Las obras de los años noventa, sedimentan el trabajo alrededor de la figura y desconstruyen los rostros, revistiéndolos de color; como si el artista hubiera querido enmascararse y reflejarse sobre un espejo deformante. En “Piensas que no sufro” (1993), “Siglo” (1994), “Sin título” (1995) y “Predestinación maravillosa” (1995), la fragmentación de los rasgos o su oscurecimiento, junto con el sensual movimiento de los carnosos labios entreabiertos, inscriben una historia de desamor y desgaste, donde la violencia queda apuntada en la tristeza de la mirada y el rojo chorreante del labial, la sangre o ambos simultáneamente.
Aquí, la yuxtaposición del imaginario religioso, los fantasmas particulares y el disfraz, contrapuntean la desolación y la necesidad de evadirse, que los protagonistas sienten ante la desdicha de vivir a la intemperie. El desamparo se consolida, se ajusta y comienza a dialogar, desde los trazos puestos a alterar el orden clásico e instalar el desorden contemporáneo. Un desorden, del cual Julio Galán es también depositario, dada su dificultad para organizar la propia existencia, lejos de la seguridad del entorno burgués primigenio que envuelve el jardín y, sobre todo, la casa.
Y si en el apartamento neoyorkino se le acumula por el piso la ropa, en la morada mexicana se le amontonan los residuos del aura, que irán imbricándose en la composición de las obras. “En el suelo, sobre un tapete persa y debajo de una consola original Luis XV, amaga un agresivo pastor alemán disecado; sobre una silla, posa una tortuga caguana de plástico; en sendos sillones ‘conversa’ toda una familia de ositos de peluche. Sobre el fregadero de la cocina le hace compañía un santo niño con rostro de porcelana, vestido de brocados, con una treintena de milagros de latón y los zafiros de su madre adheridos a la bastilla”, nos describen los amigos su casa.
El efecto kitsch, le confiere entonces a estos objetos una estima, proveniente de las analogías que el artista establece con sus humores y amores, depositando en ellos desengaños y desplantes pero obteniendo, de ellos también, la facultad de resistir a los embates y la indiferencia. “Roma” (1990), “Piensa en mí” (1991), “El pianista sin piano” (1993), “Sácate una muela” (1994), devienen así impresiones áureas que asimilan algunos de los objetos al entramado de la obra, para resaltar el rostro o la figura de Galán, acostado bajo el brocado de una cama alongada, recostado entre ramas, sentado en un taburete versallesco o superpuesto a la radiografía de su cuerpo erecto. Mientras que “Acupuntura animal” (1990), “Conejo con huevo negro” (1991), “Sin ti” (1993) y “La decisión equivocada” (1993), incorporan a las mascotas como representaciones de un naturalismo tardío, dable de recuperar el asombro de los novecentistas por la taxidermia, y su avidez por acumular fragmentos embalsamados de paisajes visitados real o vicariamente.
La propensión a atesorar del pintor, se refleja con creces en esta segunda etapa, no tanto en los fondos sino en la intervención de los cuerpos, que se cubren de tatuajes, jeroglíficos, heridas o pájaros, y se descubren de ropas, erotizándose. “Los siete climas” (1991), “Mi rey” (1992), “Splendido” (1997), “Mi segundo pecado” (1999), “No te vayas” (1999), oscilan entre el poder y el placer, en intensa simbiosis con las “perversiones” atribuidas a las sexualidades periféricas —travestismo (“Los siete climas”), autoflagelación (“Mi rey”), fetichismo anal (“Splendido”), sadomasoquismo (“Mi segundo pecado”), homoerotismo (“No te vayas”)— reforzadas por un uso agresivo del color, y los juegos de texturas obtenidos con una paleta mucho más densa.
Mediante estas estrategias, la obra de Galán se afina y adquiere madurez, ofreciendo al espectador historias de mayor complejidad, relieves y resonancias donde la asimilación de las experiencias sensibles se magnifica y potencia, sacudiendo profundamente los parámetros en la percepción del espectador mexicano, por lo general católico, conservador y poco acostumbrado a los despliegues abiertos de una sexualidad desprejuiciada. De ahí que, en su tiempo, el artista fuera visto con sospecha, y considerado como una figura excéntrica fuera de los círculos de entendidos y del underground urbano, disminuyendo, consecuentemente, el poder del kitsch para convocar y conmover a las masas.
