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esteban ierardo

John F. Kennedy y el asesinato interminable  

El asesinato de Kennedy en Dallas, el 22 de noviembre de 1963, parece que hubiera ocurrido ayer. Quizá su carácter abierto, no resuelto, impide su envejecimiento. Y la bibliografía que ha generado alcanza magnitudes industriales.  

La gigantesca biblioteca sobre el caso se divide en dos posiciones antagónicas. O la versión oficial de la Comisión Warren: un solo tirador, la responsabilidad en un solo desquiciado solitario, alentado por su odio absoluto; o un crimen altamente complejo perpetrado por diversos actores ocultos: la CIA, la Mafia, el sector petrolero texano, los anticastristas desairados por el fracaso y no apoyo a la invasión de Cuba en Bahía de Cochinos, el temor de Lyndon Johnson a ser dejado de lado por Kennedy por acusaciones de corrupción en su contra, la Orden Ejecutiva N 11110 del presidente que le devolvía al gobierno de los EE.UU la facultad de emitir moneda sin pedir prestado a la Reserva Federal, los intereses del complejo militar industrial por mantener la guerra de Vietnam que Kennedy habría querido evitar… La marca de un golpe de Estado velado, un ataque perfectamente orquestado desde el abismo nauseabundo del poder detrás del poder (1).

Tras el asesinato, y tras el crimen también del principal sospechoso Lee Harvey Oswald, el recién nombrado presidente Lyndon Johnson nombró una comisión de notables que debía resolver el caso.

La reunión de “iluminados” se llamó Comisión Warren, porque quien la dirigió fue el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Earl Warren, el mismo que le tomó juramento como nuevo presidente a Kennedy el 20 de enero de 1961.

Uno de los miembros de la particular Comisión era Allen Dulles, el ex jefe de la CIA, despedido por Kennedy luego del fracaso de la invasión a Cuba en Bahía de los cochinos en abril de 1961. El servicio secreto pronosticó que ni bien se regara por la isla la noticia del comienzo de la invasión el país ardería con el fuego de la rebelión. Esto no ocurrió. Sí la respuesta rápida y contundente del ejército castrista. Y a la comisión también pertenecía Gerald Ford, el reemplazante de Richard Nixon tras el escándalo Watergate el 8 de agosto de 1974; un Ford que informaba de toda la “investigación” en curso a Edgar Hoover, el jefe del FBI que, como Dulles, odiaba tanto a John F. Kennedy como a su hermano Robert, luego asesinado, en 1968, en circunstancias igualmente oscuras.

Luego de diez meses, la Comisión entregó al Presidente su famoso informe con sus conclusiones. Unos frondosos 27 volúmenes con la “verdad definitiva” respecto al magnicidio. La letra de la versión oficial determinaba que Oswald, movido por su “fanatismo comunista”, efectúo tres disparos desde la ventana del sexto piso del Depósito de Libros de Dallas, con un rifle Mannlicher Carcano, de 6.5 milímetros, accionado por cerrojo. Acertó con dos disparos, uno mortal, en la cabeza por detrás. Luego, se escabulló y tuvo tiempo para volver a su domicilio, tomar un taxi, bajar, y 45 minutos después del asesinato del jefe de Estado matar al oficial de policía J. D. Tippit, para luego refugiarse en un cine, donde fue finalmente capturado.

Las conclusiones principales de la Comisión Warren entonces fueron: los disparos, tres, solo fueron realizados por Oswald desde la ventana del sexto piso del Texas School Book Depository, el Depósito de Libros de Dallas, Además del tiro mortal en la cabeza, el presidente recibió un balazo en el cuello, que a su vez alcanzó al gobernador de Texas John Connally, que se encontraba en el asiento delantero del Lincoln presidencial. Esta es la célebre bala mágica. El primer disparo de Oswald desde el sexto piso del Depósito de Libros (hoy Museo) impactó en el cuello del presidente, alcanzó el nudo de su corbata, salió por la garganta, traspasó la espalda de Connally, arrancó diez centímetros de su costilla; y luego de salir de su cuerpo hizo una trayectoria descendente e hirió su muñeca y se alojó en su muslo izquierdo. Por lo que el proyectil de 2, 4 centímetros de largo y ceñido a una funda de cobre, en su trayectoria atravesó dos cuerpos, huesos y tejidos, quince capas de ropa, y luego fue encontrado casi intacto en el Parkland Hospital en la camilla de Connally. Es decir que en la bala no quedó marca de los volúmenes humanos y textiles que habría atravesado. La faena realmente extraña para una sola bala que fue identificada como la evidencia «Warren Commission Exhibit 399», o también conocida como «CE399». Sin embargo, algunos alegan que la supuesta irregularidad de la trayectoria no es tal, es explicable en términos de física, y que la confusión surge de un error en la representación real de la ubicación del presidente respecto al gobernador.

