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Juan Villoro

Juan Villoro: Pasado y presente del movimiento zapatista

Dedicado a  la memoria de Luis Villoro

La primera vez que conocí a Juan Villoro, yo tenía nueve años. Amablemente me firmó un ejemplar de las aventuras del Profesor Zíper, y me preguntó si me gustaba el fútbol. Desde entonces ha acompañado mi vida de la mejor manera que lo puede hacer un escritor, a través de su obra. Catedrático, autor de ensayos, cuentos y novelas, columnista recurrente de periódicos como El País, Juan se ha convertido en uno de los intelectuales mexicanos más influyentes de nuestra época, comprometido con sus ideas, fanático del rock y del futbol.

En el marco del Quinto Encuentro de Narrativa en Zacatecas, tuve la oportunidad de charlar con él sobre temas que nos resultarían pertinentes a ambos. “Estuve más de un año trabajando con niños indígenas en procesos urbanos dentro de la ciudad de San Cristóbal de las Casas, ojalá podamos intercambiar información sobre nuestras experiencias en este bello lugar, que desde 1994 tiene los ojos de todo el mundo sobre él”, le escribí en un mail previo a su llegada. Relajado, desde el primer momento me contestó con su buen humor e interesado por concertar un desayuno conmigo, en el que platicamos a profundidad sobre el pasado y presente de esta mágica tierra, en su momento sede de lo que el New York Times nombró, quizás de manera muy ambiciosa, “La primera revolución posmoderna y global”, Chiapas. Nuestra conversación se convirtió en una pertinente pieza narrativa y testimonial sobre el pasado y presente de un movimiento que se quedaría como estampa no sólo de la historia nacional, sino también mundial, y de la que Juan Villoro, forma parte ya de manera prácticamente tácita, con lazos tan intensos como el hecho de que los restos de su padre descansan en Oventic, una de las cinco caracolas zapatistas.

 

Juan Villoro

 

Yo estaba en la casa de Carlos Fuentes, curiosamente, en el año nuevo de 1993 a 1994… y entre otras cosas hablamos del tema eterno sobre si cambiaría México alguna vez o no; al otro día entraba en vigor el TLC, y yo le pregunté a Fuentes por una novela que él pensaba escribir, que era sobre la muerte de Zapata (para continuar con las coincidencias)… lo singular es que al día siguiente nos despertamos con la noticia de que había un levantamiento en Chiapas, que los zapatistas habían tomado San Cristóbal. Inmediatamente después vimos las primeras declaraciones del subcomandante Marcos, sumamente articuladas y con sentido del humor… se habían roto todos los esquemas de un levantamiento…” Así introdujo Juan Villoro nuestra conversación, con saltos intermitentes a un pasado que cada vez se torna más lejano. La reflexión de su memoria sobre lo que le ocurría a él, hace veintidós años continuó:

“Como todo el mundo, yo me interesé mucho en lo que estaba pasando. En esos días no hice otra cosa más que estar leyendo sobre los zapatistas, pero el 6 de enero me iba a dar clases a Estados Unidos, en la Universidad de Yale. Estuve allá por un periodo de casi cinco meses y seguía siendo muy importante para mí seguir en contacto con lo que estaba pasando en México. No había internet y las noticias circulaban de otra manera. Ya en la Universidad, se organizó un congreso sobre milenarismos, donde se iba a reflexionar sobre el fin del segundo milenio y qué ideas nos dejaría. Ahí participó Carlos Monsiváis y su ponencia fue, sin duda alguna, la más celebrada de todas. No se recogió en ningún libro, que yo sepa, forma parte de sus textos dispersos, y su tema era el zapatismo. Era una reflexión sobre los símbolos de transformación y de acabamiento de un sistema político, de la colisión del pensamiento indígena con el contemporáneo… la colisión de la idea de comunidad indígena con el capitalismo globalizado que se venía con el TLC… Fue muy interesante porque aterrizó en el blanco, en aquella realidad que era la más inmediata […]

