Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Justificar el arte

Es quizá el hecho de que el arte se sirve de lo inútil para expresarse la causa de que parezca que el arte mismo no sirve, dice Gabriel Zaid, en un ensayo que forma parte de su libro La poesía en la práctica. Quizá habría que preguntarse primero qué significa exactamente que algo sea útil, o que sirva, porque si entendemos algo como útil en el sentido en que lo es un coche porque nos ayuda a movernos de un punto a otro en un lapso que podemos comprobar menor que el que nos tomaría caminar, el arte (cualquier forma de arte, quiero decir) nunca será útil; bajo esa perspectiva lo mejor probablemente sería prescindir de él. Pero entonces también habría que preguntarse si esa utilidad, entendida como ver en cualquier objeto una posible oportunidad de aumentar la eficiencia técnica-productiva, es lo que anima toda actividad humana. Incluso cuestionar que se tenga que pensar en la utilidad en la forma que sea cuando tiene lugar el acto creador.

Es interesante que el arte tenga que justificarse. Y que lo haga por iniciativa propia (aunque no siempre), como alguien pudiera leer en este texto. He pensado que quizá los creadores también dudamos a veces de que nuestra obra sirva para algo, y cuando sucede nos sentimos atrapados, no sabemos cómo responder. Algunas veces me han preguntado: ¿leer poesía para qué? Y peor aún: un profesor de filosofía clásica nos preguntó en la primera clase sobre la utilidad de aprender algo de cultura y terminó con una triste respuesta apologista de la burguesía, diciendo que la cultura nos podría permitir entrar a círculos socio-económicos más altos sin tener el potencial económico para estar ahí: la cultura como mero tema de conversación, una skill más en nuestro currículum para desempeñarnos en la jungla laboral.

A lo mejor en español el asunto no sea muy claro, pero en el mundo anglosajón una repasada a la repisa de Poetry y Literary Reference en las librerías podría espantar a algunos: Why Literature Matters, Why Poetry Matters, Why Homer matters y Ten Poems to Change Your Life son bestsellers que muestran que el sentimiento es generalizado y no solo eso: muchas personas prefieren leer la justificación de por qué es importante leer a Homero que leer la Ilíada. Algo similar a los escritores que leen Writer’s Digest, Writer’s Market y revistas afines sobre cómo escribir mejor y ser publicado, en vez de leer poesía.

Erich Fromm dice, en uno de sus ensayos sobre la sociedad del siglo XX, que el hecho de decir “no vale la pena vivir la vida” o cualquier frase similar refleja el supuesto de que la vida tiene que darnos algo a cambio; de que la vida misma es una herramienta para lograr algo, llámese placer, satisfacción, la entrada al cielo, felicidad, etc, no algo que se quiere per se. Marciano Vidal apunta bien la razón de esto cuando dice que la vida pasa de ser un valor premoral u óntico a uno ético cuando podemos decidir sobre ella. Pero esto no tiene por qué ser malo, siempre que no lleguemos al absurdo de ver la vida como un producto enlatado al lado del acondicionador en el súper.   

Es muy triste que buena parte de las personas que se relacionan con el arte, lo consuman. El arte contemporáneo se expone en eventos anuales donde galerías de todo el mundo compiten por un comprador (como Zona Maco en México), y en esta carrera por la experimentación se produce mucha basura enmarcada con etiquetas de miles de dólares. Obras como inversiones, muy útiles para la presunción con una copa antes de pasar a los invitados a cenar, que olvidaron su propósito más importante: ser vistas, apreciadas o despreciadas por el público, luego de haberlo impactado. Poemas en serie que buscan aparecer en la primera revista que se presente y que en su intento por transgredir límites terminan por darse el tiro de gracia.

José María Sánchez Muniaín hace una distinción entre los bienes y las bellezas. Los primeros son aquellas cosas que se quieren como medios para lograr un fin, opuestas a las bellezas que se quieren por sí mismas, por el valor intrínseco que tienen. Muniaín llega a decir que los bienes llevan a la usura y al abuso, mientras que lo que se quiere por sí mismo tiende a la armonía. No es necesario el extremo. Popper podría argumentar que el actuar por amor lleva a la guerra. Lo relevante es que el hombre tiene un vida estética que es fundamental, tanto como lo es comer. Una vida que se basa en la admiración del mundo que rodea al individuo y la apreciación de las cosas por lo que son en sí mismas, no por su valor de cambio. El hombre, desde tiempos inmemoriales, está sentado alrededor de una fogata bailando y contando historias, y sigue así, aunque ahora lo haga en conciertos y clubes nocturnos.

Debiera resultar evidente que no todo lo que hacemos es por maximizar el beneficio. Ayudamos cuando podríamos estar durmiendo, leemos un libro o nos sentamos en la playa cuando podríamos estar ganando dinero. La búsqueda de la autorrealización, que se hace por sí misma, es inherente al hombre, y esta búsqueda del saber en sí de sí mismo solo puede darse en el reconocimiento del objeto, una especie de relación de conocimiento hegeliana que requiere valorar el en sí del objeto para que la autoconciencia pueda conocerse a sí misma en lo que conoce.

Leer poesía, apreciar un cuadro, una escultura, una fotografía, no porque sirve para algo, sino porque, en términos hegelianos, nos mantiene en lo real, nos hace ser más nosotros mismos. Leer Muerte de un viajante y sorprenderse, quedar impactado, es reconocer una parte de nosotros ahí: la crueldad, la soledad, la injusticia, el dolor, el amor; y por tanto una forma de conocernos mejor; la obra nos ayuda a enriquecer nuestra conciencia de quiénes somos, y eso, a la postre, solo puede hacernos mejores individuos.

Hey you,
¿nos brindas un café?