo que están ofreciendo los gringos es mucho mejor que lo que está ofreciendo el cabrón brasileño (…). Este es un pinche circo para que Oliveira se quede con todo”, irá desgranando el mexicano, a fin de llevar al argentino hacia su territorio, en un juego de rivalidad y conflicto con unos y otros donde se evidencia el modo como se perpetúan las deficiencias y debilidades del poder, incapacitando a sus gobernantes para atacar los problemas reales de una Latinoamérica asediada por la violencia, la miseria y el atraso.

“Un país inmenso y complejo, con una historia de injusticias y desigualdad dramática”, definirá, en entrevista con una periodista española, al suyo el brasileño, con una frase que puede perfectamente extrapolarse al resto. “Ellos no son ‘Gran Satán’; simplemente son un país con una manera oscura y violenta de hacer negocios”, precisará igualmente, al referirse a los Estados Unidos, en una visión compartida con sus, ahora rivales, pese a que el argentino sostenga ante el mexicano que “Brasil es nuestro aliado estratégico. Eso es innegociable”.

Las negociaciones, a pesar de ellos mismos, en que La cordillera involucra a las naciones americanas, a fin de hacerse con una tajada mayor del negocio que acabará siendo la Cumbre, mostrándolas en su doblez, tienen su origen en la dicotomía histórica entre tradición y modernidad, intervencionismo y laissez faire donde se debaten desde el final de las guerras independentistas, en una realidad ambigua y contradictoria con una, cada vez mayor, dependencia en países más pujantes o, en el caso venezolano con respecto a Cuba, más astutos para atraerlas a su radio de acción y hacerse con sus riquezas. “Nos interesaba retratar esa tensión que hay en Latinoamérica entre el proteccionismo y la unión regional por un lado y el liberalismo y la apertura a mercados externos por el otro”, sostiene el director, haciéndose eco de las inadecuaciones, inseguridades e indefiniciones con respecto a lo autóctono y lo foráneo, presentes en el imaginario de Nuestra América desde la publicación del seminal texto de José Martí en 1891.

El ingreso de las empresas privadas que Estados Unidos quiere promover, comprando el apoyo de México y Argentina, cuando haya entrado en la Alianza, en contraposición a la posición excluyente y regionalista de Brasil, evidencia la polarización existente en el continente. Ello reitera, además, la imposibilidad de alcanzar aquella ansiada unidad, soñada por el mismo Simón Bolívar desde la creación de la Gran Colombia (1819-1831), cuyo fracaso se debió, justamente, al enfrentamiento entre las mismas fuerzas que siguen actuando en contra de esa utopía.

La cuidada producción del film y un trabajo muy personal de cámara, dables de recorrer los pasillos, habitaciones, despachos, autos y aviones donde se concentra el poder, crean una cercanía con el espectador, puesto a tomar el papel de voyeur y, simultáneamente, establecen una distancia irónica con respecto a las debilidades del poder mismo, tanto en el plano público como el privado. En tal sentido, la historia personal del presidente argentino entra como subtexto en la diégesis, mediante un chantaje por parte del yerno, quien sostiene tener pruebas de corrupción política del partido a nivel regional, y los desequilibrios psíquicos de su hija Marina, para quien las amenazas al Gobierno de un marido del cual se está separando no son su problema.

Eludir entonces la responsabilidad en los actos en coyunturas tan complejas, por parte de quienes, como la joven, se han beneficiado largamente, resulta ser sintomático de nuestras sociedades; donde obtener ciertas dádivas y escurrir el bulto, culpabilizar al otro de los propios errores y evadirse en los excesos personales o en el kitsch contenido en el altar de la esperanza, devienen estrategias colectivas a la hora de tomar decisiones y afrontar los problemas. El lastre constituido por Marina, a quien el padre, en una medida poco presidencial, hace venir hasta el lugar donde se desarrolla la Cumbre, y su círculo de poder trata con extrema cautela para tratar de evitar que se hunda en una nueva crisis, dificulta, simultáneamente, la toma de decisiones de Estado. Y al estallar la anunciada crisis, cuando ella lanza una butaca por la ventana de su habitación quedando seguidamente en estado catatónico, se reitera el modo como lo personal influye sobre lo público obstaculizándolo.

