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La construcción de la identidad “del otro” en el discurso museográfico europeo. El caso del museo del quai Branly en París

Regina Silveira, “To Be Continued… (Latin American Puzzle)», 1988

Hace unos meses tuve la oportunidad de ver en la exposición América Latina: 1960-2013 en la Fundación Cartier en Paris, la obra To Be Continued… (Latin American Puzzle) de la artista brasilera Regina Silveira. Hoy quisiera proponer esta obra como un punto de partida, para exponer ciertas inquietudes.

Silveira nos muestra de manera muy provocadora, un rompecabezas que está siendo construido a partir de un conjunto de imágenes vinculadas por una red de piezas negras. Quizás no haga falta ver el título de la obra para comprender que estamos hablando de una construcción hecha a partir de imágenes que parecieran remitir a realidades muy concretas y de otras, que han sido simplemente rellenadas por agujeros negros con el “legítimo” fin  de querer armar el rompecabezas.

En Latin American Puzzle, la denuncia es evidente: la identidad latinoamericana comprendida por “el otro” ha sido construida a partir de imágenes que, si nos detenemos a ver, parecen no ser más que estereotipos para referirse a la cultura latinoamericana como el Che Guevara, Pelé y el libertador Bolívar. ¿Quién es “el otro”? Tendría que afirmar con una intuición amarga que por cuestiones históricas y mediáticas, “el otro” podría ser en este contexto, la Europa protagonista de la ya conocida historia de las colonizaciones.

Más allá de todas las trabas que el-construir-la-identidad-del-otro pueda implicar, uno debería preguntarse cuál es el poder y el alcance que tienen esos estereotipos y cuál es la mirada que le otorga aquél que contempla el arte de las culturas no-europeas en los museos de Europa. Para ilustrar esta idea, Said abarcó el el eurocentrismo desde la doctrina del “orientalismo”. Este último es, según el autor, “una visión política de la realidad [cuya] estructura acentúa la diferencia entre lo que es familiar (Europa, el occidente, “nosotros”) y lo que es extranjero (el oriente, “ellos”)”[1]. Partiendo de este principio, todo es una red de generalizaciones que ha sido tejida en el juicio de aquél que se contenta con otorgarle “una cara” a lo desconocido, con el afán de rellenar un rompecabezas mental sobre “cómo está estructurado el mundo”.

El arte no queda exento. La producción artística de las “culturas orientales” [2] ha volcado en sí una manera de poseer la cultura del otro, al emitir juicios de valor sobre ésta desde las instituciones culturales. ¿Cuál es entonces el rol que deberían asumir los museos de civilización para evitar tal interpretación?

Pareciera que el inflexible discurso museográfico europeo está condicionado de antemano por todas las construcciones que han sido erigidas sobre las culturas no-europeas. Estas son especies de masas reducidas a sus áreas geográficas y no según las diversas realidades culturales que ahí coexisten. El museo del quai Branly en París, ha hecho grandes esfuerzos por alejarse del discurso “eurocéntrico”, pero hay todavía muchos restos de ese éste que son palpables en su colección permanente. En efecto, está organizada según los objetos de arte provenientes de los continentes no europeos (de por sí, la decisión de organizar de esta manera la colección, apoya la idea de ver las otras culturas según bloques estáticos, rezagando así un discurso en el que uno pueda ver todas las influencias y la circulación de formas que permitieron justamente la construcción de la identidad cultural respectiva).

El enfoque “eurocéntrico” se desarrolla también a la hora de referirse a los objetos de arte y al tener que “explicarle” al espectador por medio de fichas, la descripción del objeto y su función. Estas fichas empobrecen el significado real del objeto de arte y condicionan la interpretación del público. En cuanto a los recursos de mediación cultural, las consecuencias son más tenaces: al guía europeo que realiza las visitas le resulta difícil desapegarse, por su condición cultural, de una interpretación predispuesta. El peligro del eurocentrismo reside en el hecho de que los juicios de valor atribuidos a las culturas ajenas a la europea, son percibidos como verdades absolutas.

Al final, el que visita el museo sale convencido de que lo visto “es” la cultura asiática o la “cultura africana” y no hay un cuestionamiento post- experiencia museográfica. Los museos de civilización deberían ser los espacios en  que se instaure un diálogo de continua reflexión. El espectador tiene que salir del museo con una nueva sensibilidad despierta. El museo tiene que ser el tablero en que se van a sustituir lagunas mentales, materializadas en la obra de Silveira como piezas negras, piezas que correspondan a la imagen global que se quiera construir de la identidad “del otro” (si es que, en efecto, puede existir tal imagen).

 

[1]Edward SAID. “L’Orientalisme. L’Orient créé par l’Occident”. Paris : Editions du Seuil (2005). 579 paginas

[2]Aparentemente, las culturas orientales son, según la mirada eurocéntrica, toda cultura no-europea

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