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La anhelada transición

En Venezuela todos los sectores opositores – incluyendo al chavismo disidente – anhelan transitar hacia un modelo democrático. No dudo que incluso en el seno del propio gobierno, vean la necesidad de un cambio drástico. Sin embargo, difieren en la forma. Hasta hoy, los distintos caminos han sido infructuosos. Desde la ruta electoral hasta las investigaciones que la fiscal Luisa Ortega Díaz ha adelantado contra Maduro y las sentencias que ha dictado el Tribunal Supremo de Justicia (en el exilio), pasando por los acuerdos de la Asamblea Nacional y las protestas de calle.

No es una tarea fácil. Y no lo es porque distinto de lo que creen muchos, la transición no es una receta que pueda extraerse de los libros ni un tema de mero coraje, como tampoco de decisiones que no surten efecto. La transición se construye con recursos académicos y coraje, con política (la verdadera y no meros acuerdos electorales) y desde luego, ajustados a la realidad imperante. Emular otros procesos – sea cual sea este – puede conducirnos al fracaso, y con este, al deterioro del empuje popular, evidentemente necesario para fortalecer la transición.

La oposición debe tener claro a qué se enfrenta. Todo parece indicar que mientras para algunos, el de Maduro es solo un mal gobierno, para otros, seguramente la mayoría de los ciudadanos, es una dictadura militar acusada de cometer crímenes de variada índole. Por muy perverso que fuera el régimen sudafricano, y lo era ciertamente, no pesaban sobre el mismo las acusaciones que sí imputan a la élite gobernante venezolana. Sudáfrica era un país con infinidad de problemas, pero distinto de sus vecinos, no podía decirse que fuera un Estado fallido. Quizás el gobierno racista sudafricano comprendió su fragilidad y antes de fenecer en un caos, optó por rendirse a la realidad. No fue así con el coronel Gadafi. Obstinado, quiso pervivir en el poder y acabó muerto. Algo semejante ocurrió con el general Wojciech Witold Jaruzelski en Polonia, que aceptó medirse en unas elecciones frente a Lech Walesa (y aceptó la derrota en las urnas). Sin embargo, Nicolae Ceaușescu terminó frente al pelotón de fusilamiento, luego de una revuelta popular feroz. Slobodan Milosevic, el genocida yugoslavo, cayó por una intervención extranjera en su país.

En América Latina no ha sido diferente. Si bien el general Gómez murió en el poder, Rafael Leónidas Trujillo fue asesinado. Otros, diría que la mayoría de ellos, cayeron mediante golpes de Estado. No se trata pues, de mantener posturas, sino de ser eficientes sin vulnerar el Estado de derecho. Y hasta donde aprendí en la facultad, si bien es un caso extremo, 

En estos días, el director de Datanalisis, José Antonio Gil Yépez, aseguró que la oposición podría reconocer a Nicolás Maduro a cambio del reconocimiento de altos funcionarios (supongo que a los diputados, a los pocos gobernadores opositores). Creo que eso sería un suicidio, uno que además de acabar con el menguado liderazgo opositor, acabaría con la ciudadanía y lo poco que resta de la institucionalidad. A mi juicio, creerle a esta gente es como creer en besos de putas, y, honestamente, no creo en pendejadas de gente que no es pendeja.

No afirmo cuál es la mejor ruta para concretar la transición. Sin embargo, sé que hay otras vías igualmente ajustadas a derecho, y, aunque excepcionales, plenamente justificadas hoy, cuando nuestra República y nuestro orden democrático corren el riesgo de perderse en manos de una élite que busca instituir el comunismo. Lo ensayado no ha funcionado. Ha sido infructuoso, y, por qué negarlo, agotador y, sin dudas, desmoralizante para la oposición. Es hora de reinventarse, de buscar otras vías para construir la transición cuanto antes. Podrá parecer trillado, pero nuestra desgracia no se cuenta en días, se cuenta en muertos.

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