NUEVA YORK: Take-a-Dao (sin guiones) es el nombre que José Miguel usa en sus redes sociales, ofreciendo entonces “una dosis” de él. Nueva York se convirtió en su inevitable destino cuando una buena amiga le dijo que se iba a la ciudad y él, sin planes hasta entonces, dijo: “yo también”.
Para el momento de esta entrevista, recién había fallecido el ex Presidente de Venezuela Ramón J. Velázquez, a quien Dao tuvo la oportunidad de interpretar en la obra “Diómedes y las camisas voladoras” en 2011. Más aún. Tanto él como todo el elenco tuvieron ocasión de presentarle la obra al mismo Velázquez en su casa. El día indicado para la función fue el mismo de su cita para obtener la visa. “Eran las once de la mañana y tenía 500 personas por delante, habíamos convenido hacer la obra a las 2pm y me dije: nada, no llego”.
Se acercó a una taquilla para explicar su urgencia y quien atendía, lo reconoció. Le dijo: “tú eres Ramón J”. Lo devolvieron a la fila sin mayores promesas. A los cinco minutos lo llamaron por el megáfono.
Actuó por primera vez en su colegio. Iba reprobado y si no hacía una actividad extra no aprobaba el año escolar. La semana próxima tendrían un acto llamado “El evento” y le ofrecieron abrir la obra. Aceptó.
¿Qué pasó cuando saliste? ¿Cómo te sentiste?
En lo que salí al escenario se me fue todo y nada más escuchaba los aplausos de la gente, muerta de risa. Se sintió correcto. Fue un respiro, entendí que quería hacer eso. Después lo único que hacía bien era ir a mis ensayos y aprenderme mis líneas.
En 2007 empezó a formarse en el grupo de improvisación Akeké Circo Teatro y se incorporó a una iniciativa llamada Dr. Yaso, donde acompañaban a los niños haciendo actividades y obras improvisadas. “Saliendo del hospital me sentía como un fantasma, un espíritu flotando… dejas mucha energía, te vas como limpio por dentro… así me siento hoy día al salir de una función”.
De hecho sería con el Grupo Skena, famoso por sus obras infantiles donde obtendría su primer papel en una obra: “Pocoseso” en Belinda Lavalindo. Un año después, actuaría en Ciertas condiciones aplican del reconocido dramaturgo Javier Vidal.
A Nueva York llegó un dos de enero, para empezar un curso de inglés en Media and Art. Una noche, interpretó ante los presentes un monólogo que estaba preparando. Justo al terminar, una actriz presente le ofreció un papel en la obra The motherfucker with the hat. Sería de su mano que llegaría al Stella Adler Studio of Acting, donde se formó durante los dos años que terminaron en junio, con la presentación de Lizards.
Establecido en la ciudad pulió su inglés repitiéndoles las líneas a actores que las olvidaban, mientras asistía al director venezolano Michel Hausmann. Con él trabajó durante el desarrollo de las obras Blackmilk y El Golem de la Havana escrita y dirigida por Hausmann. A los dos días de su graduación hizo su audición para la obra The Mormon Bird Play de Roger Benington. Recibió el papel de “Ivonna” al día siguiente. En él trabaja actualmente.
¿Cómo te la llevas con el proceso previo a las presentaciones?
El proceso siempre va a ser estresante, lleno de dudas. No puedo estar con la completa sensación de que todo estará bien… solo sigues instintos, una técnica. Hay cosas que te desbalancean, te sacuden. Al momento de presentarte, con todo ese bulto que era necesario para el personaje, te das cuenta de que si faltó algo en el morral no es el fin del mundo. Siento que eso en mi vida es una reafirmación, sé cómo manejarme, sé vivir sin muchas cosas y tomar lo que está en mi vida para equilibrar.
¿Qué diferencia hay entre actuar en un teatro y actuar para las cámaras?
El teatro tiene una cosa específica y una carga mucho más grande. La gente evalúa en el momento, los estás haciendo sentir en esa función, ese día, te diriges a esa persona. En cambio frente a las cámaras, lo que haces le queda a la gente de por vida, lo pueden repetir una y otra vez.
¿Cada función es distinta?
Tú sales del escenario y sabes que eso pasó. Cuando la gente te agradece, cuando sabes que la gente fue afectada por eso, sabes que en ese momento hubo una energía compartida. El hecho de que nosotros como actores podamos actuar para hacer sentir a la gente esas cosas que ellos no se permiten sentir en el día a día… es gratificante, porque sabes que hay muchas personas que se desahogan a través de tu interpretación.
¿Es diferente la expresión teatral entre Venezuela y Estados Unidos?
Venezuela es un país reprimido. Yo estallo en un escenario porque estoy quitándome esa represión de encima. Es el único momento en que puedo vivir de la manera en que yo quiero vivir. Y el público lo agradece porque ellos quieren sentir eso. En América, donde el “freedom” existe, ellos en vez de ir al escenario a explotar y dejar todo libre, reprimen, se trata de contener y mantener todo adentro.
Hay una sensación memorable apenas se llega ¿Cuál fue la tuya?
Sentarme en un parque sin miedo a las 4 de la mañana. Fue una sensación de libertad. Yo sé que suena muy estúpido en este país, pero en el mío eso no puede hacerse. Ser una persona más libre en el mundo, cambia la perspectiva de mi trabajo porque éste se rige a través de mi vida. Yo interpreto gente con mi cuerpo, mi pensamiento, punto de vista y mi punto de vista cambia al ver que yo me puedo sentar en un parque a las 4 am tranquilamente y en mi país, no.
VICEVERSA, PALABRAS DE IDA Y VUELTA.
Qué sentiste el minuto antes de salir a escena por primera vez: siento que voy a parir, no voy a poder, no voy a poder.
Un ritual antes de entrar en escena: Café frío. Muy frío.
¿Qué cosa no le puede faltar a una obra de teatro: Un buen cast.
Tu peor pesadilla: Una que recuerdo es estando a minutos de estreno sin saberme las líneas o haber ensayado.
Director de cine preferido: Almodóvar.
Algo que no harías nunca: «Qué no volverías a hacer» es una pregunta con la que me identificaría más.
Lo más raro que has visto en el metro: Más que raro, desagradable. Un mendigo orinando en el vagón. Todos los pasajeros levantábamos las piernas para no llenarnos de orine. Nadie dijo una palabra.