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Claudia Kerik

INVITACIÓN A LA CIUDAD DE LOS POEMAS, UN MUESTRARIO POÉTICO DE LA CIUDAD DE MÉXICO MODERNA

De las ciudades quedará sólo el viento que pasaba por ellas

Bertolt Brecht

Aunque de las ciudades no quedaran rastros de aquello que las hizo memorables, las expresiones con las que fueron designadas, o los títulos que recibieran para ser honradas, estarán ahí siempre para decirnos que sobre ese montón de polvo existió alguna vez una gran ciudad. De la fama de la Ciudad de México como lujosa Ciudad de los Palacios (que desde un comienzo fue) quedará también la arquitectura construida por el lenguaje que La Ciudad de los Poemas pretende desde su título evocar. Tiene sentido, me parece, hacer memoria y convocar en su nombre otro momento de esta gran ciudad, acaso así puedan las palabras volverla a levantar, como un tributo necesario en una época como ésta en la que los cambios incesantes la podrían volver casi irreconocible.

El Muestrario poético de la Ciudad de México moderna reúne poemas en torno a la Ciudad de México con la intención de ilustrar una parte de su historia desde el ángulo exclusivo de la poesía. Aspira a ser una memoria poética de la capital mexicana en su ingreso a la modernidad, o una historia poetizada sobre la ciudad que abarca desde fines del siglo XIX hasta nuestros días, a través de un recuento de aquellos poemas que han dejado plasmada la transición de la metrópoli mexicana desde que fuera considerada un “pueblo grande” (todavía en 1937 Efraín Huerta la denominaba así), hasta llegar a convertirse en la megalópolis actual que muchos habitamos, de inmensas proporciones, superpoblada, y que rebasa de continuo su demarcación original. Una ciudad que representa un desafío a la imaginación de lo mesurable, pero que lejos de ser abstracta tiene una identidad clara, hecha de la suma de todos sus momentos y de la yuxtaposición de todas sus edificaciones en un solo paisaje, susceptible de cambiar según el ángulo de visión que tomemos para observarlo. En la era de la globalización en que todo se desdibuja, en que los rasgos particulares se desvanecen y se acentúa la ilusión de pertenecer a un mundo indiferenciado, lo inconfundible merece más atención. La Ciudad de México la ha merecido siempre, basta sólo con apelar al relato de su fundación para recordar que no se trata de cualquier lugar y que no ha sido erigida sobre cualquier sitio. Fue consagrada aquí y así por alguna razón. Su herencia antigua la distingue y le confiere un perfil único que estará presente aún en su proceso de modernización, un rasgo relevante que la identificará hasta el día de hoy, pues la ciudad fue cambiando sin haber terminado de asumir del todo su pasado y sin haber logrado “digerir” su propia historia. La poesía mexicana revela muchos matices de esa transición inacabada, asumiendo en la voz de sus poetas una forma de consciencia sobre la urbe.

La selección de textos que conforman esta antología busca desplegar una galería de imágenes que consigan reflejar la transformación que tuvo el paisaje urbano y la forma misma de habitar esta ciudad. Aunque el cambio se haya percibido de una manera repentina, en realidad ocurrió paulatinamente, y muchos poetas —sin saberlo— dejaron en su obra un testimonio puntual de una parte de ese proceso. Inspirada en la concepción de Walter Benjamin que sugiere que “toda época tiene un lado vuelto hacia los sueños, el lado infantil”, he intentado reconstruir “la infancia” de la Ciudad de México como capital moderna, a través de algunos de los poemas en los que quedó resguardada su estela y en los que perduran reminiscencias de su transición hacia la ciudad que hoy conocemos. El pasado no sólo está almacenado en los datos fríos y ordenados, sino también en el inventario desordenado de las imágenes subjetivas de la vida urbana que aguardan para ser reconocidas por el lector. En las redes del poema permanece una visión de algo que se esfumó, el retrato de un escenario que ha cambiado de decorado. Y la configuración del lugar quedó protegida por las palabras que se usaron para nombrarlo, ellas son las que custodian (no menos que las imágenes) una información por demás valiosa, pues el lenguaje es un depósito seguro de todo lo que acontece; conserva latente la vitalidad de su origen, y a veces hasta es posible seguir el itinerario por el que nos conducen las palabras y descubrir la vida que está contenida en ellas. Esto es evidente en el caso de la nomenclatura de algunas calles que mantienen encapsulada la historia de nuestra ciudad.

