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La aleatoriedad y (relativa) certeza del 2015

Viendo hacia lo que el año 2014 nos trajo, es fácil recordar algunas de las cosas que, para bien o para mal, afectaron, o por lo menos dejaron una marca, en la memoria colectiva, que como sociedad relativamente globalizada afirmamos tener.

Tuvimos Ebola, Ucrania, el selfie de Ellen DeGeneres en los Oscar, la muerte de Simón Diaz, Cerati, Robin Williams, Monica Spear, Jacinto Convit, Gabo y muchos otros. Malaysia Airlines, nuestras protestas en Venezuela, la desaparición de los estudiantes en Mexico, la Copa del Mundo, el encarcelamiento de Leopoldo Lopéz, las protestas en Ferguson, el Ice Bucket Challenge, el aterrizaje de la sonda Philae, la canción “Happy” de Pharrel, y el aparente restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

Todas las anteriores, a pesar de su distanciamiento geográfico y variados niveles de importancia, tienen dos cosas en común. Primeramente, y obviamente, su momento en el tiempo (2014). Y segundamente, y tal vez, mas importantemente, su aleatoriedad. Es decir, nuestra ignorancia.

Hace años atrás, si alguien me preguntase, quien era la persona con menos probabilidades de usar la física, para explicar y conseguir sentido de algún aspecto de la vida, hubiese contestado, y estoy seguro que mi profesor de física de bachillerato estaría de acuerdo, que era yo.

Y aún así, aquí estoy, escribiendo sobre el hecho de que el lanzamiento de una moneda, cuando se posee suficiente información, y después de la realización de los cálculos pertinentes, no es para nada aleatorio. Pero un año no es un lanzamiento de una moneda, y nuestros científicos no están cerca de recopilar y calcular el resultado de cada paso, beso, golpe, firma, lágrima o estornudo. Y mucho menos a conseguir acceso a las interacciones químicas del cerebro de cada hombre, niño y mujer del Tierra (ya es suficientemente difícil descifrar que quiere comer mi novia cada vez que vamos a cenar) junto con todos los fenómenos naturales tanto dentro, como fuera de nuestro planeta, que nos afectan.(Irónicamente, parecemos más capaces de predecir acontecimientos espaciales, que en nuestra propia atmosfera)
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Y entonces, podemos decir, que un año sin aleatoriedad no se observa en el horizonte (y para bien, ya que suena terriblemente aburrido). Pero con todo eso sobre la mesa, la aleatoriedad podría estar en declive. Y podría algún día desaparecer.

Tenemos máquinas (Por lo menos en desarrollo) que pueden predecir ataques al corazón con horas de anticipación. La cantidad de data que somos capaces de almacenar y procesar crece exponencialmente, y las maquinas que recolectan data biológica del cerebro humano siguen mejorando. Estamos lejos, pero nos movemos hacia adelante y ganando velocidad. Pero francamente, todas estas conjeturas sobre el futuro, aunque posiblemente interesantes, hacen poca diferencia en la forma en la que abordaremos el ya andante (y todavía impredecible) año 2015. Entonces, ¿Qué podemos hacer? ¿Flotamos y dejamos que las mareas de la aleatoriedad nos lleven a donde les plazca? Aceptando estoicamente nuestro destino ¿Sean piedras filosas o playas arenosas? ¿O hacemos un esfuerzo e intentamos nadar hacia la orilla que queremos? Y ¿Hay alguna diferencia?

Bueno, en el ya presente 2015, y a pesar de la aleatoriedad general que con seguridad lo gobernará, todavía podemos encontrar espacio para un pequeño grado de relativa certeza. La certeza que cada uno de nosotros puede proveer a través de nuestras acciones. Y aunque la mayoría de sus resultados son todavía incalculables, sabemos de algunas cuantas que afectan el balance de lo que define un año como positivo o negativo. Sabemos que alimentar a los pobres es mejor que robar, sabemos que curar es mejor que lastimar, sabemos que el perdón es mejor que la venganza, sabemos que el chocolate es mejor que las balas, y que el amor es mejor que el odio. Y así, en este momento de la historia, seguimos siendo las herramientas más efectivas que, sin cálculos ni ecuaciones, pueden hacer un 2015, positivamente menos aleatorio.

Pero más allá de eso, todo sigue siendo en su mayoría una incógnita. Y eso parte de lo que lo hace emocionante. Ya que como en el principio de la indeterminación de Heisenberg (mi profesor de física estaría orgulloso) la única manera de saber con seguridad si un año será positivo o negativo, es experimentándolo, haciendo. Porque si no hacemos, si no medimos, si no actuamos, nunca lo sabremos. Por lo menos, por ahora.

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