Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Lorena Arraiz Rodríguez

Investido de Paz

“En las arengas destinadas a persuadir una colectividad se pueden invocar razones,
pero antes hay que hacer vibrar sentimientos”
Gustave Le Bon

Cuarenta y un minutos bastaron para que el Presidente colombiano, Juan Manuel Santos dejara en claro el que parece ser su único fin en este nuevo periodo al mando del país: la Paz para Colombia.

El pasado 7 de agosto, el candidato del Partido de la U tomó posesión como Presidente reelecto de Colombia, haciendo énfasis en la necesidad de que el país suramericano centre todos sus esfuerzos en la construcción de la Paz y en la educación como pilar fundamental de la sociedad colombiana.

“El mañana nos espera”, “no debemos tener miedo al cambio” y “vamos a caminar juntos” fueron algunos de sus lemas, mientras los cerca de dos mil asistentes a su segundo acto de investidura aplaudían enérgicos sus promesas electorales. Al final, las tres letras de su promesa mayor en su mano derecha y en la de los presentes en la tarima, enviaron un mensaje emotivo, pero no tan contundente, un mensaje que todos los colombianos quieren oír, pero que ha sido difícil hacer realidad: PAZ.

Santos ha sabido manejar muy bien su discurso en torno a este tema tan controversial y mitificado como es la paz en Colombia, el fin del conflicto armado, la piedad (que no Córdoba) con quienes han padecido las desoladoras consecuencias de esta brutalidad encapuchada (o uniformada, da igual).  Ahora, ese discurso ya conocido y quizás gastado, tiene un nuevo reto: Santos TIENE que lograr la Paz. Es su última oportunidad. Las esperanzas de los ciudadanos que le votaron (otra vez), están en esta promesa –ya no electoral sino humanitaria- de encontrar la paz para todos los colombianos.

En un discurso plagado de emotividad, Santos buscó el apoyo de sus seguidores invitando a “soñar” y a trabajar juntos por hacer realidad el sueño colombiano. “Nos cansamos de “pensar en pequeño”; de creer que estamos condenados a la violencia, a la desigualdad, al atraso, a la falta de oportunidades. ¡Porque NO es así! Desde mi corazón creo que ha llegado la hora no solo de avanzar en las metas inmediatas sino de re-pensarnos como nación. Ha llegado la hora de re-imaginar el contrato social que hemos heredado, y las instituciones y políticas que nos han regido. Ha llegado la hora de subir la vara, de ser más ambiciosos con nuestros sueños”, aseguró.

¿Quién puede negarse a un concepto como la Paz? ¿Quién puede pensar que la Paz sea mala? ¿Quién puede sentirse excluido de un discurso que habla de paz, de sueños, de educación y de oportunidades para todos? Nadie. Y Santos lo sabe. Y fu precisamente por eso que fue reelecto el pasado 15 de junio, con el proceso de paz como estandarte para que le dieran otro voto de confianza. Y los colombianos se lo dieron, a sabiendas que ese “acuerdo” iniciado hace 20 meses en Cuba con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) está a más de la mitad, con tres de los cinco puntos agendados ya “resueltos”, pero con los dos más importantes dejados para el final. Y el final es ahora. Y el principio también.

¿Cómo mantener esa esperanza en la paz cuando las víctimas siguen esperando justicia? Paz. Víctimas. Justicia. Tres palabras tan pesadas, tan fuertes, tan duras cuando no se alcanzan, cuando no se aplican, cuando no se ven concretamente. Tres palabras, tres sueños –de esos que el Presidente llama a poner más altos- puestos sobre la mesa y tres esperanzas sembradas en los colombianos, que llevaron a Santos a la Casa de Nariño por segundo periodo consecutivo.

El discurso de paz deberá ser ahora contrastado con los logros de esa mesa instalada en Cuba, con la realidad de las familias de las víctimas, deberá pasar de la palabrería electoral al día a día de los colombianos.

Hey you,
¿nos brindas un café?