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La camorra literaria (parte II)

Un romance… a balazos

Los protagonistas de esta historia son dos cimas del simbolismo francés: Rimbaud y Verlaine. Aquel había escrito a este una carta con poemas suyos, ante los cuales Verlaine quedó tan intrigado que lo invitó a su casa de París, donde vivía con su esposa. Al cabo de un tiempo, Rimbaud se aficionó al opio, con lo cual a Verlaine no le quedó más remedio que correrlo.

Con el paso de las semanas, no obstante la distancia, ambos concitaron un turbio romance que los condujo en una desaforada huida a Londres. Allí, las calamidades del exilio hicieron insoportable para Verlaine el temperamento de Rimbaud, así que marchó a toda prisa a Bruselas, a donde fue seguido por Rimbaud. Llevadas las cosas al extremo, y con algunas copas de más, Verlaine decidió cortar de tajo el asunto disparando a la muñeca de su amigo.

A Verlaine lo condenaron a dos años de prisión, y Rimbaud se recluyó en una granja a terminar de escribir Una temporada en el infierno.

 

Allende y Bolaño

Para nadie es un secreto que Roberto Bolaño no digería a su colega y compatriota Isabel Allende. No fueron pocas las veces en que lo demostró. En una ocasión dijo: «Puestos a escoger entre la sartén y el fuego, escojo a Isabel Allende», y en otra más: «Me parece una mala escritora, simple y llanamente. Ni siquiera creo que sea escritora: es una escribidora». La acusaba de ser una copia de García Márquez y de hacer literatura kitsch. Por su parte, con ocasión de la muerte de Bolaño, Allende se limitó a decir: «Bolaño hablaba mal de todo el mundo. Era una persona extraordinariamente conflictiva que nunca dijo nada bueno de nadie… Es un buen escritor que desgraciadamente murió, pero eso no lo hace mejor persona».

 

«El burro menos burro, el burro más odioso…»

Hacia la década de 1920 se daban cita en la Residencia de Estudiantes de Madrid varios de los jóvenes que más tarde conformarían la Generación del 27: Salvador Dalí, Luis Buñuel, Federico García Lorca, Pepín Bello, etc. Ya creciditos y frisando los treinta, en 1929, Dalí y Buñuel decidieron que había que hacer tronar la prensa madrileña y pensaron en atacar a una figura emblemática de la cultura española. Metieron en un sombrero dos o tres nombres y sacaron uno al azar: Juan Ramón Jiménez. Ni cortos ni perezosos, redactaron y enviaron esta joya al poeta andaluz y futuro Nobel de Literatura:

Nuestro distinguido amigo:

Nos creemos en el deber de decirle —sí, desinteresadamente— que su obra nos repugna profundamente, por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡¡Merde!! para su Platero y yo, para su fácil y malintencionado Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con que hemos tropezado.

Y para Ud., para su funesta actuación también:

¡¡¡¡Mierda!!!!

Sinceramente:

Luis Buñuel – Salvador Dalí

Lo más estrambótico de todo es que el dúo había visitado a Jiménez el día antes, y este había sido un afectuoso anfitrión para con ellos. No fue tardo el autor del asno más famoso de la literatura española, y respondió con dura elegancia:

Mis muy «surrealistas» y muy conocidos:

Estoy completamente de acuerdo con ustedes y con el tercero que se oculta con ustedes: cuanto yo he publicado hasta el día no tiene valor alguno, y me avergüenzo, lo he dicho muchas veces, de la mayor parte de mi obra escrita; y cuanto puedan ustedes decirme de ella me lo he dicho yo con mi propio léxico, aun cuando, por desdicha mía, y según dicen constantemente los críticos de ambos sexos y del otro sexo de ustedes, haya salido de ella la mejor parte de la escritura actual española e hispanoamericana en verso y prosa, lírica y crítica. Pero ustedes son, además de unos surrealistas, unos majaderos y unos cobardes. Porque al escribir en esa jerga francocatalana, ni siquiera saben ustedes ponerse a hacer en español sus más imperiosas necesidades; porque para mí «merde» no es nada; y, además, porque ustedes saben de antemano que yo no puedo contestarles en esa lengua trasera que es la palabra propia de ustedes. No iba yo a cometer la ridiculez tampoco de enviarles mis padrinos masculinos, femeninos ni «manfloritas» como les dicen a ustedes en mi Moguer. También sabrán ustedes que mis amigos se alegran mucho de su carta y juzgan que ustedes han hecho bien en expeler en ella el vivo retrato de los dos.

Gracias de este admirador de sus técnicas.

J. R. J.

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