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Alejandro Sanchez Aizcorbe

Isaac Goldemberg. Acuérdate del escorpión (2ª. Edición)

Acuérdate del escorpión, última y extraordinaria novela de Isaac Goldemberg, me ha obligado a reflexionar sobre el concepto de distopía, o cacotopía, como instrumento para entender la literatura, el gobierno y las fuerzas armadas del Perú y América Latina, así como la miseria y la ultraviolencia crecientes, consuetudinarias, en que vive el tercer mundo. Al parecer, los términos distopía y cacotopía fueron utilizados por primera vez en la Cámara de los Comunes del Reino Unido, durante un debate sobre la cuestión de Irlanda, celebrado el 12 de mayo de 1868, cuando el señor John Stuart Mill lanzó una profecía válida para Irlanda y para cientos de millones de individuos de hoy en día:

Que se me permita, como alguien que junto con muchos de mis superiores (my betters) ha sido acusado de ser utópico, felicitar al gobierno por haberse unido a nuestra amable compañía. Es, acaso, un encomio excesivo llamar utópicos a los miembros del gobierno; deberían, por el contrario, llamarse dis-tópicos o cacotópicos. Lo que comúnmente se llama utópico es algo demasiado bueno para ser realizable; pero lo que el gobierno parece favorecer es demasiado malo para ser realizable.

Aunque ambientada en 1970 —año y década de magia y tragedia en que perdimos la esperanza pero no la inocencia—, justo después del terremoto que mató a sesenta mil peruanos en diez minutos, Acuérdate del escorpión llegó a destino antes de ser emitida:

Daba la sensación de que la ciudad había sido demolida por bombas o aplastada por tanques de guerra . . .  dos gallinazos calvos y de plumaje cenizo se disputaban los restos de una rata.

¿Alude Goldemberg a ciertos acaecimientos de nuestro presente, de este año de 1970 en curso, narrados por él en dicho año, que han llegado al 2010 antes de ser enviados en los primeros días de junio de hace cuarenta años?

La atracción de Goldemberg por el horror, por la metafísica y la teología se cuaja en un personaje memorable aunque cierto: Simón Weiss es un judío peruano de treinta y cinco años, sobreviviente del Holocausto, capitán honesto de la policía, cocainómano, opiómano, y marido de una prostituta de cincuenta años, Margarita, dueña del burdel que administra con la ayuda de su hermano. Y por si todo esto fuera poco, el capitán Weiss canta valses de Pinglo en el tabladillo de la pista de baile del prostíbulo, y se vuelve amante de Olga, pintora, nieta de Maurice Kleimer. El pavor se actualiza en su sagaz circularidad: en el campo de concentración de Sachsenhausen, Kleimer se convirtió en kapo (judío colaborador de los nazis) con tal de salvar la vida de su hija, embarazada de Olga.

Sin sospechar que los hechos venideros han comenzado a proyectar su sombra, es decir, que algunos aspectos de nuestro presente son un mensaje llegado desde el pasado antes de que haya sido enviado desde el pasado, el lector de Acuérdate del escorpión acompaña al capitán Weiss y al teniente Katón Kanashiro a resolver el misterio del asesinato del billar Shima: en una de sus mesas se encuentra Tokayoshi Takashima, copropietario del billar, boca arriba, como crucificado sobre el paño verde, las manos y los pies clavados a la madera, sosteniendo en cada mano un cirio a medio consumir. Takashima ha sido degollado y su cabeza cuelga sobre el vacío.

La doble vida sexual del capitán Weiss atiza el amor delicioso de la sinrazón celotípica dicha en coprolalia, sinrazón que tanto excita a los cornudos y cornudas de este valle de lágrimas, porque ningún otro polvo supera en intensidad al polvo de celos bien fundados. La música, el sexo y las drogas se funden para reconstruir un Holmes imperfecto y más verosímil que el misógino original. El eros del capitán Weiss no tiene límites terrestres: besa a Olga y le acaricia los senos por primera vez en la morgue, al lado de los cadáveres de Tokayoshi Takashima y de Maurice Kleimer, el abuelo de ella, el kapo, cuyo asesinato también habrán de resolver la pareja de detectives y el devoto lector.

El signo clave de toda novela detectivesca aparece en los sueños del capitán Weiss: se trata de un ekdesh en ídish, de un sasori en japonés, de un escorpión en castellano. El coronel Kengo Tanaka, juzgado en ausencia como criminal de guerra, está en Lima y lleva en la pantorilla izquierda una marca semejante a un escorpión. Maurice Kleimer tiene el brazo numerado y debajo del número, un escorpión.