En los interrogatorios, y en sus escasas declaraciones a la prensa, Oswald siempre negó ser culpable. Pero no pudo defenderse. Porque el 24 de noviembre, con sus manos esposadas, fue acribillado por un disparo en el estómago por Jack Ruby, en el sótano del Cuartel Central de Policía de Dallas, cuando se aprestaba a ser trasladado a la cárcel de la ciudad. El hecho fue presenciado por numerosos periodistas, agentes y detectives, y filmado por la televisión. Su agresor era un sombrío personaje con conexiones con la mafia de Chicago y New Orleans, y dueño de un cabaret en Dallas (2).

La Comisión Warren subrayó que la acción homicida de Ruby fue también solitaria, sin ningún apoyo de la policía. Como también solitaria fue la acción de Oswald. No hubo ninguna conspiración en la que haya participado algún sector del gobierno, la Mafia o cualquier otra fuerza oscura. La locura de Oswald, por sí sola, perpetró el asesinato del presidente de los Estados Unidos ante la mirada azorada de cientos de testigos y de cámaras fotográficas y filmadoras. La “obra maestra” criminal de un solo magnicida.

Desde sus comienzos, esta narrativa estuvo en crisis. Muy pocos creyeron en ella, aun en medio de la ingenuidad de los primeros años de los sesenta. Pero fue avalada y reproducida hasta el cansancio por la prensa. Y fue beneficiada por la renuencia de la Justicia en Texas a iniciar otras investigaciones paralelas (la excepción, y en otro Estado, será Jim Garrison, del que luego hablaremos). Además, toda evidencia en contrario fue desestimada o desaparecida.

El castillo de la verdad oficial empezó a deshacerse por la acumulación de contra evidencias y de fuertes dudas razonables.

Una primera objeción es temporal. De ser cierto que solo hubo tres disparos procedentes del supuesto rifle de Oswald, estos se produjeron en un lapso de entre seis a ocho segundos. Esto desafía los límites de lo posible, aun para el más extraordinario tirador. Oswald, en parte un enigma en sí mismo, había pertenecido al Cuerpo de Marines del Ejército, y fue asignado a la Estación Aérea del Cuerpo de Marines El Toro en California y luego, en Japón, sirvió en el Escuadrón de Control Aéreo Marino 1 en la Instalación Aérea Naval Atsugi, cerca de Tokio. Su calificación como tirador era apenas aceptable. Luego, permaneció en la URSS de forma bastante misteriosa (para algunos por su comunismo, para otros en misión secreta del gobierno). Regresó sin objeciones con su esposa rusa Marina Oswald, y dio declaraciones pro marxistas y castristas en un programa televisivo en New Orleans, pero luego mucha evidencia señala que fue visto con conocidos referentes de movimientos anticastristas (ya volveremos sobre esto). Para fortalecer su incriminación se alegó la discutida foto que lo muestra portando el rifle que habría usado para el ataque, y un viaje a Ciudad de México donde habría solicitado una visa para viajar a Cuba.

El supuesto rifle de Oswald era sospechosamente obsoleto. Fue comprado por correo. Era un arma italiana de la segunda guerra mundial, llamada el “rifle humanitario” porque solía trabarse y raramente acertaba en el blanco. Oswald debió accionar el cerrojo de su rifle manual tres veces, apuntando luego en cada caso, y debió acertar en un blanco en movimiento. Todo esto a alta velocidad, con gran precisión. Proeza improbable, por no decir imposible.

La Comisión habló de tres disparos, escudándose en una gran cantidad de testigos que acreditaba ese hecho. Tres balazos en dos heridos, uno mortal. Pero los heridos fueron tres… Al momento del asesinato, James Tangue,  un veterano de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos se encontraba a más de 150 metros del auto presidencial, en el triple underpass bajo el puente ferroviario ante la calle Elm por la que circulaba la comitiva presidencial. Cuando se inició el tiroteo, Tangue sintió un dolor en la mandíbula. Un pedazo de cordón de verada se desprendió por el impacto de una bala. Esto produjo una esquirla que lo hirió. Entonces, habrían existido más de tres disparos. Y esto socavaba los dichos de la Comisión Warren.

