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Jugar es algo serio

Existe, en varios grados de intensidad, la sensación generalizada de que los artistas, de todas las categorías, se la pasan jugando, y por consecuencia, no haciendo actividades muy útiles, lo cual es casi un estereotipo. Quizás semejante a otro: para hacer arte hay que sufrir, o la teoría de la catarsis. Lo cual no pareciera dejar muchas alternativas en cuanto a crear una imagen socialmente digna. Con las excepciones de todos los grandes del mundo del arte, quienes estando más allá de todas las observaciones críticas, deben su trabajo ya sea a su actitud de sufrimiento, como Frida Khalo quien seguramente no hubiese sido Frida sin los tantos tormentos; o Picasso y Matisse, quienes encontraron en el arte un parque de juegos donde liberarse de las formas y en sus colores. Todo muy en serio por supuesto, y con la base de grandes conocimientos. No olvidemos, de paso, que los valores monetarios que han adquirido las obras de los grandes maestros despejan en muchos las dudas sobre el valor artístico, ya sea motivado por el juego, el dolor, o el mundo de las ideas. Así también están los creadores-investigadores que encuentran reconfortante la idea del arte como medio de estudio de las ideas, una variante de la filosofía, o de la sociología. Hay de todo en el arte pero lo que abunda es el componente del juego. En verdad no debería faltar en nuestras vidas; si escuchamos los planteamientos del Dr. Stuart Brown sobre la importancia del juego en el ser humano y en el desarrollo de la inteligencia, nos damos cuenta de lo esencial que es, no sólo para ampliar nuestras funciones creativas sino también para el desarrollo integral del ser en su proceso evolutivo. Si desean escucharlo, les sugiero una charla presentada como parte del conocido programa “TED Talks”, realizada en el año 2008.

En relación a este tema, no puedo dejar de mencionar una instalación de arte que se encuentra actualmente en un espacio inesperado, alejado de grandes ciudades, en un hermoso recinto académico: la galería de arte de Lafayette College, ubicada en el Noreste de Pennsylvania. Una instalación de arte que casi juega con nosotros al escondite. Se titula Réquiem Ectopistes Migratorius, del artista interdisciplinario Michael Pestel, quien desde una plataforma científica inspirada en la extinción de múltiples especies de pájaros, se dedica a crear objetos de arte con los cuales jugar, y tocar, a modo de instrumentos musicales (o de sonido). Entrar a la galería es como entrar a un selectivo parque de diversiones, y uno no sabe a cual estación de juego-arte dirigirse. Hay un ‘Baby Grand piano’ preparado, e invitando a tocar mientras vemos en pantalla una excursión de Michael dando un recital con un piano sobre una balsa en un río; en lugar de un carrusel hay un gran cilindro construido con madera en retículas, lo cual constituye una habitación cilíndrica, donde podemos entrar y sentarnos en un banquito giratorio, viendo (mientras giramos) pequeños encuadres de fotos de aves volando, en transparencias, cual encuadres de una antigua cinta de película; y desde arriba una cámara graba nuestro paso por el ‘giratorio’; ¡hasta podemos dibujar en el piso que es un pizarrón! Una serie de pedestales huecos nos presentan largas listas con los nombres de aves extintas, hay un hueco y en tope, como un juego de mesa, una serie de avellanas que debemos depositar por ese hueco oscuro cada vez que leemos un nombre de la lista. Cada artefacto, espacio, o construcción nos va haciendo más conscientes de la inexistencia de todas esas especies, cada ‘juego’ se va revelando como algo que en esencia es muy serio. Tantas especies de animales ya extinguidas, tantas en vía de extinción, y nosotros, una especie más. De todas esas piezas, una en particular despierta una serie de emociones lúdicas mezcladas con el placer de observar, es ‘La observación de pájaros’ (bird watching). Con esta pieza encontramos un par de binoculares disponibles y a la mano, para mirar; buscamos a lo alto y a lo lejos, y descubrimos un diminuto monitor con algo en pantalla que se mueve: una mano escribiendo en un pizarrón alguno de los nombres que ya nos son familiares, como nombres nada más. Poco a poco, con los nombres, recordamos que es un réquiem para seres que ya no están.  Jugamos para crear y creamos para jugar. Pocas veces nos damos cuenta que jugar no es sólo de niños, es de todos, y es algo serio.

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