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Jugando con fuego

No sé si era euforia. Tal vez solo fue un teatro. Pero en la noche, en Venezuela, después del anuncio del CNE, salió el presidente obrero a festejar una cifra difícil de creer, difícil de tragar. Creo yo que delirante, retó a la oposición a medirse en las regionales, olvidando que no se han realizado porque en cualquier escenario, las pierde. Y yo me pregunto, ¿será que de verdad creyó que ocho millones votaron por su constituyente? ¿Será que se cree invencible? ¿Aún más que su taita?

La comunidad internacional atestiguó una estafa electoral propia de esos jefes de montoneras que a lo largo de la segunda mitad del siglo antepasado, deshicieron la república al extremo de disolverla prácticamente en manos de caudillos locales. Hombres que cebados por el poder, enmendaban la ley a su antojo, para extender sus mandatos. Estupefacto, el concierto de las naciones presencia un fraude similar al que mes y medio antes de su derrocamiento, perpetrara el general Marcos Pérez Jiménez. Al parecer, imagina el heredero del comandante eterno que él está ungido y que su constituyente va a ser capaz de barrer a la oposición democrática. Sin embargo, a pesar de ser ese uno de los escenarios presentados por Barclays, a mí me luce improbable, y no lo digo porque crea en la victoria irrevocable del bien sobre mal.

Maduro celebraba ocho millones de votos, aunque ni en la casa ni en el extranjero le creen. ¿Cómo creerle? No se aceptaban periodistas a menos de 500 metros de los centros de votación. Los votantes, en su mayoría llevados a juro, podían sufragar en cualquier centro dentro de su municipio, contando los responsables del acto con la buena fe de los electores para no votar más de una vez. Un mismo votante podía – y debía – elegir candidatos por sector y por territorio, violando así el principio de un voto por cada elector. Aun así el sucesor del taita cree que puede engañar a todos todo el tiempo, lo cual era improbable, según Wiston Churchill. O peor, delira con un carisma que no posee, cuando la verdad es que es hoy, uno de los hombres más odiados del país. La negación es un mecanismo de defensa poderoso, dicen los entendidos.

Que Maduro crea lo que quiera no es grave, o no lo es tanto como pretender gobernar a través de ese adefesio. Y está visto, eso busca. Sus acólitos y él mismo no han sido discretos a la hora de vociferar persecuciones implacables y quemas de brujas. Sus conmilitones en las instituciones sojuzgadas se sumarán a ese tinglado grotesco, dantesco, ese circo de mal gusto al que ellos llaman revolución y que ahora se arrodilla a un parapeto intragable. Mientras, el hambre, el encono, la desolación y la desesperanza siguen alimentando a los demonios, y, una vez desatados, sus hechuras son trágicas y contenerlos, muy difícil. Juega con fuego, el presidente obrero. Juega con fuego al lado de un bidón de gasolina.

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