Pero el incidente de Tangue no se agotaba en su reveladora herida. También agregó que el disparo que provocó la esquirla que lo hirió tuvo que venir desde detrás de la lomada de césped, el Grassy Knoll, el famoso montículo de hierba de la Plaza Dealey.

Muchísimos testigos desestimados, y otros que por distintas razones no declararon, insistieron en su certeza de que el disparo que mató a Kennedy procedía de allí.

Abraham Zapruder era fabricante de ropa femenina estadounidense de origen ruso. Durante el tiroteo, filmó los hechos con una película de 8 mm en color. Afortunadamente, ese testimonio visual se preservó. Fue vendida por su dueño a la Revista Life. Así se evitó una misteriosa desaparición como la que ocurrió con mucha evidencia fotográfica y fílmica. En la película es notorio que el disparo que masacró la humanidad del presidente vino por la derecha, y desde el montículo de hierba.

El origen del disparo mortal desde el Grassy Knoll fue confirmado por muchos testigos. Entre ellos, el sordomudo Ed Hoffman. Su importante relato lo hizo público por primera vez en un polémico documental The Men Killed Who Kennedy, en 1988 (3). Rumbo a su dentista, se detuvo a un costado de la carretera Stemmons Expressway para contemplar el paso de caravana presidencial desde allí. En esas circunstancias, dice haber visto a un hombre con un rifle luego de los disparos tras la cerca de madera del montículo de hierba. Entonces, ese individuo entregó el arma a un segundo hombre vestido como un trabajador ferroviario que desmontó el rifle, lo colocó en una caja de herramientas, y se alejó hacia las vías del ferrocarril. En 1985, el testimonio de Hoffman, que murió en 2010, fue recogido por el reportero Jim Marrs en su libro Crossfire: The Plot That Killed Kennedy, de1989; y también su relato es el centro de Beyond the Fence Line: The Eyewitness Account of Ed Hoffman and the Murder of President Kennedy, publicación de 2008, de los investigadores Casey J. Quinlan, y Brian K. Edwards.

Durante mucho tiempo se discutió sobre la identidad de una misteriosa mujer que aparece frente al auto presidencial en el momento fatal, cubierta por un pañuelo como las mujeres rusas. Por eso, se la llamó Lady Babushka. Luego se dio a conocer, sin dejar de suscitar controversias. Su testimonio incluye una doble revelación. Por un lado filmó lo ocurrido con una cámara de cine Super 8 Yashica que asegura que le fue arrebatada por un agente del FBI. Siempre sostuvo con énfasis que el disparo crucial vino del montículo de hierba, que se oyó un disparo desde allí, se vio humo y olió pólvora. Por otro lado, Olivier que aún vive, es cantante, y como bailarina era habitué del legendario cabaret Carrusell Club de Ruby, a quien dijo haberlo visto, en una oportunidad, acompañado por Oswald, y también, en otra ocasión por el peculiar David Ferrie (4). También el ex agente secreto de la CIA, Antonio Veciana, líder del grupo anticastrista Alfa 66,  que se proponía matar a Castro, terminó por reconocer en 2016, que vio en una oportunidad a Oswald con Maurice Bishop, nombre encubierto de David Atlee Phillips, su jefe en la central de inteligencia.

Una de las famosas fotos del momento del impacto letal en la cabeza del presidente en Plaza Dealy es la de Mary Moornan. En el fondo de la imagen se delinea el montículo de hierba y la valla. En 1982, Gary Mack y Jack White investigaron la foto, la ampliaron según las posibilidades técnicas de la época, y obtuvieron una ampliación, también discutida,  conocida como el “hombre de la insignia”. Es la figura de un sujeto vestido con uniforme de la policía de Dallas. Asimismo, en la imagen puede detectarse a Gordon Arnold, otro famoso testigo, delante de la valla, que acreditó también el paso de un disparo desde el montículo.

