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Francisco Martínez Pocaterra

La burbuja de los tontos

Las luces de neón titilan. Los restaurantes reciben comensales, y los parqueros estacionan los autos. Los food-trucks se apostan en una feria gastronómica en la plaza Alfredo Sadel y en ella se reúnen los más informales, porque la casualidad de las ofertas no se corresponde con sus precios. El bullicio recuerda esas noches de viernes, en la década de los ’80, cuando en Venezuela el dinero abundaba. Más allá de sus calles, la Río de Janeiro, epicentro de los tenderetes navideños, la París y la Londres, abigarradas con restaurantes costosos, está la sombra de una noche que nos cayó de súbito una tarde de diciembre hace 22 años contrasta con la fiesta que bulle en Las Mercedes.

Antes se nos decía – y con sobrada razón – que Venezuela no se reducía a Caracas, hoy les digo yo, mucho menos a Las Mercedes.

Si miramos la vida de los habitantes de El Alambre, Palenque, Tapipa o El Clavo, en su mayoría caseríos desperdigados a orillas de las carreteras, cuando no, monte adentro, como Guadalupe, ese festín en Las Mercedes nos resultaría grotesco. Aún más, sin llegar a adentrarnos en la provincia depauperada de este desdichado país, recorriendo las callejas de El Guarataro, de Monte Piedad o San Agustín del Sur, esa orgía de dinero en la ribera más bulliciosa del Guaire tañe distante.

Bien lo sé, en todas partes hay áreas más ostentosas que otras. No soy ingenuo, ni tan provinciano, como sí lo parecen quienes se dejan encandilar por las marquesinas de la avenida Principal de Las Mercedes, como si unas pocas calles fastuosas fueran señal de prosperidad. Sin embargo, el lujo venezolano, charro, grosero, propio de quien se ha enriquecido sin esfuerzo, de la noche a la mañana y casi por azares del destino, se concentra en lo que hoy es el foco del boato caraqueño, mientras el hambre y las penurias empantanan al resto del país. No se trata pues, de una zona exclusiva, como lo podría ser cualquiera otra en Nueva York o París, Bogotá o Buenos Aires, sino de una auténtica burbuja de lujos en un océano de penurias.

¡Y aún hay quienes ven en Las Mercedes alguna suerte de recuperación económica!

La ENCOVI de la UCAB para este año arrojó datos muy contundentes: más del 80 % del país es pobre, muy pobre. Aterricemos, pues.

Creo yo, decepcionado de tantos eruditos que analizan la realidad de sus pequeños guetos, que es más fácil – o menos doloroso – asumir que ese otro gueto, el del escaso porcentaje capaz de llevar una vida que en otros países sería corriente, supone alguna suerte de evidencia de sanación económica. Yerran ellos, que, cegados por su soberbia incapacidad para reconocer sus propios errores, prefieren encandilarse con los templetes y no ver el llanto de las madres que no pueden llevar comida a sus mesas, o la horrenda tragedia vivida por unos niños en El Tigre.

Podremos creer que en el eje Chacao-Baruta-El Hatillo hay mejoras, porque ranchos, los hay pocos. Viven sus habitantes, de algún modo, alejados de la gran urbe, de la que a diario se apelmaza en el Metro y trepa como puede en autobuses destartalados, de esa destruida por la desidia de una élite que, como el bachaco, llegó para comerse hasta las raíces de los mogotes, y del campo fértil que eran estas tierras nuestras, dejar un suelo yermo, surcado por los azotes que impíamente le fustiga la resolana brutal del trópico. Imagino que algo semejante ocurrirá en San Diego, en Lecherías, en el este de Barquisimeto… Pero…

Venezuela colapsó. Esta tierra de gracia que alguna vez fue promesa de desarrollo, en manos de la más negligente e irresponsable caterva de mandamases que la han regido, devino en un sueño truncado. Dirían unos, más francos que yo y por ello, sin eufemismos, en un mierdero.

A mi juicio, y aunque usted no lo crea, no sabe cuánto rezo por estar equivocado, asumen erradamente los tontos que en un país asolado como este, destruido hasta sus cimientes y del que apenas restan los despojos de unas estructuras ruinosas, la institucionalidad democrática puede allanar rutas para la reconstrucción. Encerrados en la burbuja de Las Mercedes, mientras comen hamburguesas de treinta dólares y gastan tres y cuatro mil dólares en chucherías navideñas (lo he visto, por si acaso creen que exagero), el ochenta y tanto por ciento se hunde en un lodazal inmundo de penas.

No, no existe tal recuperación económica. Hay una casta de socialistas, que vocean duro cuando comparten la pobreza con la gente común pero una vez en el poder fácilmente se ceban con sus prebendas, que concentra los dólares que por ser este, nuestro país, una enorme lavandería de dinero mugroso, entran por las trochas, esas mismas que han servido a más de seis millones de compatriotas para huir de lo que es una horrenda pesadilla.

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