Para poder viajar hacia el pasado tomando a la poesía como documento del devenir citadino, ha sido necesario idear un camino que condujera al lector hasta los primeros instantes que marcaron el paso de una época a la otra y recuperar la emoción con que se vivieron ciertos eventos, un tránsito que generalmente se percibió como un cambio abrupto de paradigmas y que produjo, por tanto, una nueva sensibilidad. Pero esta sensibilidad no sólo se puso de manifiesto de un momento a otro, sino que ha estado presente como una disposición en permanente adecuación a lo largo del siglo, en paralelo a los cambios incesantes operados en la ciudad. De manera que el esfuerzo de estar incorporando experiencias se irá volviendo inherente a la poesía de la capital mexicana. De hecho, lo ha sido para todas las poéticas urbanas desde su origen. Walter Benjamin meditó in extenso sobre ello en sus trabajos en torno a Baudelaire, quien fuera considerado por él como el primer poeta que dejó registrado el acto de desconocer repentinamente el espacio en el que nos movemos de manera habitual. Al hacerlo, convertiría en pauta para la poesía de la ciudad moderna justamente ese sorpresivo extrañamiento que produjeron las remodelaciones sucesivas del entramado urbano, haciendo del poeta un espectador del cambio y un portavoz de la condición del ciudadano común, como un ser obligado a habituarse a la perenne enajenación. Su mirada dejaría confirmada la predisposición natural del poeta de la ciudad moderna para fijar en el poema lo que no tardará en desvanecerse de la realidad.

En la Ciudad de México casi todos los días debemos entrenarnos para alguna novedad que implique una modificación en nuestros hábitos de percepción. La poesía mexicana ha dejado constancia de esa práctica (que la modernidad ha vuelto casi en regla), en ocasiones deformando nuestra idea compartida del lugar, un esfuerzo que, sin embargo, es digno de tomarse en cuenta a la hora de conocer un período específico. Podremos conocer la historia de nuestra capital a partir de las vivencias que suscitó, y a través de ellas se nos revelarán, en ocasiones, datos precisos sobre su pasado, porque la poesía puede ser fiel a la verdad de la ciudad aunque no sea objetiva a la hora de representarla. Los cuadros que presenta nos comunican, en esencia, una visión siempre sincrónica de la vida urbana, ya que el lenguaje es un vehículo transmisor no sólo de significados sino también de tiempos. El poeta es además un testigo que nos ilustra sobre la ciudad aunque hable de sí mismo y no siempre lo haga a través de referencias directas o pronunciándose a consciencia sobre el lugar, sino colocándose con frecuencia en él, como en un escenario donde transcurre la trama de su vida. Los poemas, por eso mismo, pueden ser susceptibles de abordarse como documentos históricos confiables toda vez que atesoran un registro de la ciudad como espacio público, pues algo de ésta debe ser reconocible, entretejida como aparece entre los materiales del texto. La poesía es por lo tanto un género apropiado para explorar el perfil cambiante de la ciudad en el tiempo, pues como una forma de expresión cifrada en el lenguaje privilegia un modo diferenciado de atención hacia su objeto. Y aunque el poema pueda llegar a resultarnos “inexplicable” —como señaló Octavio Paz—, no por ello será “ininteligible”, siempre nos estará comunicando algo.

Por otra parte, el escritor tiene a su disposición un capital de palabras que la ciudad misma le provee, porque el espacio urbano es en sí mismo un ámbito constituido por palabras que el poeta puede reproducir en el marco del poema. Vivimos rodeados de un «mundo legible»: los nombres de las calles, los anuncios publicitarios, los espectaculares en lo alto de los edificios, los carteles de los negocios, las rutas de los camiones, las estaciones del Metro o Metrobús, etc. No por casualidad en 1913 Apollinaire escribió: “Gritan las inscripciones carteles y paredes / Las placas los anuncios como si fueran loros”, recreando en su poema Zone una zona de su ciudad. Walter Benjamin afirmó que esta nueva condición urbana, la cual es consecuencia de “la invasión de las letras de imprenta”, convirtió a la ciudad en un “cosmos lingüístico”, pues a partir de las denominaciones de las calles, las palabras ordinarias adquirieron “la nobleza del nombre”, consiguiendo una jerarquía inusual que dio pie a un entrecruzamiento multiplicado de sentidos. La naturaleza densamente textual de la ciudad moderna es previa a la literatura que se ocupa del tema y, como su a priori, conforma uno de sus más evidentes puntos de partida, pero no es el único, pues no sólo por las denominaciones que lo aluden es posible identificar un lugar. Y aunque el “laberinto de nombres” que las calles de la ciudad producen constituya a todas luces un llamado de atención sobre el lenguaje que designa a la urbe, el poeta elegirá su propia estrategia a la hora de recrear ese espacio previamente articulado también por palabras.

