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La amistad

Cada vez estoy más convencida de que la amistad es una virtud y un don que nos hacen la vida mucho más tolerante. «¿Qué sería de la vida sin los amigos?», se pregunta Sebastián Gámez Millán. Para el filósofo español, sería como un verdadero destierro ya que: «Los amigos no solo nos acompañan, comparten humor y entendimiento mutuo, calman nuestras preocupaciones y mitigan nuestra soledad, nos alegran, nos completan y nos inspiran a ser, a esforzarnos para llegar a ser lo que somos». Yo agregaría que los amigos nos ayudan a ser más tolerantes y a comprendernos mejor. Para mí, la amistad es como una conversación interminable, la cual se puede retomar, sin importar la distancia física o el tiempo que ha transcurrido desde que la interrumpimos, en cualquier momento, con la misma confianza e intensidad. A mis amigos les cuento todo, por qué estoy triste o feliz. Confío en ellos. Los amigos no juzgan, comprenden, comparten y están allí para escucharnos. Nada me gusta más que me platiquen mis amigos. Que me cuenten sus logros, sus azotes, sus aventuras, sus decepciones y sus pasiones. No hay nada más reconfortante y enriquecedor que una larga sobremesa con los amigos; si no estamos de acuerdo, no importa, allí está nuestra amistad para limar asperezas. No hay que pelearse con los amigos, después una se siente fatal. Perder un amigo o amiga, por una simple discusión, es como perder el rumbo y sentirse extraviado en un bosque oscuro. Los amigos iluminan muchos caminos. No hay peor soledad que la de no contar con verdaderos amigos. Más que los novios, los maridos o los amantes, los amigos saben consolar sin esperar nada.

Según Montaigne (1533-1592), a los amigos se les elige, contrariamente a los hermanos, parientes o hijos. De allí que la amistad tenga un peso mucho más valioso comparado a las relaciones familiares. Una no decide ser amiga de los amigos. Dice el filósofo André Comte-Sponville que es como una fatalidad: en este sentido, si la amistad es espontánea e irresistible, puede ser como una pasión y al mismo tiempo voluntariosa y activa como una virtud. Otra virtud de la amistad es que implica una absoluta generosidad, una generosidad llana y simple, sin ningún tipo de interés. Lo que realmente enriquece y fortalece una amistad es entregarse sin desconfianzas, ni suspicacias. Para ello, tiene que estar fundada en la reciprocidad, de lo contrario, la amistad no funciona. Yo puedo estar enamorada de alguien sin ser correspondida, pero no puedo sentirme amiga de alguien que no es mi amigo. He allí una paradoja.

Étienne de La Boétie (1530-1563), autor de El discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno, era el amigo infalible de Montaigne, amistad que duraría hasta la muerte prematura del primero. Para La Boétie -señala el escritor Jean-Luc Hennig-, «la amistad, la ‘fraternal amistad’, es la única forma que tenemos de reconciliarnos con nuestro estado primigenio, nuestro estado de naturaleza, y de abatir al tirano (el enemigo), que lo oprime y lo desfigura; es la única forma de vivir en libertad y de reconciliarse con la virtud primitiva. Y si hay desigualdad (o diversidad) de dones de la naturaleza, esa desigualdad es precisamente el origen y la condición de la amistad, y de una amistad tan fuerte que no se puede distinguir ya cuál de los dones pertenece a uno o a otro, cuál es de uno y de otro». Cuando le preguntaban a Montaigne a qué se debía esa amistad tan intensa entre él y La Boétie, decía: «porque era él y porque era yo». Otra manera de afirmar lo anterior respecto a la amistad es: «porque eres tú, porque soy yo».

Para La Boétie, la amistad era sagrada. Para él, la amistad nada más podía existir entre gente de bien y nacer entre una estimación recíproca. Lo que reafirma la amistad entre dos personas es la certidumbre de la integridad de cada uno. No puede existir una amistad donde exista la crueldad, la deslealtad y la injusticia. Entre gente mala, no puede existir una amistad, existe una complicidad, que es muy diferente.

Los dos amigos, Montaigne y La Boétie, compartieron esta amistad tan intensa hasta la muerte del segundo en 1563. Este evento tan doloroso para Montaigne constituiría para él el momento más dramático de su vida. Así lo evoca en sus Ensayos, como el recuerdo más tierno y doloroso de este amigo tan querido.

Es cierto, no hay dolor más intenso que la pérdida irreparable de un amigo o amiga. Por eso hoy felicitemos a nuestros amigos y amigas y digámosles, de todo corazón, cuán importantes son para nosotros.

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