Yo regresé a México y ahí de inmediato me empecé a vincular con el tema. Para ese momento, mi padre era bastante crítico del zapatismo. Él tenía miedo de que se tratara de una guerrilla guevarista, pues de hecho ellos así se anunciaron; “No somos una guerrilla que golpea y huye, somos una guerrilla que va a llegar hasta donde tenga que llegar…” Además del discurso, aquellas siglas, Ejército Zapatista de Liberación Nacional, hacían pensar en guerrillas de cuño marxista en América Latina. Mi papá tenía una pronunciada reticencia ante todo esto. Pero como sabemos, los zapatistas re-articularon su discurso muy rápidamente. Yo creo que advirtieron varias cosas, la primera, un enorme respaldo de la población ante las injusticias a las que ellos se referían, y al mismo tiempo, un rechazo a la vía armada. Rápidamente ellos entendieron (nunca sabremos si ya lo tenían calculado así) presentarse primero como un tipo de guerrilla para luego ir adelantando una agenda más indígena, aportando valores comunitarios que vienen de muy lejos, leyendas del Popol Vuh, tradiciones mayas muy antiguas […]”

 

Juan Villoro
Photo Credits: Julian Stallabrass

Por cuestiones de táctica y de lógica – continúa Juan Villoro – ellos tenían una política de difusión de sus ideas hacia afuera (lo que ha cambiado radicalmente ahora). El subcomandante Marcos, que tiene un talento impresionante no sólo en la palabra escrita y hablada, sino también en la gestualidad y teatralidad, en la manera en que maneja los símbolos que le rodean, escogió de manera muy inteligente a los interlocutores que podían presentar la causa zapatista. Es decir, si tú querías una entrevista con Marcos, tenías que ser Julio Scherer, o Vicente Leñero, o el director de la BBC de Londres. Si eras el corresponsal de la BBC de Londres podías pasar seis meses pidiendo una entrevista y no conseguirla. Y esto no quiere decir que a Marcos le interesaran las celebridades ni mucho menos, quería decir que existía una estrategia de medios de comunicación y que, si él tenía dos mil solicitudes, escogía las cincuenta que podía atender, y que más le convenían al movimiento.

A los pocos meses de haber iniciado la revuelta, ya con un discurso totalmente articulado por el subcomandante Marcos y el resto de los zapatistas, surge la Convención de Aguascalientes. Ahí asistimos aproximadamente unas 600 personas en la selva tojolabal. Mi papá aún no se involucraba, y aquello fue una demostración extraordinaria de la fuerza simbólica del zapatismo. Realizaron el famoso desfile, en el cual nos advirtieron que mostrarían su arsenal y sus armas. Marcharon todos con rifles de palo con un listón blanco, lo cual era como decir “somos un ejército simbólico, y nada más que eso”. Atrás venían las mujeres con sus paliacates, y fueron anunciadas como las fuerzas de resistencia; las mujeres que nos dan frijoles y tortillas para resistir. Simplemente era como exhibir al pueblo más necesitado en actitud de resistencia, con una dignidad de reconocerse a sí mismo como una fuerza, sin tener un armamento ni una estrategia militar, sino más bien política. Nacieron consignas tan simbólicas y recordadas como el “ayúdennos a desaparecer, ayúdennos a no ser necesarios”, y al mismo tiempo surgieron premisas vitales en aquel evento… Fue lanzar un “ya no nos mandamos solos, nos mandaremos con la sociedad civil, queremos ser escuchados”. Desde un punto de vista, toda la convención fue un acto simbólico, si uno así lo quiere. Ellos tenían que tomar decisiones inmediatas en muchos sentidos, pero abrieron sus puertas a quien quisiera acompañarlos desde aquel momento. Y en este punto, podemos volver a la figura de mi padre.

Luis Villoro, padre de Juan, fue un prolífero escritor, filósofo y catedrático de la UNAM. Falleció, como diría Juan más adelante, llevando sus teorías a la práctica junto a las comunidades indígenas zapatistas. Sus restos descansan en un árbol dentro de la caracola zapatista de Oventic, donde se celebró un emotivo homenaje póstumo con el propio Juan y el subcomandante Galeano, antes Marcos, presentes. Aquel día de 2015 también se recordó el fallecimiento del compañero Galeano, miembro del movimiento zapatista, y el comandante Moisés mencionó que, gracias a esta relación recíproca que hubo entre ambos, Galeano pudo convertirse en maestro y Luis en zapatista.

