NUEVA YORK: Hoy es el prestigioso director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de Columbia University y experto en temas emigratorios, pero el camino para llegar a ocupar tan importante cargo no ha sido nada fácil. Mientras el profesor José Moya nos habla de su pasado vislumbramos, en su mirada pícara ligeramente difuminada por las gafas, al muchacho que pasó del placer de la música, del ajedrez y de la literatura a la dura experiencia de una adolescencia entre jóvenes acostumbrados a ganarse el respeto en la calle.
José Moya nació en Cuba en el seno de una familia de clase media, de esas que pensaban que con el esfuerzo y el trabajo era posible labrar un futuro mejor para sí y para los hijos.
“Mi papá era un pequeño industrial. – nos dice con un dejo amargo en la voz – Tenía una fábrica de tabaco para la cual trabajaba de sol a sol. Mi madre era oftalmóloga y tenía su estudio. Yo amaba Mahler, la literatura y era un apasionado de ajedrez”.
La llegada de Fidel desbarata todos los sueños de la familia. “Con el término nacionalización que en la realidad significó expropiación, quitaron la fábrica a mi padre y el consultorio a mi madre. Ambos habían trabajado para tener lo que tenían y por lo tanto la expropiación dolió profundamente. Poco antes eran considerados un ejemplo para la sociedad e inmediatamente después fueron acusados de ser unos explotadores. El régimen cubano se ensañó contra todos los que tenían algún negocio privado, incluyendo a los que vendían comida en la calle”.
Salir de Cuba fue el objetivo que se fijó la familia desde el primer momento pero obtener ese permiso fue muy cuesta arriba. Pasaban los años y se acercaba una fecha muy peligrosa, los quince años del profesor Moya quien, siendo hombre, al cumplir esa fecha, no hubiera podido salir hasta los 30. “El permiso llegó dos semanas antes de cumplir los 15 años. Nunca supimos si fue gracias a una de las tantas personas a quien mi padre había pedido ayuda. En Cuba una acción de ese tipo debe quedar escondida”.
De ese tiempo lo que recuerda con más dolor José Moya es el miedo, la paranoia que se fue inoculando en la sociedad, la desconfianza hacia todos. Una de las características de todos los regímenes autoritarios es justamente la creación de un control indirecto, orwelliano, fruto del miedo acompañado por la sensación de estar vigilado constantemente y de la incapacidad de saber quien es el amigo y quien el enemigo. “Vi en mis padres el deterioro que puede ocasionar en el cuerpo y mente de una persona tener que vivir bajo esas condiciones”. Confiesa con amargura.
Llegó a España solo, con todas las angustias de la adolescencia a cuestas, una adolescencia que la vida iba transformando en una necesaria y precoz adultez. Tras unos meses en casa de un amigo de familia y luego en un albergue donde recibían a los niños que llegaban sin familia, de Cuba y de otro países comunistas, José Moya se muda a Estados Unidos, en casa de unos tíos.
Aquí empieza otra vida. Los tíos viven en la ciudad de Elizabeth, en New Jersey y el colegio en el cual lo inscriben es público y sus alumnos en su gran mayoría son afroamericanos y puertorriqueños pobres. Libros, música y ajedrez no encajan con ese mundo al cual se acerca Moya con mucha curiosidad y un gran deseo de aceptación. “En esa edad lo más importante es que te acepten los amigos y también las muchachas porque empiezas a despertar al amor y a la sexualidad”. Mostrando una gran capacidad de adaptación, capacidad que estudiará en los años con detenimiento al descubrir los recursos internos de los inmigrantes cuando tienen que insertarse en nuevas sociedades y en culturas distintas, Moya pasa de ser ratón de biblioteca a ratón de discoteca. “Nadie sabe realmente de lo que es capaz hasta que debe enfrentar una situación extrema. Me transformé en un delincuente de pacotilla – nos dice riendo al recuerdo – me integré en las bandas locales de puertorriqueños, asumí su forma de hablar y de actuar y me volví popular, ¡que era lo que quería!”. Los estudios quedaron a un lado y el diploma lo recibió mas gracias a formalidades burocráticas que por méritos. Su vida parecía destinada a ser como la de tantos miles de latinos que estudian poco y trabajan mucho.
Se emplea en una fábrica de válvulas, maneja camiones, y comienza otra nueva etapa de vida. Debe ayudar a la familia que en el mientras ha logrado salir de Cuba pero lleva una tragedia a cuestas: la madre está enferma de un cáncer contra el cual lucha inútilmente durante un año.
“Mi padre trabajaba en el día en una fábrica y de noche se iba a dormir en la clínica para acompañar a mi madre” recuerda Moya con un dolor que el tiempo no ha logrado apagar.
En esos momentos, sin embargo, vuelve a recuperar su yo interior y a redescubrir su pasión por la literatura, la música y el ajedrez.
