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La casa de las flores

No hay nada más seductor que descubrir los secretos de una familia disfuncional, especialmente si se trata de una familia rica de Las Lomas, en Ciudad de México. Este es el caso de los De la Mora, compuesta por doña Virginia (Verónica Castro), la matriarca dueña de una florería conocida como: La casa de las flores, la nueva serie de Netflix. Paulina (Cecilia Suárez) es la hija mayor y la que contiene la patología de su madre y hermanos, divorciada de un transexual; Elena (Aislinn Derbez), la sentimental, enamorada de un afroamericano, y Julián (Darío Yazbek Bernal), un bisexual indeciso quien sufre las 24 horas del día por no saber si casarse con Lucía o con Diego. El padre, llamado Ernesto (Arturo Ríos), es dueño de una doble vida la cual provoca que surjan todos los conflictos que guarda esta familia.

La historia empieza con el suicidio de Roberta (Claudette Maillé), segundo frente de don Ernesto y dueña de un cabaret cuyo espectáculo está a cargo de travestis que imitan a Paulina Rubio, Yuri y Amanda Miguel.

Confieso que durante los primeros capítulos tuve muchas resistencias para continuar viendo una serie totalmente atípica. Sin embargo conforme transcurrió la historia me fui interesando de más en más, en especial cuando apareció María José, personaje transexual interpretado magníficamente por el español Paco León (su peluca es maravillosa). Hemos de decir que Manolo Caro, como dice el escritor Sergio Almazán: «nos presenta problemas actuales que ayer eran tabúes, como la homosexualidad, la doble moral, las adicciones, el racismo y la homofobia». Por lo que a mí respecta nunca había visto, en un melodrama mexicano, una escena homoerótica. Tampoco había visto a una señora de Las Lomas fumar marihuana, y ver a una pareja transexual besándose. Estos temas eran sin duda impensables en una sociedad tan conservadora como es la mexicana. He allí el acierto del guion escrito de Manolo Caro, director de teatro y autor de películas como: «No sé si cortarme las venas o dejármelas largas».

A Caro, «le interesa la forma en que se comportan, cómo tienen un marco moral absolutamente maleable y cómo el poder tiene una forma de acomodarse a lo que más les conviene. La mentira es una herramienta que prevalece entre ellos. Pero pese a todo, hay una raíz profunda en lo familiar. Esa complejidad y sus contradicciones es lo que le llama la atención y su perspectiva es realmente interesante y profunda», dice Cecilia Suárez.

Siempre he pensado que Verónica Castro tiene algo especial, es una seductora profesional, es la reina de las telenovelas y la inolvidable protagonista de Los ricos también lloran. Ahora que interpreta a una nueva rica: cursi, arribista, manipuladora, operada, enjoyada, obsesionada por el qué dirán y, a la vez, víctima de sus propias mentiras, me sorprendió su creíble interpretación. Como diría Pita Amor en su obra “Yo soy mi casa”, la residencia de doña Virginia es igualita a ella. La señora De la Mora lucha todos los días por el reconocimiento social y por las apariencias. Todo lo que hace, según ella, es por amor a su familia. Sus frases son de la típica mamá mexicana: «Algún día dirás: cuánta razón tenía tu madre».

Cecilia Suárez sale como la típica «niña bien», quien aunque se empastilla y parece estar siempre en la luna, está más que consciente del caos de su familia y cuyo único objetivo es salvarla de la desgracia y del desprestigio. Gracias a su espléndida actuación nos damos cuenta que en su personaje recae todo el peso de la historia.

¿Por qué será que todo el mundo habla, bien o mal, de esta serie? Por atrevida, porque hay mucho sexo, porque es la caricatura de la sociedad mexicana con todos sus defectos, por el lenguaje visual, por el formato y porque rompe con esquemas tradicionales. No es aspiracional, no intenta ser moralista y no es un melodrama. Es una comedia con mucho humor negro, donde no hay buenos ni malos. Todos son responsables de sus actos. Qué lejos está esta serie de las películas de los hermanos Soler, de Sara García y de Evita Muñoz Chachita. Esta es una propuesta moderna, contemporánea dirigida a los millennials.

He aquí un nuevo estilo de hacer y de ser familia muy a la mexicana. Gracias a los trece capítulos de La casa de las flores, llegamos a la conclusión que afortunadamente ya no existen «las familias azucena» sino todo lo contrario.

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