 

luis villoro
Luis Villoro

Antes de la convención de Aguascalientes, como te mencionaba, mi padre seguía siendo escéptico a todo lo que ocurría, pero fue cambiando a medida que los zapatistas fueron recuperando una idea de vinculación a la comunidad, a una espiritualización del movimiento, por llamarlo de alguna manera, es decir, a crear un movimiento ético, dejando en claro que no estaban en la búsqueda del poder por el poder mismo, sino que querían anteponer sus valores a los beneficios de la táctica política. Ahí él se da cuenta que es un movimiento comunitario, con valores éticos muy potentes. Posteriormente llega a compararlo con el movimiento de Gandhi, o el de Martin Luther King, movimientos que no necesariamente eran armados (los zapatistas necesitaron las armas para llamar la atención), y que mostraron una gran fuerza moral. Fue en ese momento cuando mi padre se vincula con ellos, lo cual era perfectamente lógico. El primer libro que él escribió lleva como título “Los grandes momentos del indigenismo en México, y es una reflexión sobre los primeros intérpretes de los indios; no sobre las comunidades, sino sobre sus primeros estudiosos. La vida le dio a él la oportunidad de terminar sus días, siendo también una especie de misionero ilustrado, de antropólogo. Ahí ya no estaba estudiando a los indígenas, sino que se había convertido en su interlocutor. La vida le dio la oportunidad de terminar viviendo lo que antes había escrito, es decir, pasar de la famosa teoría a la práctica. Y se convirtió totalmente a la causa zapatista. Los zapatistas le dieron una acogida extraordinaria, esto por varias razones. Mi padre siempre deseó aprender de ellos. Nunca quiso llegar a imponer su forma de pensar o enseñarles algo, sino a tratar de entenderlos en sus propios términos, entender sus teorías, y eso llevó a una relación muy cercana entre él y las comunidades. Hay que decir también que en el pensamiento indígena se valora mucho la figura del anciano. A los ancianos se les llama hombres sabios u hombres de juicio, entonces él encontró un respeto y una atención que no había tenido en otras comunidades, especialmente en las intelectuales…

Juan reflexiona un momento sobre estos pasajes, y recordará también el momento en el que decide junto a Fernanda Navarro, la viuda de Luis, filósofa y simpatizante zapatista también, que los restos del maestro y filósofo descansaran en Oventic. Remembra también los inicios de su muy distinta y propia relación con el movimiento.

No es fácil ser el hijo de una persona que se dedica más o menos a lo mismo que tú – prosigue –. Si eres un futbolista destacado, como Hugo Sánchez, es difícil que tu hijo sea futbolista. Hugo Sánchez hijo lo intentó y fracasó. El hijo de Carlos Fuentes quiso ser escritor y tampoco pudo. Mi papá no tenía el rango de celebridad que tenían Juan Rulfo u Octavio Paz, pero era un pensador muy conocido, especialmente apreciado en las comunidades zapatistas. Entonces, como mi papel era más bien el de un simpatizante en la periferia, yo me quedé ahí durante muchos años. Sin embargo si había que hacer algo colectivo, como juntar donativos, siempre estuve. Yo como testigo y cronista, escribí un texto sobre la experiencia de ir a la selva tojolabal, que se llamó “Los convidados de agosto”, homónimo al relato de Rosario Castellanos porque aquello ocurrió en ese mes. Cuando vino el famoso destape de Zedillo a Marcos, diciendo que era Rafael Guillén, escribí un texto que se llamó “El guerrillero inexistente”… Siguieron los diálogos de San Andrés, un proceso muy desgastante donde el gobierno se pronunció en la postura de “venir a escuchar muy respetuosamente”, pero sin proponer nada, ni dialogar. Fue más bien un espacio para el desahogo. Los zapatistas nombraron probablemente a cien o más asesores, de variadas áreas y yo estuve entre ellos. Participé como uno más de los muchísimos asesores, en la comisión de medios de comunicación. Teníamos reuniones con el comandante Tacho y había un intercambio de ideas con los zapatistas, pero yo nunca tuve el acceso directo, por decirlo de alguna manera, que empezó a tener mi papá. Al mismo tiempo yo quería salir un poco de su sombra, y él me ayudó mucho al respecto, pero en 2001, asistimos juntos al Congreso Nacional Indígena, también sede de la caravana zapatista de ese año, en Nurío, Michoacán. Ahí yo iba con un doble fin. Además de apoyar con mi presencia al movimiento, concluí que podía ser testigo no sólo de lo que el zapatismo planteaba, sino también de lo que mi padre estaba haciendo con ellos. Entonces fui con el plan de hacer una especie de reportaje sentimental, o familiar, de mi propio padre. Estuvimos en Nurío y seguimos la caravana hasta la ciudad de México, siempre como público.

