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Isaac Goldemberg

Isaac Goldemberg: vivir con y para la palabra escrita

NUEVA YORK: Sólo las palabras escritas lo conocen en profundidad. Fieles compañeras de sus días, son los únicos seres vivos con los cuales no teme abrirse. A ellas está permitido sumergirse hasta profundidades insondables. Son testigos de sus alegrías y de sus amarguras.

Isaac Goldemberg, a pesar de la fama que lo envuelve desde que escribió su primera novela, La vida a plazos de don Jacobo Lerner es una persona que prefiere la penumbra de su estudio a las luces del éxito, el silencio poblado de interioridad al ruido de las voces gritadas.

Como todos los que son grandes de verdad no hace alardes de su fama, en su ser no hay arrogancia ni presunción.

Lo conocemos a través de sus libros, poco a poco, y en ese lento recorrido aprendemos a apreciarlo más y más, como escritor y sobre todo como ser humano. Su obra es extensa e incursiona en géneros diversos desde la narrativa, al teatro y a la poesía.

Mario Vargas Llosa lo ha colocado entre los más altos exponentes de la nueva narrativa latinoamericana. Su novela La vida a plazos de don Jacobo Lerner, seleccionada por el Yiddish Book Center de Estados Unidos como una de las 100 obras más importantes de la literatura judía mundial de los último 150 años, fue definida uno de “nuestros clásicos” por el escritor mexicano José Emilio Pacheco y Alfredo Bryce Echenique la considera una de las más importantes publicadas en el Perú. Hace apenas unos meses en Lima le dedicaron una gran exposición. Bajo el título Isaac Goldemberg: Tiempos y Raíces mostraron una reseña antológica de sus escritos, notas periodísticas, fotografías familiares, cartas y manuscritos, con los cuales fueron reconstruyendo una vida dedicada a la literatura.

Goldemberg nunca ha dejado de sentirse profundamente peruano aún siendo perfectamente integrado en la ciudad de Nueva York. Las raíces, la historia personal y de su gente, el pasado, son los asideros sobre los cuales ha construido el mundo imaginario de sus libros. En cada página se respira el amor por sus múltiples identidades, el profundo arraigo hacia la tierra que lo ha visto nacer y su compromiso con las raíces judías. “Vine a Nueva York a los 19 años porque en el Perú era imposible trabajar y estudiar al mismo tiempo. Vine con la idea de eventualmente regresar a mi país, pero a veces la vida decide por uno: me fui quedando porque en Nueva York encontré el espacio ideal no solo para el estudio y el trabajo, sino para vivir libre y plenamente mi condición de peruano, judío y, por extensión, de latinoamericano”. Confiesa cuando le preguntamos que nos hable de su vida y de las razones que lo han traído a Nueva York.

Isaac, pronto vas a presentar la traducción al español de tu libro: Acuérdate el escorpión/ Remember the scorpion, tu primera novela policial en la cual utilizas todos los estereotipos del género revisitados con una mirada irónica. ¿En qué momento y por qué decidiste escribir un libro tan diferente a tus anteriores escritos?

Fue un compromiso ineludible conmigo mismo, un reto. El origen de esta novela tiene algo de mágico. En 1977, luego de 15 años de ausencia, hice un viaje a Lima para reunir datos para mi segunda novela, y me encontré en un periódico con la noticia de un japonés asesinado en su cafetín. Al día siguiente me asaltó la visión de un japonés en un billar, clavado, en cruz, sobre una de las mesas. Ese mismo día, pasando por la fachada de una pensión que yo frecuentaba de niño, me asaltó otra visión: la de un viejo judío colgado de una viga en su cuarto de la pensión. Supe inmediatamente que en esas dos visiones había una historia, pero no fue hasta el 2009 que me puse a escribirla, consciente de que esas dos imágenes conformaban la piedra angular de una novela policial. Me tomó unos seis meses de trabajo diario y la novela se publicó en el 2010.

Tu obra abarca tres diferentes vertientes, la novelística, la escritura dramatúrgica y la poesía. ¿Cuáles de estos géneros sientes más congeniales con tu yo profundo? ¿Cómo y por qué en un determinado momento escoges uno en vez del otro?

Puede parecer extraño, pero siempre he sentido que los géneros me escogen a mi. Sucede que la génesis del poema, del cuento, la novela, la obra de teatro, siempre se me aparece en una o varias imágenes que de alguna forma me anuncian ya lo que será el producto final. Entonces se produce una simbiosis con el material: una vez que se me presenta la imagen, me entrego de lleno a las exigencias de cada género.

Hasta qué punto te ha cambiado el éxito de tu primer libro La vida a plazos de don Jacobo Lerner y la responsabilidad que comporta el que haya sido incluido entre las 100 obras judías más importantes escritas en los últimos 150 años?

No me cambió como persona pero sí me abrió muchas puertas tanto como escritor como en mi carrera académica. Cuando me enteré de que mi novela había sido seleccionada como una de las 100 obras judías mas importantes, pensé que eso despertaría el interés por conocer la literatura y la historia peruana entre lectores posiblemente poco o nada familiarizados con el Perú. 