En el caso de la Ciudad de México, dicho “entramado lingüístico” —característico de todas las metrópolis actuales— adquirirá una dimensión reverberante propia de las ciudades antiguas, pues las designaciones de muchas de sus calles no sólo denotan un sitio en el presente, sino que a veces preservan una parte de su más remoto sentido y nos conducen (casi) directamente hasta la Gran Tenochtitlan. Algunas calles de la capital han conseguido sólo así resistir el paso del tiempo, manteniendo intacta la identidad del lugar, aunque paradójicamente la ciudad haya eliminado la marca de su pasado. El poeta ha podido sacar provecho de esta condición de nuestra historia urbana, y al convocar alguno de estos nombres, sembrar en el poema (a veces sin saberlo) la memoria de un tiempo que recobrará una parte de su sentido cuando un lector atento la recupere en su lectura. Pero no hará falta mirar hacia el pasado, ya que el propio presente también ha envejecido rápidamente. Tan sólo en pocas décadas algunas avenidas cambiaron varias veces de denominación. Parecerá por ello que los poetas caminan por calles distintas aunque se ubiquen siempre en un mismo lugar, pues una sola calle podrá ser representada con sus nombres sucesivos. Lo mismo ocurrirá con los monumentos que sirvieron para identificar zonas enteras de la capital (de la cual se habían vuelto sus emblemas temporales) y que fueron desplazados del sitio sobre el cual estuvieron proyectando su presencia. Al insertarlos en el poema, el poeta nos estará instruyendo sobre su destino. De esta manera la poesía siempre estará marcando la hora exacta en el reloj de la historia capitalina, ofreciéndonos instantáneas puntuales, aunque la propia ciudad ya no guarde correspondencia con los datos contenidos en el poema. El poeta será por eso mismo quien rescate a la ciudad del olvido natural en el que la ha sumergido una era de cambios permanentes. La rescatará incluso cuando no pretenda hacerlo, por la propiedad esencial del lenguaje que mantiene en su interior la «huella» de otros tiempos, pero también al colocarse en un escenario que ha desaparecido de nuestra vista. Los poemas nos servirán para localizar un trazo urbano perdido al conservar, como en un mapa antiguo, las pistas del pasado reciente o lejano de la ciudad. Al recoger en la lectura las señales de ese otro momento de su historia, estaremos haciendo posible el cumplimiento del dictado benjaminiano que es mérito del flâneur: que a su paso logra traer de regreso “un tiempo que se encontraba desaparecido”.

La ciudad moderna continuamente cambia y actualiza sus referentes (Octavio Paz la definió como “novedad de hoy y ruina de pasado mañana”). Los poemas generalmente nos revelarán su antigüedad cuando aludan a un sitio cuyas señas de identidad ya no podamos identificar. Como portadores de un mensaje que contiene “l’air du temps”, muchos nos parecerán anticuados justamente porque ya no reconoceremos en ellos nuestro presente capitalino, ni tampoco un estilo que nos remita a nuestra propia noción de actualidad literaria. Habrá que traspasar esa barrera con la consciencia de que, en su momento, aquello sobre lo cual el poeta se pronunció traía consigo el sello de lo nuevo. Como en una caja de resonancias que puede reproducir un repertorio de emociones que le pertenecen a otra época, el poema conseguirá transmitir en una escala sui generis cómo se percibía antaño la ciudad. Y lo hará casi siempre conduciendo al lector a la esfera de lo privado e invitándolo a permanecer en ella, gracias a la garantía de un conocimiento adicional que obtendremos al entrar en su mundo y formar parte de él. La ciudad nos pertenece a todos, pero el poeta la hace suya al convertir en personal una experiencia común y le confiere un valor al exaltarla: todos cruzamos la calle pero cada uno la cruza a su manera. Siendo las grandes ciudades actuales el sitio ideal del anonimato, donde todos nos perdemos entre todos, la poesía logrará oponer a esa condición típicamente urbana la figura del que se resiste a desaparecer, a partir de su retrato singular de un espacio compartido. La Ciudad de los Poemas es por eso mismo un muestrario de huellas urbanas, una colección de impresiones de la ciudad en la memoria de su innumerable quién, un registro mnemotécnico del paso del tiempo en la capital mexicana a través de la voz de algunos de sus poetas. No es formalmente un Archivo Histórico del Distrito Federal, pero podría constituir una parte de su archivo íntimo, pues ofrece un inventario de escenas de la vida cotidiana de la Ciudad de México que tuvieron lugar en el salto repetido de un siglo a otro (del XIX al XX y del XX al XXI). Sus poetas nos han ido entregando el testimonio de una personalísima percepción de un lugar que todos compartimos, y al hacerlo, cada uno de ellos nos ha enriquecido con una página que promete completar la valiosa historia de esta ciudad.

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