 

Juan Virollo
Photo Credits: Mike Steele

Nunca quise usufructuar de los beneficios que de repente me pudo haber dado el ir junto a su figura, entrar con las comunidades a través de él para decir “estoy con el comandante Moisés, o con el comandante David, gracias a que soy el hijo de Luis Villoro”. Él nunca quiso que yo siguiera sus pasos de manera directa, entonces lo fui observando, escribí otra crónica sobre Michoacán y la caravana zapatista, que se llamó “Un mundo raro”, también he escrito sobre mi padre con los zapatistas… 

Ahora bien, cuando fallece, tomamos la decisión, en conjunto con su viuda, Fernanda Navarro, de llevar las cenizas a Oventic. Allí tuvo lugar ese acto tan conmovedor en el cual los zapatistas se expresaron con la facilidad que les caracteriza para hablar de sus sentires, el Subcomandante Galeano leyó un texto maravilloso y escogimos un árbol para depositar las cenizas... Y desde entonces, sin representar lo mismo que representó mi padre para ellos, he estado bastante cerca del movimiento. Hemos estado haciendo cosas juntos, les doné dos premios, lo cual es una cosa meramente simbólica, pero que me pareció importante hacer. Uno de ellos fue entregado en territorio maya, el premio José Emilio Pacheco con sede en Mérida. Me pareció lógico que, estando allá, pensara en los mayas contemporáneos y siguiendo la estela de José Emilio Pacheco, pensáramos en la responsabilidad hacia los que menos tienen. Ellos me dijeron que lo utilizarían para fines culturales, pues era un premio que provenía de la cultura. Seis largos meses después, esos fines se convertirían en el evento que fue el primer CompArte. En el camino se agregó el premio López Velarde. Ahora tenemos un proyecto de hacer un libro con obras que se cristalizaron en el CompArte, y organizar una segunda edición.

Juan Villoro parece estar en un lapso de preparación para ser ese interlocutor con las comunidades zapatistas, dispersas en la sierra de Chiapas, que su papá en algún momento fue. Una responsabilidad gigante, que representa un sentido de compromiso que no tiene punto de comparación alguna.

Tras repasar lo que ahora forma parte de la historia moderna de nuestro país, los inicios de un levantamiento que marcó a Chiapas y al mundo entero, mencionar el CompArte nos ayuda a aterrizar en el presente. Le comento a Juan sobre mi experiencia en San Cristóbal y las consecuencias de la pobreza extrema y el capitalismo desenfrenado. “He presenciado cosas inverosímiles”, le digo. Mi juventud me impidió siquiera percatarme de todo lo que él acababa de mencionar, sin embargo le comento los hechos más recientes que presencié:

“Los barrios se rigen a través de reglas protegidas por los usos y costumbres, apenas el año pasado conocí a un niño que casi es asesinado por intentar robar una bicicleta. El barrio decidió amarrarlo a un poste y castigarlo con pedradas hasta el cansancio. Hubo cosas que quedaron inconclusas antes de que los zapatistas volvieran a las montañas”.

La ley de usos y costumbres es un tema muy debatido, porque puede ser, efectivamente, una licencia para cometer abusos. Si una comunidad se pone de acuerdo para linchar a una persona, desollarla viva o aplicarle castigos corporales, eso forma parte de sus costumbre y deben respetarlo. La idea central de que se convirtieran en ley los acuerdos de San Andrés, era justamente evitar eso, pero todos los partidos políticos se negaron a darle seguimiento. ¿Qué significa autonomía, que existe un gobierno dentro del gobierno ya existente? No exactamente. Hay comunidades donde los usos y costumbres discriminan terriblemente a la mujer. Los zapatistas se han postulado como una autonomía que no es machista. Una de las ideas de lanzar una posible candidatura para el pensamiento independiente en 2018, tiene que ver con que sea una mujer. Hay una consciencia en el pensamiento zapatista de que los usos y costumbres pueden ser una licencia de abuso.  El gobierno se ha acercado muy superficialmente a observar esto, y propone soluciones superficiales mas no de fondo. Las problemáticas están muy enraizadas. Esto nos lleva al presente del movimiento, que ha decidido llevar a cabo un repliegue muy evidente, de vuelta a su propia autonomía, la que buscan construir ellos, única, y diferente a la del resto de comunidades indígenas.

