Un ex Presidente (1932-2019) cercano, «cool», lleno de contradicciones, muy «made in France», terriblemente galo, amante de la comida, bebida y de las manzanas y de las mujeres, súper fumador, carismático, guapo, culto, cálido, conciliador tanto con los de la derecha como con los de la izquierda, quien dijera «Non!», a la invasión de Irak, pero sobre todo un jefe de Estado cuya muerte, a los 86 años, ha suscitado una verdadera nostalgia por un político que amaba profundamente a Francia y a los franceses.
Desde que Jacques Chirac murió el 26 de septiembre en París tras una larga enfermedad, no ha cesado el duelo por quien para muchos ha sido «el mejor alcalde de París», «el mejor ministro de la cohabitación», «el mejor gaulista de los gaulistas», y «el mejor presidente de la Quinta República». Dos veces Presidente, con una carrera política de más de 40 años, en los cuales no han faltado críticas, traiciones, incluso señalado por desvíos de fondos a miembros de su partido durante su mandato en la alcaldía de París entre 1977 y 1995 (Wikipedia). Habiendo sido Chirac durante sus diferentes gestiones por momentos tan impopular, ¿a qué se debe entonces, ya muerto, su enorme popularidad entre no nada más los adultos sino entre los jóvenes? Las generaciones pasadas lo viven como un padre y las más recientes, como un abuelo de una nación accesible y familiar. En cambio a Macron, lo viven muy arrogante. El periodista francés Laurent Guimier nos lo explica de una forma muy simple: «La lejanía del poder genera una forma casi aritmética de una enorme popularidad y Jacques Chirac es el primer Presidente…», de haber pasado esa prueba, no obstante su esposa, Bernadette, declaraba: «Los franceses no quieren a mi marido».
No hay duda, Chirac tenía pintado su corazón en azul, rojo y blanco; «mis queridos compatriotas…», era la frase con la que siempre iniciaba sus discursos. Con una sencillez apabullante, los saludaba de mano, recordaba su respectivo nombre y se sentaba a su mesa para comer su platillo favorito, cabeza de ternera. Desafortunadamente, cuando regresaba a su casa, se encontraba con un panorama muy distinto del que vivía entre sus electores. Su hija mayor, Laurence, padecía, desde adolescente, una terrible «anorexia mental». Mientras que sus padres se encontraban en Tailandia de vacaciones, Laurence intentó suicidarse. Su primogénita vivió en el absoluto anonimato, a tal grado que los franceses creían que el expresidente nada más tenía una hija, Claude, quien con el tiempo se convirtiera en su asistente, secretaria y confidente. Chirac adoraba a sus dos hijas, cuando Laurence padecía los momentos más álgidos de su enfermedad, la familia Chirac creó un clan en torno de la hija mayor. Cuando Chirac era primer ministro entre 1974 y 1976, todos los días iba a comer con ella. Finalmente, Laurence muere por insuficiencia cardiaca en el hospital Necker en 2016. Años antes su madre, Bernadette Chirac, empezó una campaña para recaudar fondos con el fin de abrir centros especializados en la cura de los enfermos de anorexia. «Laurence es el drama de mi vida», decía un padre amoroso pero consciente de haberse convertido en un padre demasiado ausente y demasiado enamorado del poder.
Además de su «charme», Chirac es recordado por la suspensión del servicio militar, por su lucha por la seguridad de los conductores, por su plan anticáncer, su preocupación por el cambio climático, «nuestra casa se quema»; su visión de la Unión Europea y por su bellísimo discurso del Vel d’Hiv, conocido popularmente en francés como «Rafle du Vél d’Hiv». El 16 de julio de 1995, fecha de la conmemoración del aniversario número 53 de la redada del Velódromo de Invierno, la más importante realizada en Francia contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial; muchos de los retenidos estaban en este velódromo para ser enviados a los campos de exterminio. En Francia de los 330,000 en 1939, murieron en la deportación más de 75 mil judíos entregados a los nazis. «Esas horas negras mancillan para siempre nuestra historia y son una ofensa a nuestro pasado y nuestras tradiciones (…) Francia, patria de la ilustración y de los derechos humanos, tierra de acogida, de asilo, cometió entonces algo irreparable: faltó a su palabra y entregó a los verdugos a sus protegidos. Con ellos mantenemos una deuda imprescriptible». Como ningún presidente francés antes, en ese mismo discurso, Chirac proclama por vez primera la responsabilidad de Francia de la deportación y de la exterminación de los judíos. Asimismo, evocó los 74 trenes que se dirigían a Auschwitz, con «73 mil judíos deportados que nunca más regresaron a Francia».
Junto con el de los franceses, también mi corazón sigue estando de luto.