En el artículo anterior hablamos acerca de la maldad en la telenovela latinoamericana y esta semana hablaremos de la bondad. Decíamos que en la telenovela la maldad deja de ser una categoría ética, para convertirse en una categoría estética. Es decir, la presencia del mal en esos productos no tiene el propósito de servir como lecciones morales al estilo de las fábulas o como reflexiones acerca de ese tema, sino que más bien buscan producir en el espectador cierto placer al presenciar esa exagerada (kitsch) maldad de la villana. Al inflar lo oscuro del actuar humano hasta convertirlo en una especie de caricatura, el espectador tiene la posibilidad de sufrir junto a la protagonista y así lograr ese placer que según Edmund Burke sentimos todos cuando nos regocijamos en la empatía que sentimos, o por decirlo de otra manera nos regocijamos en nuestra propia bondad (Al compadecernos de la protagonista, nos apercibimos de lo buenos que somos). Además, esta inflada maldad sirve de contraste para resaltar la también exagerada bondad de la protagonista. Es así como toda telenovela pudiese ser definida como un todo que se compone de opuestos compenetrados e interdependientes: un ying y yang.
Ahora bien, ¿qué forma toma la bondad en la telenovela latinoamericana? Yo diría que toma la forma de ingenuidad. La protagonista buena usualmente viene de un alejado pueblo o de un pequeño reducto de la ciudad (en el caso de la telenovela venezolana o mexicana este reducto suele ser el barrio) en el cual ella se ha mantenido incorrupta e inmune a todas las tentaciones que implica la ciudad. La heroína más que buena es incorrupta; es decir, su bondad proviene del hecho de que ha sido protegida (usualmente por cuidadores que la han adoptado como es el caso de la madrina de Rosa en la telenovela mexicana Rosa Salvaje (1987) o los abuelitos de Marimar (1994)). Una prueba de que su bondad es pasiva es el hecho de que en ambas telenovelas mencionadas la protagonista termina sufriendo una mutación a la hora de pasar de pobre a millonaria. La dulce Marimar se convierte en la dura Bella Aldama y la ingenua Rosa descubre que es hija de la acaudalada Paulette Mendizábal, gracias a lo cual logra una transformación que la convierte en una mujer de carácter fuerte. En ambos casos la dulzura da pie a una personalidad que si bien no puede ser definida como mala, sin duda se aleja del personaje angelical que era al principio.
Al igual que la maldad, la bondad en la telenovela es exagerada y raya en lo kitsch. Pero a diferencia de lo estético de la maldad, la bondad sí es una categoría ética. Si algún mensaje se pudiese extraer de la telenovela latinoamericana de los ochenta es el hecho de que la bondad es preferible a la maldad y que esta siempre trae consigo premios, los cuales se ven con claridad en el capítulo final. ¿Y cuál es el premio máximo? Al tener como heroína a una mujer que busca el amor en una sociedad conservadora, la máxima aspiración es la que ocurre en ese último capítulo: una boda. Como ya dijimos en el artículo anterior, el nudo de la trama telenovelesca es siempre romántico, por lo que su resolución pasa por la unión (siempre en ese tan esperado capítulo final) de la heroína con el galán en una boda eclesiástica. Una telenovela sin boda en su capítulo final, siempre defraudará.
Bondad y maldad son dos caras esenciales de la telenovela. Ambas hacen falta, pues las historias usualmente se desarrollan en esa tensión entre la maldad (encarnada en la villana o el villano) y la bondad (encarnada en la heroína). Es esta tensión la que permite que cada capítulo termine en la tensión reflejada en la pregunta, ¿quién ganará? Y aunque todos sepamos que esa es tan solo una pregunta retórica cuya respuesta ya sabemos, eso no importa pues los espectadores de las telenovelas ya sabemos que estamos jugando un juego cuyas reglas están muy claras. Pero aún así, es un juego divertido que ha atrapado y seguirá atrapando a millones de espectadores cada semana.