El capitán Weiss y el leal teniente Kanashiro siguen las pistas entrelazadas de crímenes de guerra, venganzas y un suicidio. El crescendo desemboca en un mar de sangre y en el descubrimiento de la verdad. Ésta no se halla directamente formulada sino que para constituirse requiere la complicidad y participación del lector. Es que en la novela de Goldemberg se entreteje una realidad virtual cinemática absorbente, apasionante de principio a fin.

A todas luces, Acuérdate del escorpión reclama un guión y un director que sepa llevarla a la pantalla preservando su maligna atmósfera distópica, musicalizada por los valses de Pinglo, que compiten con el despecho de los tangos, y alegrada, a pesar de la hecatombe del sismo de 1970, por el buen juego de la selección peruana de fútbol en el mundial de México.

Acuérdate del escorpión no es una novela puramente detectivesca. Goldemberg no puede dejar de producir palimpsestos. El horror hierve debajo de la ultraviolencia, el cinismo y el desengaño planteados como modo de vida. No hay héroes. Sólo asesinos gratificados por los sacerdotes del Bien y asesinos gratificados por los predicadores del Mal. Tampoco se trata de maniqueísmo: la sevicia borra las diferencias entre los actores de uno y otro bando. Más acá de la historia, cuando de puro vieja la culpa se convierte en brumoso relato, los unos no pueden vivir sin los otros, como esas parejas de ancianos que se han matado toda la vida y terminan  enterrados en la misma cripta.

La promesa de un paraíso futuro justifica los crímenes. En el caso de la novela de Goldemberg, felizmente, los asesinos no tienen esperanzas en la vida de ultratumba. El capitán Weiss es un animal moral pero no religioso. Las religiones nos gobiernan y liquidan con la promesa de una salvación más o menos exclusiva. A semejanza de los sicarios de Hasan-al-Sabbah —el Viejo de la Montaña vulgarizado por Marco Polo—, la recompensa del capitán Weiss está en la música, el gineceo y en los amplificadores de la conciencia y de los sueños: opio y cocaína. A diferencia de los sicarios de Alamut, el capitán Weiss no cree que la veterana prostituta que lo adora y la joven pintora que le causa el metejón sean vírgenes rameras del cielo. No. Los personajes de Goldemberg viven en el salaz infierno de este mundo.

Cuando no tenía casos que ocuparan su selectiva inteligencia, a pesar de las protestas del doctor Watson, Sherlock Holmes se inyectaba morfina para dormir hasta que el próximo delito requiriese su intervención. En Acuérdate del escorpión, el capitán Weiss ingresa al barrio chino de Lima, se acuesta en el camastro de la Casa de los Sueños, sita en la calle Capón —recomiendo visitarla—, y el señor Komt le alcanza una pipa bien taqueada de opio como premio a sus desvelos.

Cuando la mano de la justicia no alcanza a quienes nos agreden, nos convertimos en jueces y verdugos. No otra cosa parece haber sucedido con los cuarenta y dos delincuentes muertos en Trujillo durante ¿enfrentamientos con la policía? No otra cosa parece haber sucedido en Acuérdate del escorpión de Isaac Goldemberg, con el agravante, o virtud, de que su novela muestra la necesidad y persistencia de la violencia, partera y ejecutora de la historia. Al fin y al cabo, somos partículas del universo; no podemos achacarle bondad ni maldad a la realidad física que nos excluye y nos engulle. Como se dice en inglés, lengua de suprema crueldad, might makes right: el poder da la razón.

¿Existe otra visión del mundo actual que la distópica? ¿Son la utopía y la distopía los extremos de una relación dialéctica perversa por insoluble? La respuesta parcial a esta pregunta se halla en las tenazas de la novela de Isaac Goldemberg.  Acuérdate del escorpión se ha publicado en el 2010 después de habernos sido enviada desde 1970. Sin embargo, no me cabe duda de que todavía está ocurriendo en aquel año: existe un pasado en plena marcha que nos envía signos macabros. Tal es la agudeza del certero aguijonazo de un escorpión que el lector no olvidará.


Isaac Goldemberg. Acuérdate del escorpión (2ª. Edición). Nueva York: Sudaquia Editores, 2016. pp. 188

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