De ser cierta esta hipótesis, era perentoria la búsqueda de la posible identidad del tirador oculto detrás de la valla. Una de las sospechas más convincentes, aunque sin una demostración concluyente, surge de la obra del investigador Stephen J. Rivele. Rivele, conocedor del francés, con estudios de literatura, guionista, autor del guión de Nixon de Oliver Stone, narró su gran investigación en Kennedy. La conspiración de la mafia, 1988 (5). En su hipótesis, el crimen fue organizado por la mafia con apoyo de la CIA y la mano de obra especializada de la mafia corsa. Su informante era  Christian David, miembro de la red corsa en América del Sur, dedicada al tráfico de heroína. En 1981, encarcelado en Estados Unidos, a cambio de ayuda para su delicada situación judicial, David le informó que el jefe mafioso corso Antoine Guerini le ofreció un contrato para matar a un pez muy gordo. Rechazó la propuesta por muy peligrosa. Pero la oferta habría sido aceptada por el temerario y excelente tirador Lucien Sarti. Según Saint John Hunt y David Hunt, poco antes de morir, su padre, Howard Hunt, ex agente de la CIA, implicado en el caso Watergate, les confesó su participación en el crimen junto a muchos otros, entre los que se encontraba Sarti.

En 2017, despertó muchas expectativas la desclasificación de dos mil ochocientos documentos del servicio de inteligencia sobre el asesinato, pero se mantuvo la restricción sobre una cantidad no especificada de documentación por requisito del FBI y la CIA. Esta desclasificación no agregó mucho, en esencia, al escenario previo de las pesquisas alternativas sobre el atentado.

Sin embargo, más de medio siglo de investigaciones independientes ampliaron la compresión del contexto del magnicidio. La aceptación de la muerte de Kennedy por la autoría sin más de Oswald hoy resulta por lo menos pueril. Su condición de patsy, chivo expiatorio, “cabeza de turco”, fue anunciada, por el propio Oswald cuando comprendió su situación,  y por el único juicio por la cuestión Kennedy celebrado por  ex-fiscal de distrito de Nueva Orleans Jim Garrison  dramatizado en la gran película de JFK, de Oliver Stone, de 1991, con Kevin Costner como el valiente y rebelde fiscal. Garrison afirmó que Oswald no hizo ningún disparo, es una víctima trágica manipulada para encubrir un gran engaño, que merece más  pena que repudio. Y el disparo del sexto piso del Depósito de Libros quizá fue realizado por Malcom Wallace, un personaje llamado por algunos «el sicario personal de Lyndon Johnson». Wallace, un muy buen tirador. Barr McClellan, autor de Blood, Money & Power: How LBJ Killed JFK, reiteró este hecho. Y en el lugar en el sexto piso del Depósito de Libros, en el nido del francotirador, se habría encontrado una huella dactilar sobre una caja, que era de Wallace, tal como lo confirmó un experto. Pero esa prueba fue misteriosamente destruida en los archivos del FBI.

El caso no está resuelto, por más que la versión oficial quiera imponerse sin más, ignorando la ingente contra evidencia, o al menos una plétora de indicios razonables en contra de las afirmaciones de la Comisión Warren. Además siempre deben tenerse presente las prácticas de desinformación sobre el caso, que buscan desacreditar todas las posibles evidencias de una conspiración; y esto como parte quizá de un continuo encubrimiento; mientras otros aceptan y reproducen de forma acrítica supuestas señales en favor del complot.

Pero algo innegable es que, en el día del asesinato, se observó una sospechosa relajación en la seguridad de la caravana presidencial. Las motocicletas policiales en este caso no avanzaron delante o a los costados del auto presidencial sino “convenientemente” detrás; faltó un monitoreo sobre peligrosas posiciones de potenciales francotiradores; el itinerario, acordado en principio por la policía, hizo que la limosina se desviara de Main Street, la dirección más lógica para llevar al presidente a su destino, y giró hacia Houston Street para luego empalmar por Elm Street a muy escasa velocidad, como si se buscara acercar el objetivo a un cercano foco de disparo. Incluso la Comisión Warren, en una de sus conclusiones, advirtió que “el Servicio Secreto, encargado de la protección del presidente, no ha actualizado sus procedimientos de acuerdo a las nuevas necesidades de movimiento del presidente de los Estados Unidos y recomienda reestudiarlos”. Es decir, el reconocimiento tácito de irregularidades.

Pero lo que debe ser destacado especialmente es la falta de voluntad de investigación de la Justicia y de los servicios de inteligencia sobre todas las posibilidades del caso. El informe Warren solo supuso una investigación a pedido del ejecutivo, pero ajena a todo proceso judicial real más allá de que fuera liderada por el Presidente de la Corte Suprema. El único intento judicial de Garrison no tuvo ninguna colaboración de los poderes estatales. El Estado de Texas nunca manifestó el menor interés por iniciar una investigación que, luego del asesinato de Oswald, pudo enfocarse en las extrañas deficiencias en la seguridad presidencial; y, que se sepa, el FBI  o la CIA nunca tomó en serio la posibilidad de una conspiración, o solo se limitó a destruir todas las pruebas que la avalarán.