Será un juego de ajedrez, el famoso “duelo del siglo” entre Bobby Fischer y Boris Spassky el que dará un vuelco a su vida llevándola hacia horizontes inesperados. “Estaba trabajando con el personal de limpieza del Kean College. En ese momento me tocaba limpiar en el departamento de matemática y unos profesores estaban viendo el partido de ajedrez. Me puse a verlo junto con ellos e iba comentando las movidas que podían hacer los jugadores. Cuando los docentes notaron que efectivamente eran esas las movidas que hacían los dos campeones, empezaron a mirarme sorprendidos. Me invitaron a jugar unos partidos con ellos y les gané. Entonces se entusiasmaron conmigo y empezaron a animarme a ingresar en la Universidad”. Así, tímidamente, con grandes sacrificios porque no podía dejar de trabajar tiempo completo, José Moya comienza su carrera universitaria, que seguirá con master y postgrado. Estará ya casado y con una niña cuando podrá dejar completamente el trabajo en la fábrica para dedicarse únicamente a la investigación y más tarde a la docencia.
Durante dos años se muda a Argentina para escribir su trabajo de tesis sobre la emigración española en Buenos Aires desde el siglo XIX hasta los años 30 del XXavo. La tesis se transformará en un libro que recibirá cinco premios.
Su primer trabajo académico lo desarrollará en la Universidad UCLA de Los Angeles donde se quedará 17 años.
Tras transcurrir un año en Roma decide, junto con la esposa, mudarse a Nueva York donde empezará a trabajar en Columbia University. En consideración de su experiencia fue contratado para crear un programa de estudios sobre emigraciones globales, temática a la cual ha dedicado muchos años de investigación y que, además, ha marcado su vida.
“Sin embardo nunca he escrito sobre Cuba – nos dice casi reflexionando para sí – quizás porque mi innata curiosidad me lleva a investigar realidades que no conozco. Quiero saber más de personas con otras culturas, otras trayectorias. Lo que encuentras en todos los emigrantes es su gran capacidad de trabajo y de adaptación. Cuando las personas salen de su ambiente afinan el ingenio y se multiplican las estrategias de adaptación. La visión de sí mismos cambia así como se modifica la forma de interactuar. Ser de un país mientras vives en ese país no es lo mismo que serlo mientras estás afuera. La identidad tiene un significado si hay otras con las cuales convives”.
Al comentar la realidad de la emigración Centro y Suramericana el profesor Moya subraya que hay mucha movilidad tanto dentro de América Latina como hacia otros países, sobre todo España y Estados Unidos. Nos habla además de los cambios que se están percibiendo a nivel sociológico. “En el pasado había familias ricas que mandaban a sus hijos a estudiar afuera pero eran muy pocos. Hoy en día hay muchos estudiantes de postgrado que llegan de América Latina. Algunos de ellos se quedan a trabajar, otros regresan a sus países pero en general la emigración latina actualmente es mucho más multiclasista y también se han agudizado las desigualdades en su interior”.
En los Estados Unidos, nos explica José Moya, se evidencian también otras características entre distintas comunidades de inmigrantes, en lo que se refiere al grado de educación. En general la mayoría de los taiwaneses llegan con estudios terciarios y entre los indianos de India hay un alto porcentaje de personas con buen nivel de educación. Por el contrario entre los emigrantes que llegan de la República Dominica, México y otros países de Centro y Suramérica muchos tienen un grado de educación muy bajo. Eso no significa que en los países de donde provienen haya mejor o peor educación sino sencillamente que llegar a Estados Unidos de México y Centroamérica es más fácil que de India y de Taiwán. México por ejemplo es un país mucho más desarrollado a nivel de instituciones y vida cultural que India y en general los países de América Latina y el Caribe tienen un buen posicionamiento en las estadísticas mundiales en lo que se refiere a calidad de vida e ingresos per capite. Pero los pobres tienen más posibilidades de llegar en forma clandestina a Estados Unidos y de conseguir trabajo.
El profesor Moya también dirige el Instituto de Estudios Latinoamericanos de Columbia University en el cual regularmente organizan encuentros con expertos norte y suramericanos para debatir temas de gran interés y actualidad.
Recientemente se ha desarrollado un encuentro titulado “Imagining and Imaging the Greater Caribbean” en el cual importantes personalidades del periodismo, la literatura, la arquitectura han disertado sobre diversos aspectos relativos a esta área del mundo. El próximo será dedicado a Cuba y en particular a “Las artes en la diáspora cubana”. Habrá poetas, pintores, músicos, artistas visuales.
Cuando le preguntamos cuál de los eventos realizados le ha proporcionado mayor satisfacción Moya sonríe y nos explica que todos son un gran nutriente para su mente y alma. “El trabajo que realizo es, en un 80 por ciento, burocrático y por lo tanto muy aburrido. Mis momentos de placer son los que me regalan las personas nuevas que conozco, los debates, los encuentros culturales”.
Una alumna se asoma a la oficina del profesor Moya y, por más que quisiéramos seguir conversando sobre emigración tema que nos apasiona tanto como a él, sabemos que ha llegado el momento de irnos. Vemos a la joven entrar con la timidez de todo estudiante y al mismo tiempo la gran sonrisa con la cual la recibe el profesor Moya. Sin duda tener a alguien con una vida como la suya detrás de una cátedra es un privilegio que quizás los alumnos no conozcan. Lo que sí saben, estamos seguros, es que en esa oficina van a encontrar siempre a alguien dispuesto a escucharlos con gran sensibilidad humana.