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La ceguera de los sabios

Creen muchos que incendiando la pradera el régimen venezolano va a caer, y cuando digo muchos, me refiero a cientos de miles de ciudadanos.. Eso no es necesariamente cierto. A pesar de las inmensas protestas callejeras, que excedieron el número que según lo refirió recientemente John Magdaleno, se necesita para generar suficiente presión social (que de acuerdo al experto, debe ser alrededor de un millón de personas en nuestro caso), la élite se mantiene firme, y de facto, ejerce impíamente el poder político, aun después de la muerte de Hugo Chávez.

Las protestas, no obstante, incomodan a la élite, y en general a los regímenes dictatoriales, y por ello, la brutalidad de la represión resulta proporcional a la magnitud de la protesta. Es la razón por la que, rebasado un límite (ese número referido por Magdaleno), los órganos encargados de reprimir pueden dudar, pueden negarse a proceder, porque la exposición de la masacre sería escandalosa (y no por motivos éticos). Máxime en un mundo como el nuestro, donde miles y miles de celulares registran «in situ» todo en todo momento.

Por otro lado, en estos días la Conferencia Episcopal Venezolana emitió un comunicado, interpretado a grandes rasgos con la mediocridad y miopía propias de la polarización reinante. Si bien pudo ser ambiguo (más por razones de redacción que por una intención oscura), deja en claro que el llamamiento a la abstención sin una estrategia alterna resulta en cierto modo, ingenua y a juicio del clero venezolano, irresponsable. Soy de la opinión que votar en estas condiciones, reconocido en la carta de los jerarcas eclesiásticos venezolanos, es inútil y que, tanto como las protestas, ya se ha ensayado antes con resultados prácticos bastante pobres, incluso en el 2015, cuando obtuvimos la mayoría calificada en la Asamblea Nacional. Sin embargo, concuerdo con los sacerdotes, abstenerse sin otras acciones que acompañen la renuncia al voto es, como ya se dijo antes, cándida y sin dudas, imprudente. Es, de algún modo, insuficiente.

Tanto la abstención como las protestas callejeras han sido ensayadas por los líderes opositores, que en su mayoría crecidos durante el régimen democrático (1958-1999), carecen de la garra para enfrentarse a un modelo que acaso conocieron referencialmente. Seguramente por ello, aun después de muerto el mandamás de este tinglado, la élite se mantiene aferrada al poder, sin que de este lado pareciera haber visos de poder resquebrajar la robustez de la dictadura.

Entonces, ¿qué hacemos? Polarizados, no solo entre chavistas (que son franca minoría) y opositores (que incluye a los chavistas disidentes), sino también entre opositores, no entendemos que la solución de la crisis no es un tema binario. La solución tampoco se encuentra en manuales o recetas, ni en fórmulas mágicas de druidas y hechiceros; que en la ciencia política tanto como en otras, los casos de librito, esos netamente teóricos, son extremadamente raros. En treinta años de ejercicio del derecho, no he visto más de dos o tres. Las transiciones – y me refiero, obviamente, a mucho más que un mero cambio de gobierno – se construyen. Y bien decía Mandela: la lucha no la define la bonhomía de los líderes, sino el contexto en el cual ocurre.

No es un secreto que a la dictadura de Maduro la soportan potencias extranjeras, que, debo aclararlo, son ajenas a nuestra herencia cultural y nuestra tradición histórica (les guste a unos o no a unos cuantos necios antiyanquis, Venezuela es una nación con recias raíces judeo-cristianas como resultado de nuestro desarrollo como nación). Irán, Rusia y China se valen de Cuba y Venezuela para tener una cabeza de playa en el Hemisferio Occidental. No es pues, soplar y hacer botella. Aunque tenemos el hábito de imaginarnos como el ombligo del mundo, en este juego solo somos fichas prescindibles, como lo es – y fue – Cuba.

Una invasión estadounidense es poco probable. Aun si repite Donald Trump en la Casa Blanca (como ya lo ha manifestado voceros afines al actual mandatario estadounidense). No ha actuado porque ni tiene mayor interés ni va a enemistarse con los jefes de gobierno y presidentes del resto del continente, que temen un precedente como ese. Pero no imagine que para Washington no es un tema. Lo es, no tanto por la migración masiva de venezolanos hacia otras naciones (especialmente Colombia y Brasil) o por ser un tumor socialista en el hemisferio, que lo es; sino porque sirve de cabeza de playa en este lado del mundo a enemigos de occidente, el condominio en el que también conviven los estadounidenses (y los canadienses).

A estas alturas del texto, no lo dudo, muchos ya creerán que no hay salidas, porque, como ya dije, cegados por la polarización no ven la gama de tonos y colores entre el blanco y el negro, en la infinidad de opciones posibles. La oposición toda debe pactar internamente, y cuanto antes, para construir un genuino frente capaz de forzar a la élite a unas negociaciones reales, serias y que efectivamente conduzcan a alguna solución.

Hoy por hoy, Maduro carece de razones para negociar nada. Está sólido en el poder, firme, sin amenazas reales. No obstante, de este lado no solo hay una ingente masa ciudadana harta del chavismo, sino que cuenta esta con el apoyo de más de medio centenar de gobiernos, algunos de ellos más poderosos que los aliados de la Venezuela chavista… ¿o debería decir sus ocupantes? El liderazgo opositor no puede desaprovechar esta ventaja. Por ello, urge pactar un acuerdo unitario que no solo contemple el cacareado (y necesario) cese de la usurpación, sino la viabilidad del gobierno transitorio y los que luego resulten de unas elecciones libres. Y urge porque mientras millones padecen penurias indecibles, la dictadura colma espacios, se apropia de todos… y de todos.

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