Tus escritos giran alrededor de una temática que, aparentemente ha marcado tu vida: Ser distinto, ser parte de una minoría. Como judío en tu país de nacimiento y como latinoamericano en Estados Unidos. ¿Crees que la escritura te ha ayudado a metabolizar ese oxímoro de pertenencia y aislamiento?

Yo fui peruano antes de saber que también era judío; por lo tanto nunca me sentí distinto con respecto a los otros peruanos. Quienes me veían distinto, por ser hijo de padre judío y madre peruana, eran los otros: tanto los peruanos no judíos como los judíos peruanos. Lo mismo me sucedió como latinoamericano en Estados Unidos. He sido distinto para el otro, nunca para mi mismo. Eso es lo que he intentado explorar a través de la escritura: el cómo se ve uno en los ojos del otro.

Tu escritura está siempre marcada por una sutil ironía, uno te imagina escribiendo con una sonrisa en los labios, ¿es tu forma de contrarrestar el sufrimiento que podrían ocasionarte determinados temas?

Puede que sí, pero no de forma consciente. Creo que está en mi naturaleza, en mi deseo de querer ver el otro lado de las cosas. La ironía me permite sonreírme ante la arrogancia de las verdades establecidas, ante el absurdo de las posturas monolíticas.

Todos tus personajes reflejan un profundo conocimiento del alma humana, ¿cuál es tu proceso de escritura, cuánto tiempo dedicas a la preparación previa de la estructura y de los personajes?

Sólo con Acuérdate del escorpión me vi obligado a armar la estructura antes de comenzar a escribirla, ya que la novela policial exige que todo caiga en su sitio. Por las exigencias de la trama, sabía que uno de los detectives sería judío y el otro japonés. Pero no los tenía claros. Estos personajes agarraron forma y sustancia a medida que se fue haciendo la novela, cosa que también ocurrió con los personajes de mis otras novelas, si bien en menor medida. De la estructura de mis novelas anteriores tenía una idea algo vaga, que se fue consolidando en el proceso de la escritura, pero siempre con bastantes sorpresas.

¿En algún momento has sentido el deseo de retomar un libro y modificarlo?

Todo el tiempo. Me pasa con prácticamente todo lo que he escrito, sea poema, cuento o novela. De hecho, mi novela El nombre del padre es una recreación aumentada, en unas 150 páginas, de La vida a plazos de don Jacobo Lerner, con nuevas escenas, nuevos personajes y un desenlace distinto. Incluso a la versión en inglés de Acuérdate del escorpión le he agregado mas material. Y últimamente he estado pensado en reescribir Tiempo al tiempo, mi segunda novela.  

¿Hay algún escritor con el cual te sientes mayormente identificado o un libro que ha marcado tu vida?

Yo me he sentido identificado con César Vallejo y con José María Arguedas desde que los leí por la primera vez entre los doce y los trece años. En Trilce, de Vallejo, sobre todo en aquellos poemas que hablan del hogar y de la familia, encontré una voz conocida, una voz que recogía ecos de mi pueblo; una voz que no sólo confesaba la angustia íntima del poeta, sino que iba más allá, a los cauces del sentir y pensar de su raza mestiza. Y Los ríos profundos, de José María Arguedas, me cautivó porque contaba una historia que me llegaba muy de cerca, ya que en ella se narra las experiencias de un niño en busca de su identidad, o mejor dicho, en busca de la reconciliación de sus dos culturas: la occidental y la indígena. Yo me identifico profundamente con esa visión y ese sentir del ser peruano reflejados en la obra de Arguedas y Vallejo. Es casi imposible, como peruano, no identificarse con el hablante lírico de Trilce y con el Ernesto de Los ríos profundos. Ahora bien, un libro que marcó mi vida fue Las uvas de la ira, de John Steinbeck, ya que cuando terminé de leerla (yo tenía 12 años) me impulsó a escribir “la primera versión” de La vida a plazos…, de la cual completé un par de capítulos que nada tienen que ver con la versión final.   

¿Entre tus trabajos literarios cuál es el que sientes más cercano a ti, el que te sigue dando mucha satisfacción como escritor?

Son dos: mi primera novela, La vida a plazos de don Jacobo Lerner, y mi mas reciente libro de poemas, Diálogos conmigo y mis otros, que será publicado próximamente en italiano.

Eres también traductor, ¿hasta qué punto un traductor logra hacer suya la obra que está traduciendo?

Yo sólo he traducido la poesía de Billy Collins y la de Charles Simic y nunca he sentido como míos sus poemas. Pienso que la obra que un traductor está traduciendo no puede ser suya, ni hacerla suya, porque no puede sentir como propias las imágenes y las ideas de otro. Lo que es suyo es su traducción, no la obra original.

Si tuvieras que definirte en porcentajes, ¿cuánto de ti sería judío, cuánto peruano y cuánto norteamericano?

Aunque parezca un sinsentido, yo me siento 100% peruano y 100% judío. Y mas que norteamericano, me siento 100% neoyorquino.

Y finalmente ¿escribir es dolor o placer?

Las dos cosas: un dolor placentero y un placer doloroso. 

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