 

Photo Credits: Julian Stallabrass

Los zapatistas se dieron cuenta que sería muy desgastante, en todos los sentidos, dialogar con el gobierno. También se percataron de que el modelo que ellos proponen no sería replicable en ningún otro punto del país. Somos cien millones de mexicanos y difícilmente nos pondríamos de acuerdo en algo. La indiferencia que sufrieron en los diálogos de San Andrés, luego la matanza de Acteal, todo fue influyendo para que llevaran a cabo esta retirada. Sin embargo, lo que ha seguido entonces ha sido una revolución interna, en todos los sentidos, desde lo individual hasta lo social. La construcción de su sociedad día tras día. Esta revolución interna de la que hablo ahora también es meramente intelectual, los zapatistas han interpretado que dentro de su proyecto la cultura debe ser vital, y es una de las grandes diferencias con el proyecto de nación que proponen, y propondrán (porque ya los conocemos), quienes han querido ser presidentes de la república dentro de los partidos políticos. Todos ellos nos han demostrado que la cultura no les interesa y no forma parte de su agenda, más que para fines electorales. El movimiento zapatista ha cerrado filas en muchos aspectos, es difícil que vuelva a existir alguna caravana como las ocurridas años atrás, pero se abrieron las puertas del CompArte, que representa la prioridad de hacer cohesión con otras sociedades y grupos distintos, así como la importancia del pensamiento creativo y colectivo para entender el mundo. Ahora sigue el ConCiencia, un proyecto de divulgación científica que va por la misma línea, con el ánimo de proponer y aprender de los demás… de compartir desde su propio espacio hacia todos los espacios. El pensamiento zapatista, que antes proponía una revolución, ahora propone transformación, una evolución interna que está ocurriendo desde sus comunidades autónomas.

Le pregunto a Juan si está al tanto de los barrios ubicados en los suburbios de la ciudad de San Cristóbal de las Casas, tomados por el narcotráfico, donde cuentan con armas largas y reclutan a niños indígenas para que formen parte de la primer línea de fuego. Asombrado, me dice que lo desconoce, sin embargo, concluye:

Desafortunadamente San Cristóbal se encuentra bajo el mismo riesgo que todo el país. Los vacíos de poder y la ausencia de soberanía que se viven en México actualmente pueden ser, por citar un ejemplo, la donación de un ejido sin propietario, por parte del gobierno municipal a su cártel local para que lo utilicen como pista de aterrizaje. Estos vacíos de poder también permiten el secuestro de barrios y comunidades, como tú lo mencionas, y también  de municipios o casi de estados enteros, como lo es el caso de Michoacán; allá la proliferación de brazos armados del narcotráfico ante la ausencia de soberanía, dio como resultado a los grupos de autodefensas. Y en Chiapas; recordemos lo que ocurrió el año pasado en San Juan Chamula, una comunidad indígena en su totalidad, autónoma y con sus propios usos y costumbres, donde un enfrentamiento entre dos grupos de choque dio como saldo el asesinato del alcalde. Esto bajo el marco de la legalidad del partido verde, que representa electoralmente a este municipio, y que es socio del PRI, como en todo el estado. La influencia del narco depende de la geografía así como de la política local, generalmente coludida con la delincuencia organizada, que es por mucho, más organizada que los propios gobiernos locales. En el caso de los barrios donde presenciaste estos terribles escenarios que comentas, es la misma ausencia de soberanía la que entregó al narcotráfico comunidades donde, como bien comentas, se recluta a los niños y adolescentes para formar parte de los grupos de choque, como si estuvieran en territorio de guerra.

Al finalizar nuestro desayuno, una sensación de alto impacto me sacude por toda la información que pudimos intercambiar en apenas poco más de una hora. Los inicios de un fenómeno social que marcó nuestra época, siempre borrosos debido a la constante campaña de desinformación que acompañó los hechos en aquel momento, ahora están claros en mi cabeza. Juan Villoro y yo nos despedimos en un cálido abrazo, dejando pendiente una segunda charla, quizá en ciudad de México, o tal vez en el próximo CompArte, en Oventic. El escritor que amablemente me firmó mi libro del Profesor Zíper hace ya quince años, ha compartido con esmero excepcionales experiencias que ahora considero un regalo, pues tras mi experiencia en el acompañamiento de niños indígenas procesos urbanos en San Cristóbal de las Casas, era recurrente la pregunta para mis adentros, “¿Dónde están los zapatistas?, ¿por qué no bajan más?”

Al terminar de escribir estas líneas, me siento responsable de seguir involucrándome en este tipo de revoluciones internas que pueden llevar al país por un camino mejor.

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