La historia de un padre y un hijo es siempre el diálogo de dos fracasos: por un lado, la imposibilidad de comprender al padre y por el otro, la incapacidad de darse a conocer completamente. Entre ambos silencios, habita una búsqueda desaforada que convierte a cada uno en lo que es: perseguidor y perseguido, maestro y discípulo, seres diminutos tramando historias que no pueden confluir. Estos elementos componen la trama de la primera novela de Fabián Soberón, La conferencia de Einstein, reeditada recientemente por la Universidad Nacional de Tucumán. En ella, los opuestos se atraen para dar forma a una totalidad que ninguna de la partes puede reconocer.
Centrada en la narración de Ariel, un estudiante de ingeniería, que abandona la ciudad de Rosario en busca de su padre; la trama articula elementos de distintas procedencias: biografías de pintores, meditaciones sobre literatura y los retazos autobiográficos de un padre fantasmal, que parece exiliado de toda realidad.
Ariel llega a Tucumán donde uno de sus profesores lo toma como discípulo. Las conversaciones sobre matemática y la experiencia de la ciencia nacional le demostrarán, como en un teorema difuso, que todo lenguaje es inestable y que lo único cierto es la dimensión de poesía que hay en las cosas: como la belleza de una ecuación recién resuelta o un haiku de Basho. A cada paso, un misterio crece; ese misterio no es otra cosa que la condición necesaria de una narración para ser contada, su forma de enrarecer al mundo para devolver una realidad modificada. Esta es una de las virtudes de la prosa de Soberón, colocarnos en ese punto, donde lo inmediato es distante.
El profesor le recomendará que para continuar con la búsqueda consulte al astrólogo, un personaje obsesionado por las voces de los espíritus y las sociedades secretas. Mezcla de farsante y luminaria, el astrólogo lo llevará desde la Patagonia hasta Jujuy tras la huella de su padre, siempre a través de pistas inconexas como el canto de las ballenas, extrañas grabaciones que “hablan por él” y miembros de una sociedad que intenta fundar una contra-utopía, más bien, una utopía inútil que enseñe a los hombres a aceptar al mundo tal cual es, sin pretender cambiarlo.
Los “hallazgos” del astrólogo se asocian con la historia siempre interrumpida de la ciencia y la literatura en la Argentina: desde el discurso estrafalario de Guillermo Rawson sobre el movimiento de los planetas hasta la visita de Einstein en 1925; o las lecturas de un diccionario escrito por Rosas, hasta la fundación de un lenguaje nacional en el primer Mansilla. Son las etapas, como en las obras de Thomas Pynchon, de una novela pretendidamente ahistórica, que opta por desarticular los mitos fundacionales, construyendo un mecanismo que rompe, al mismo tiempo, que da cuerda al reloj.
Las conspiraciones y sociedades místicas con personajes en busca de un descubrimiento fabuloso o un milagro que los salve de la miseria (y de ellos mismos) constituyen, de alguna manera, el conducto secreto de la literatura argentina. Como afirmaba Ricardo Piglia, la figura de Roberto Arlt se constituyó como la sombra vigilante de la literatura nacional que opte por llamarse joven. Esta mirada ha sido el motor de distintas generaciones; y, a veces, también su perdición. Pero en esta novela, la marca de Arlt, quizás está en otro aspecto menos evidente. Como el padre que no se deja hallar, y que tal vez no existe, las conspiraciones secretas sólo son las marcas de un imposible, que se esconde constantemente, y por eso mismo nunca deja de provocar el deseo.
De allí, que la novela sea la historia de algo que no puede concluir, ni a través del astrólogo, ni a través de las lecciones de matemática invertida que imparte el profesor, ni la iniciación de un adolescente en el mundo de los hombres. Sino la frustración de todos ellos.
Soberón viene a presentarnos una novela original, que al mismo tiempo medita sobre un tema de larga data: lo nacional. Sus personajes parecen atravesados por un mundo inquietante, que se les revela sólo hacia atrás, en la búsqueda del pasado común. El pasado es lo que articula cada una de las historias en un sólo hilo conductor, que atraviesa la novela y le da sentido. La intención de uno de los personajes de traducir a Borges al spanglish, de leer desde América la tradición europea o la meditación crítica, que se realiza, sobre la obra de Cándido López, como pintor y precursor, pero sobre todo como un hombre enamorado de la guerra, están motivadas por la búsqueda de algo que no se les revela inmediatamente: ¿Dónde está el padre? ¿Quién era?
Como plantea La conferencia de Einstein, hay un lugar insondable para la crónica histórica y por eso toda tradición es una farsa o una traición. Eso no significa que no debe ser buscada, como dice el astrólogo, hasta en el eco más difuso del llanto de las ballenas. Con esa experiencia, la novela de Soberón ejerce una presión sobre el lenguaje y la historia.