Entonces Julio “oye interminablemente Happy Man o los discos de Madonna, peina y despeina a sus muñecas, se postra ante el Señor de las Maravillas en Atotonilco y canta a la manera de Alaska, ‘Fuiste tú el culpable o fui yo. Ni tú ni nadie, nadie’”, nos relatan quienes le conocieron. Ello, para remarcar aquella excentricidad que se le achaca, cual si fuera una tara o un vicio, y no el detonante del genio.
Haciéndose, desde el gesto camp, con el kitsch contenido en el pop y las imágenes sacras, Galán profundiza en lo extravagante, alimentando una originalidad, que se crece en las obras de la última etapa, donde confluyen los temas apuntados anteriormente, sobre los cuerpos ofrecidos, entregados y dispuestos, de efebos cuya belleza, como la de los “bravos” de Jean Genet, seduce por su poder de encantar mediante la crueldad con que la esgrimen, cual si fuera el canto de una afiladísima navaja.
De esta manera, “Giocco-Contro-me” (2001), “Brilette” (2001), “Lissi is back” (2001), “Volveré por ti (con Dios)” (2001), “Irritation d’amour” (2003), “Pase de muleta” (2004), “Tout ce que brille” (2004) irradian, desde su particular espacio, una amplia gama de efectos, que tienen el poder de destruir al objeto de la seducción, es decir, a un espectador amante del riesgo, y dispuesto a caer en el abismo con tal de poseer por un instante a su verdugo. Algo, que el artista busca, sobresaturando la paleta y, por ende, incurriendo en una sobresignificación dable de llevar a su objeto al estadio del sueño, donde lo real y el cuerpo mismo se abocan al placer en estado puro. Puro placer emergiendo entre brocados, terciopelos, sedas, estampados, afeites, alfombras, muebles de estilo, cojines suntuosos, dispuestos en composiciones cuyo barroquismo espejea la superabundancia y el desperdicio sarduyanos, abriéndose simultáneamente al tanteo y al deleite.
La desaparición física del artista, a la misma edad de Frida Kahlo, cortó de cuajo el proceso creativo, dirigido hacia una liberación de los sentidos y a una búsqueda formal en el terreno erótico-figurativo, sin paragón dentro del arte mexicano contemporáneo. Ello resulta mucho más descorazonador, dada la proyección político-social que las minorías sexuales tuvieron, desde la aprobación, apenas tres meses después de su fallecimiento, de la Ley de Sociedades de Convivencia en la Asamblea Legislativa del DF, que permitía a las parejas del mismo sexo, residenciadas en la capital, compartir su patrimonio y otras obligaciones derivadas de la convivencia, tal como lo hace cualquier pareja heterosexual.
México, siguiendo el ejemplo estadounidense de este pasado mes de junio, ha dado además un paso más allá, reconociendo plenamente el matrimonio homosexual. La Corte Suprema de Justicia, en una decisión histórica, respalda hoy los enlaces entre personas del mismo sexo, equiparándolos a los matrimonios heterosexuales. Esta medida, poco celebrada sin embargo por los sectores caudillistas políticos y los grupos más conservadores de la nación, acaba con la ambigüedad legal, considerando incluso como inconstitucional cualquier norma que establezca que la finalidad del matrimonio es la procreación o que lo defina como la unión entre un hombre y una mujer. México se coloca así en la órbita de otros países del continente como Brasil, Argentina y Uruguay; si bien otras importantes naciones latinoamericanas como Perú, Colombia y Venezuela aún carecen de una legislación cónsona con la diversidad y multiplicidad de sexualidades existentes dentro de sus fronteras.
La gran retrospectiva “Pensando en ti”, del museo del Antiguo Colegio de San Ildefonso en 2008, con más de 120 óleos, collages, pasteles, cerámicas, fotografía, videos y objetos personales, constituyeron un hito fundamental en el panorama plástico mexicano, si bien, a nivel internacional, no se ha organizado todavía una muestra similar, por lo cual Julio Galán, como pasó con Frida Kahlo, espera aún por los coleccionistas y curadores capaces de otorgarle el sitial que le corresponde entre los maestros del arte universal.