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José Gregorio Superstar

La gente cree que era un simple cholo. Porque tenía un lánguido mostacho, y porque se le puede ver en el vidrio trasero de cuanta buseta hay en Caracas. Nada más alejado de la realidad. El doctor José Gregorio Hernández, quien en 2014 cumple 150 años de nacimiento, era –primeramente- un científico de excepción.

Introdujo el microscopio en Venezuela y fundó la Cátedra de Bacteriología de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Si uno revisa sus calificaciones, desde el Kinder Garden, hasta sus estudios en París, con el doctor Matías Duval, podrá verificar que José Gregorio siempre fue un estudiante de 20 puntos.

Genio y figura
Pero, no contento con eso, el doctor Hernández también era un humanista hondo y cultísimo. Un genio. Un hombre de una cultura universal y poliédrica. Su mejor amigo era Santos Aníbal Dominici, hijo del entonces rector de la UCV. José Gregorio se encerraba largas horas con su hermano del alma, en la enorme y vastísima biblioteca del doctor Dominici, a leer a Shakespeare y a Dante, entre otros.

Católico practicante, además de ser un genio, José Gregorio era un santo varón. En 1986, Juan Pablo II lo declara Venerable de la Iglesia Universal, previo estudio de la vida del doctor Hernández, y habiendo constatado que El Médico de los Pobres, practicó en vida, las virtudes teologales y cardinales, en grado heroico. Para beatificarlo, debe comprobarse un milagro, por intercesión suya, y un milagro adicional, para la canonización. Para el pueblo venezolano no hace falta la beatificación.

Monseñor Jorge Villasmil –un cura culto y preocupado hasta el cuello de los asuntos políticos de Venezuela-, fue durante años postulador de la causa. En una ocasión me aclaró que el problema, es la terrible intermitencia con la cual ha sido manejada la causa de beatificación de José Gregorio. Períodos de euforia, y otros de total adormecimiento. Villasmil precisó que no ayuda para nada la terrible ignorancia del pueblo venezolano. Los devotos consignan por milagros, genuinas tonterías, del tipo “la estampita apareció volteada contra la pared”, y cosas por el estilo.

No falta quien –con suspicacia- denuncie que El Siervo de Dios, no ha sido beatificado por falta de influencias en el Vaticano. El doctor Rafael Caldera, cuando se lo pregunté, hace años, disparó con fría entonación: “No lo veo”. Pero también a José Gregorio se le vincula con Sorte, y con toda clase de santería. El jesuita Mikel de Viana, siendo todavía profesor de la UCAB, me deslizó con sorna lo que sigue: “Lo que pasa es que el Negro Felipe, y María Lionza, son muy malas compañías para entrar en el Vaticano”.

Yo me quiero morir
Pero, la verdad sea dicha, José Gregorio fue un católico químicamente puro. Al punto, que en dos ocasiones de su vida, trató de hacerse sacerdote. Primero, trató de hacerse Jesuita, y luego se fue a la Farneta de Luca, a tratar de hacerse Cartujo. En ambas ocasiones, su salud lo traicionó. José Gregorio quería apartarse del mundo. Y llegó a decir, que en realidad se quería morir, porque quería encontrarse con Cristo.

De una inteligencia extravagante y refinada, hombre cultísimo y exquisito, José Gregorio cosía sus propios trajes, y tocaba con destreza el piano y el violín. A su regreso de la Farneta de Luca, adoptó como forma de expiación una vestimenta de corte extravagante, con colores llamativos y chillones, y se sentaba a fumar incontables cigarrillos en la Plaza Bolívar. Era una forma de martirio.

En 1919, muere arrollado por un Hudson Essex, color negro, en una de las calles que están detrás del Palacio Blanco, en el Centro de Caracas. José Gregorio vivía por allí, y venía de llevar una medicina a uno de sus pacientes. Se dice que era el único auto que existía en Caracas en ese entonces, pero eso no es verdad. No había muchos, pero ya había al menos un centenar de coches en la capital.

War is over
Un poco antes, había corrido por el mundo la feliz noticia, del fin de la Primera Guerra Mundial. José Gregorio, curiosamente, había dicho que podía morir en paz, porque había ofrecido a Cristo, su vida en holocausto por la Paz del Mundo.

El Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, realizó hace algunos años, una muestra que se llamó “Gracias, José Gregorio”, donde diversos artistas de calibre, versionaron la clásica figura de El Venerable. Incluso en la China, hay un muñeco plástico fluorescente, es decir, la figura del doctor Hernández, que se mercadea como “El Caballero de la Luz”. Su imagen ha recorrido el mundo, del folletín al lienzo, pasando por el graffiti callejero, hasta llegar al póster electoral.

La Movida Acústica Urbana (MAU) ha versionado la figura de José Gregorio, de espaldas, sosteniendo un cuatro, como emblema del movimiento. Y la banda de ska, Desorden Público, lo usó como tapa de uno de sus discos. Se le considera el venezolano más eminente del siglo XX. Y yo diría que es la única estrella de rock que hemos tenido en el país, verdaderamente. Uno casi podría decir: José Gregorio Superstar. Puro rock and roll.

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