En 1975, se mostró por primera vez la película de Zarpruder en televisión.  Su alto impacto condujo a la formación del Comité Selecto de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos sobre Asesinatos (House of Representatives Select Committee on Assassinations, o HSCA) para estudiar el asesinato de Kennedy y de Martin Luther King. En 1979 se emitió su informe final. Se ratificó muchos de los dichos de la comisión Warren, salvo que, según el Comité, fueron 4 disparos y no tres. Y el tercer disparo, se sostuvo, fue realizado por un segundo asesino ubicado en el montículo de hierba. Se aceptaba así una conspiración, pero sin ir más allá. Se criticó al Departamento de Justicia, al FBI, a la CIA, y al Servicio secreto por la deficiente protección de Kennedy, pero este informe, nuevamente, no tenía la contundencia y peso de una real investigación de la Justicia.

La falta de proceso judicial con todos los recursos del Estado, es lo que impidió también que la profusión de testigos se convirtiese en testimonios con valor de prueba legal. La ausencia de juicio hizo que los testigos solo sean parte de una narrativa literaria y no el medio de un posible esclarecimiento jurídico de un homicidio (6). Y la identidad del segundo tirador admitido por la investigación del Comité de asesinatos del Senado continuó en el absoluto misterio.

Y la excusa ideal para evitar un necesario proceso judicial fue la autopsia del cadáver de Kennedy. Según la versión oficial, su resultado evidencia un disparo por detrás como causante de la muerte, por lo que Oswald sería el único responsable, y caso cerrado. Pero la evidencia sobre la irregularidad e ilegalidad en la autopsia presidencial es abundante. Por empezar, según la ley, la autopsia debió realizarse en Texas, pero, sospechosamente, el cuerpo fue trasladado rápidamente y a la fuerza por el servicio secreto, en el Air Force One, hasta el Hospital naval de Bethesda. En 1981, se publicó La mejor prueba (Best evidence), de David Lifton físico vinculado a la NASA, que ofrece testimonios y una reconstrucción plausible que demostraría el cambio de féretros en el traslado del cuerpo, para ocultar la manipulación del cerebro de Kennedy, a fin de anular la evidencia de un disparo en el cuello, y principalmente, el impacto por la frente como lo atestigua la película de Zarpruder.

El caso solo fue cerrado por la voluntad del Estado. En todo caso, la muerte de Kennedy fue muy conveniente para la salud de ciertos intereses. El presidente asesinado planeaba aumentar los impuestos a la producción petrolera texana; aumentó la persecución de la Mafia a través de su hermano Robert Kennedy como Fiscal general; estaba seriamente interesado en devolver a la CIA a sus verdaderas funciones originales, y desarmarla como agencia incontrolable dentro del Estado que acometía misiones propias. Y ante todo Kennedy deseaba traer de regreso las tropas norteamericanas de Vietnam, aun en contra de sus propias declaraciones públicas. En 1997, documentos secretos desclasificados revelan que Kennedy pidió al Pentágono que se prepararan para la retirada de las tropas norteamericanas de suelo vietnamita en caso de ser reelegido por un nuevo mandato presidencial para 1964; esto habría evitado el infierno posterior  que mató a más de un millón de vietnamitas y más de cincuentas mil soldados norteamericanos. La cancelación de esa guerra hubiera perjudicado los intereses de la industria de las armas.

Llegados a este punto es claro que el asesinato es el vértice de anomalías estructurales que proyectan sombra sobre la dinámica democrática. La posibilidad de una doble conspiración: la primera, la urdida como una operación compleja para asesinar a un presidente elegido por elección democrática; la segunda, el encubrimiento continúo de la primera acción criminal. El encubrimiento con poderosos recursos para instalar el mito de un único asesino, construir un chivo expiatorio para calmar la demanda de un culpable, y ocultar la acción de un poder secreto (cripto-poder) que actúa más allá de la mirada de la opinión pública, o de la prensa, más allá de una democracia real.