“Llevo quince años tratando de entender cómo, desde el poder, los políticos determinan nuestro destino”, le señala la periodista a Blanco cuando es su turno de entrevistarlo, espejeando dichas inquietudes, en una época de extrema volatilidad global, incrementada mediante la rapidez con la cual la información, verídica o manipulada, llega hasta los rincones más apartados afectando el equilibrio mundial. Esto, en un movimiento trasnacional, enraizado en los males de las naciones surgidas de los colonialismos históricos, que no han podido ser superados o entendidos, sino se han enquistado en nuestras sociedades dificultando el diálogo e impidiendo la formación de alianzas realmente beneficiosas, de las cuales irónicamente se hace eco La cordillera al ir exponiendo las turbias maneras como sus protagonistas deciden el futuro de los ciudadanos.

Esto queda patentizado en el acuerdo monetario entre Blanco y el enviado norteamericano, tras un regateo por el monto final consistente en varios billones de dólares. Una cantidad, subrepticiamente depositada en “una organización en Barbados, donde se negocian este tipo de acuerdos y en la que Argentina participa”, según el funcionario, para que el país la utilice como mejor le parezca. Corrupción en las altas esferas, con un tinte abiertamente nacionalista que mancha el compromiso de abrir fronteras entre las repúblicas del sur para beneficiarse mutuamente sin intervenciones extranjeras.

Una operación, imposible de realizar, al caer los países en la manipulación por parte de grupos exógenos a la región capitaneados por ese “vecino formidable” de José Martí, a quien consideraba “el peligro mayor de nuestra América”, y que aquí pactará separadamente con distintos mandatarios poniéndolos, simultáneamente, en una posición de rivalidad. Una estrategia, dable de crear más divisiones entre las naciones, pese a la afirmación del presidente mexicano, en la reunión final de la cumbre, de la necesidad de construir “una sola América” sin temor al que lleva las botas más grandes.

“No tengamos miedo de llamarnos América. Seamos América, una sola América”, afirma el mexicano. “¿Hace cuánto que ellos vienen diciendo que sí por nosotros?”, espeta Blanco, en un doble juego diseñado para cubrirse las espaldas frente al resto de países. “¿Dónde está Guatemala?, ¿dónde está Nicaragua?, ¿dónde está Honduras?”, interroga el presidente de Ecuador, como parte del montaje urdido por el vecino del Norte para despistar a los no alineados con él. “Es el momento de defender lo que construimos nosotros”, recalcará el mandatario brasileño, a fin de dejar a un lado a los centroamericanos, pues los sabe más fáciles de manejar por quien los ha transformado en sus repúblicas bananeras.

En la votación definitiva, solo México apoyará abiertamente una Alianza continental, mientras el grupo mayor, entre ellos Argentina, estará de acuerdo con incluir a Centro América y el Caribe en las reuniones siguientes, quedando así extendida la sombra estadounidense sobre la Cumbre sin que lo parezca. Porque la arrogancia del “vecino” —que no “hermano”, como enfatizó en la votación el presidente peruano— con que la despliega y se despliega, proviene de la seguridad de saberse “la realización de todo lo que los demás han soñado”, pudiendo así sobrevolar con ojo avizor sobre las deficiencias y debilidades de sus vecinos, aprovechándolas a su favor.

Los grandes angulares, y las panorámicas tomadas desde el aire donde la cordillera chilena, envuelta en un manto nevado, parece tener la nitidez y asepsia propia de los hospitales, le permiten al director contrastar lo límpido y luminoso del paisaje, con la fetidez de las operaciones desarrolladas bajo la luz artificial de salones y habitaciones por los que circulan quienes detentan el poder. Dos visiones siempre cambiantes de una América en que los contrastes dominan el devenir de los países y determinan el grado de empatía con sus vecinos. De hecho, La cordillera pone a negociar en una misma mesa a naciones favorecedoras de políticas neoliberales como Brasil, México, Perú, Chile y Argentina, con Venezuela, Ecuador y Bolivia, seguidores del llamado Socialismo del Siglo XXI.

Un escenario ciertamente fantasioso e imposible de concertar mediante una Alianza donde se jugaría, además, la participación en las explotaciones petroleras a nivel continental, que es otra de las condiciones de Blanco para aceptar la propuesta norteamericana; y dentro de la cual México y Venezuela, con estrategias diametralmente opuestas, buscarían el control por ser los países con las mayores reservas probadas del grupo.

La ficción contenida en el film de Mitre no le resta sin embargo veracidad a las premisas contenidas en la actuación de sus protagonistas, sobre quienes planea simultáneamente otra sombra, la de “la mayoría silenciosa”; ese pueblo ajeno a los entretelones del poder, pero cuyo silencio hiere como la navaja barbera de Federico García Lorca, hundiéndose en sus “carnes asombradas” cuando menos se lo espera, tal cual nos ha demostrado repetidamente la Historia.

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