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Invasiones bárbaras

Quien se siente muerto, ya no tiene nada que perder y en cambio, mucho qué ganar.

Un muro, leyes más estrictas, e incluso las condiciones adversas de una travesía que no pocas veces cuesta vidas, no van a detener a los millones de migrantes que se desplazan desde Centroamérica o África hacia una vida mejor – ciertamente mejor – en Estados Unidos o Europa occidental.

Saben bien los migrantes africanos de los riesgos que corren al iniciar su viaje desde la miseria desesperante en sus pueblos depauperados hasta los puertos en los que se aventuran a cruzar el Mediterráneo y, con suerte, alcanzar la esperanza en las costas de España e Italia. Tal vez ignoren la magnitud del Mare Nostrum y sean engañados por los traficantes de sueños, pero no la esclavitud a la que son sometidos sus compatriotas por mercaderes de la miseria en el norte de África. En el desierto de Gila no es menos riesgoso el trayecto. Bajo condiciones climáticas realmente adversas, fallecen los hondureños y salvadoreños que a pie cruzan la frontera hacia el sueño americano, cuando no son asesinados por forajidos.

Si la Muerte no los detiene, como no lo hace con miles de cubanos que fallecen en la trágica travesía hasta los cayos de Florida o con quienes deshidratados, fallecen en el infernal desierto. O incluso peor, peor que la Muerte, si la eventual esclavitud no detiene a los africanos, creo que es una memez suponer que un muro vaya detenerlos… Sí, una memez.

El discurso incendiario de Donald Trump, con su cacareo xenófobo, con su exaltación al odio étnico (a pesar de ser él tan hijo de inmigrantes como lo es alguien de apellido Torres o Cortés), cala en el pueblo estadounidense (que como todos, también tiene sus taras). Le otorgó la victoria en el 2016, y en las recientes elecciones de renovación de las cámaras (Mid Term) logró aumentar la presencia del GOP en el Senado. Sin embargo, no va a impedir que oleadas de desplazados centroamericanos huyan de las Maras, de la pobreza y del hambre que definen su cotidianidad en sus países de origen. Y, distinto de lo que imagino dirá el actual presidente estadounidense, con su estilo procaz e impropio para alguien en su cargo, su incapacidad para prevenir la inmigración no se originará en la toma del control de la Cámara de Representantes por parte de los demócratas en las elecciones pasadas. Nacerá de la desesperanza de quienes sienten que ya no hay futuro ni sueños posibles, y que para vivir como viven en sus países, mejor morir buscando una vida mejor.

En el mundo de hoy, donde las fronteras son tan vulnerables, líquidas, y justamente por ello, vagas, imprecisas, las políticas represivas resultan necias para contener lo que podría ser, en este siglo, una nueva oleada migratoria (como ya han ocurrido en el pasado, no una sino varias veces). Sin embargo, estas nuevas invasiones bárbaras, que buscan asentarse en tierras más prósperas como hicieran los pueblos germanos en la ribera sur del Rin en la Antigüedad, se desplazan invariablemente desde lugares depauperados a otros en los cuales puedan desarrollar sus capacidades, en los cuales puedan encontrar su felicidad y necesidades que en el mundo desarrollado se dan por sentadas, y, por qué negarlo, comodidades inexistentes en sus poblaciones de origen. Y con ellos, trastean sus costumbres y hábitos, y provechosos unos y nocivos otros, harán – y ya han hecho – del mundo desarrollado un crisol de culturas, como en la Antigüedad miles de migrantes lo hicieran de la Ciudad Eterna. Muros y alambradas de púas, e incluso matones, no van a detener lo que la implacable Muerte o la horrenda esclavitud no han logrado. Por ello, urgen otras medidas… otras políticas, tal vez más osadas… ciertamente más osadas.

En 2015 se presentó un proyecto de tratado para regular la recepción de refugiados y desplazados. Una buena iniciativa que, desde luego, Estados Unidos y algunas naciones europeas no ven con agrado y, por ello, se abstienen (por ahora) de suscribirlo. Sin embargo, como lo han sugerido quienes impulsan este tratado, atender las causas que llevan a millones de seres humanos a huir de sus países es una tarea urgente y, acaso, la mejor forma de contener la inmigración indeseada – o, en todo caso, descontrolada – que la miseria y la consunción empujan hacia naciones desarrolladas. Creo que ante un mundo con fronteras líquidas, el desarrollo de un nuevo orden político global parece impostergable. Pero eso, desde luego, es tema de otro texto.

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