Más allá de las posturas a favor o en contra de la conspiración, el asesinato de Kennedy construye una narrativa que combina evidencias no asumidas e irreductibles puntos ciegos, en una trama de complejidad ajedrecística y de visos de tragedia indescifrable, que instala la sospecha sobre la acción de fuerzas incontrolables aun dentro de la sociedad democrática. Una integración de las principales investigaciones sobre el poder real tras el crimen del presidente Kennedy, y que hacen colapsar el casillo de naipes de la Comisión Warren, puede hurgarse en las páginas del libro de Javier Sánchez García, Teoría de la conspiración: Deconstruyendo un magnicidio: Dallas 22/11/63.

Y en la cultura popular el crimen de Kennedy es fuente constante de sospechas, teorías alternativas, de un sentimiento de indefensión ante los eventuales engaños consumados con eficacia criminal por poderes capaces de alterar y encubrir la realidad, de crear falsos culpables con total impunidad, de modo de responder a sus propias prioridades, en desprecio y burla de los intereses de la democracia y su principio de transparencia y publicidad de los actos. Degradación que el propio establishment reproduce. De ahí la afirmación de David Talbot, el autor de La conspiración: “Las élites saben la verdad sobre el asesinato de JFK, pero los medios se la callan”.

El caso Kennedy como ejemplo de la incapacidad de control sobre los poderes secretos que reptan dentro del cuerpo democrático; y el trauma no resuelto que se repite en internet como lo imposible: el asesinato de un presidente al aire libre, como una suerte de puesta en escena teatral, a la vista de todos, como otro momento de un sociedad del espectáculo. La repetición de un asesinato que parece interminable.


Citas: 

(1) En este artículo ofrecemos un panorama general, pero forzosamente insuficiente, por la inmensidad de información y perspectivas en el análisis de este crimen. En algún artículo futuro tal vez nos concentremos en particular en todo lo vinculado con lo ocurrido en el auto presidencial durante el tiroteo, sin dejar de situarlo en el proceso general del asesinato.

(2) En una entrevista televisiva de Jack Ruby luego de dispararle a Oswald, éste afirmó de forma muy misteriosa: “el mundo nunca conocerá la verdad de lo que ha ocurrido, mis motivos”. Entonces el periodista le preguntó si nunca se sabría por la amenaza de personas muy poderosas en lo alto del poder, a lo que respondió: sí.

(3) La emisión de este documental fue interrumpida luego de una fuerte demanda de la familia de Lyndon Johnson, por su incriminación como uno de los implicados en la conspiración. Sin embargo, el documental puede verse dividido en fragmentos en Youtube. Muy recomendable para la visión alternativa del asesinato con fuentes, en general, sólidas.

(4) David William Ferrie (1918-1967) es uno de los varios personajes fundamentales en la compleja trama del probable complot. Según Jim Garrison era parte de la conspiración. Garrison también alegó que Ferrie conocía a Lee Harvey Oswald. Ferrie siempre lo negó. Pero décadas más tarde, una fotografía hallada mostraba a ambos en la misma unidad de la Patrulla Aérea Civil  en los 50’. El 22 de febrero de 1967, pocos días después de que el periódico New Orleans States-Item revelara la historia de la investigación de Garrison, Ferrie fue encontrado muerto en su apartamento.

(5) Rivele habló de su investigación en el documental de televisión de 1988, The Men Who Killed Kennedy. Además de Lucien Sarti, Rivele también implicó a Sauveur Pironti y Roger Bocognani en el asesinato. Pero Pironti y Bocognani tenían coartadas. Rivele retiró entonces la  acusación. Sin embargo, siempre insistió en la responsabilidad de Sarti, y agregó otro posible implicado: “Creo que Sarti estuvo involucrado, pero aparentemente me equivoqué en los otros dos. Si estuviera trabajando en el caso hoy, miraría a Paul Mondoloni de Montreal…” Y también informó de una inesperada y sorprendente corroboración de su investigación: “Un ex agente de la CIA me contactó hace dos años…y me dijo que tenía razón sobre el asesinato. Un pequeño consuelo pero mejor que nada».

(6) Un homicidio que podría involucrar muchos otros para ocultar la trama oculta, como el de  Mary Pinchot Meyer, la amante de Kennedy, o William Bruce Pitzer (1917-1966), un oficial de la Marina de los Estados Unidos. Cuando el asesinato de Kennedy, Pitzer trabajaba en el Hospital y supuestamente estaba en posesión de películas y fotografías relacionadas con la autopsia del presidente que demostrarían la manipulación y alteración del cuerpo del presidente para hacerlo encajar en la versión oficial. Pero la lista de las muertes sospechosas es mucho más larga.

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