Jesús despertó convencido de que al afeitarse resucitaría en un hombre autónomo. En ese mismo segundo, tras deshacerse de tanto pelo ordinario, también se irían por el lavamanos los vicios de los siete días pasados. Sin más ni menos martirio, fijó la fecha para el lanzamientos del nuevo mundo que habitarían él y sus mejillas ya tersas. Y se titularía: “Aquí y Ahora”.
Una misión laboriosa como la que se propuso Jesús requiere de precisión: cada sección de pelo aloja patrones, ideas que surgieron ante el mismo espejo que, con afinco y disciplina, él logró reafirmar; algunas, retenidas en lo más hondo de su barba, sujetas con ahínco a su barbilla. Conductas repetidas y sobrepuestas que han ocultado su rostro durante años –quizá siglos– perderían el cariz, el rumbo definido en tiempos prehistóricos.
Veía ante él las baldosas del baño restaurarse, los azulejos reviviendo sus colores. El techo que lo resguardó sobrevolar Los Feliz y retornar en tejas terracotas como las de la casa donde nació; porque, precisamente, eso hacía aquella mañana: nacer. Nacer en otro hombre, puede que no inédito pero sí reconstruido: ¡quién sabe si en director cinematográfico!
Tomó la hojilla firmemente, y empezó:
La obligación de distinguirse superficialmente para crear… directo al lavamanos. La ausencia que lo acompaña desde la separación de sus padres sumada a la distancia de su hermano… ¡fuera! El juicio de su madre cuando él fue honesto, eliminado. El momento en que se persuadió de que mentir lo liberaría… ¡sumergido en la cloaca! Las tortuosas excusas que lo contrajeron hasta convertirlo en parte del rebaño… ¡asesinadas de un solo tirón! Las palabras que lograron avanzar a su boca sin generar acción…. afeitadas sin misericordia.
Las lecciones aprendidas de la sociedad, la posibilidad de ser insuficiente, el deber de estar ocupado, sus silencios desacordes, el miedo al compromiso, la falta de decisión, la necesidad de reconocimiento; en fin, el acumulado de pelos inservibles… todos yacían muertos a cuchillazos. Hojilla, hojilla, hojilla: ¡rassss! Desde el final de su cara, de abajo hacia arriba, caían en picada centímetros de horquillas, miles de cabellos divididos en dos huían sin resistirse, sonaban pesados contra el agua: ¡plaf!¡plaf! ¡plaf!
Una vez decidido, resistirse era improbable. El desapego recortó camino hasta la obstrucción de la tubería.
El pelero lo dejó sin lavamanos. No tenía importancia, Jesús era un hombre afeitado: retomaría el vuelo o al menos caminaría de puntillas sobre el río Los Ángeles. Aunque el pasado no había sido eliminado, finalmente no lo cargó consigo. Atraería discípulos, y ellos se encargarían de destapar la tubería.
Tanto tiempo escuchando que el mar no quita la sed. Tantos likes que únicamente le generan satisfacción inmediata. Tantos senos desnudos sin orgasmos. Tantas conversaciones superfluas, para verse ahí, frente a sí, sin barba y con un nuevo destino. Se tomó una selfie e hizo pública la inauguración de su nuevo mundo.
Pero Cupido seguía siendo un hombrecito desgraciado, parecido a un niño armado que entra a una escuela a disparar a mansalva: ¿por qué le habría presentado a esa mujer en una noche de luna roja?¿por qué lo obligó a atraerla?
Ahora no podría levantar su cara lavada sin recordar que afeitarse era la promesa de cumplir. Ella sería el eco de sus deseos, el reflejo de haberse afeitado sabiendo que sería irreconocible sin barba.
El mundo vuelve a ser el mismo con o sin la barba de Jesús: una bola de masa giratoria que también será señalada de “fracasada” al no transformarse.
Incluso la Tierra tiene un centro gravitatorio para subsistir, sin centro no hay peso y sin peso sólo podemos flotar. “Volar” es un verbo sobreestimado: ¿quién quiere volar cuando con los dos pies en la Tierra se puede conquistar, crear o reconstruir un nuevo mundo? Mientras tanto, la barba de Jesús crece otra vez.