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Inclusión y diversidad de los Oscars hoy

Quizás la mejor lección de los premios de este año ha sido romper con la tradición unívoca del cine hollywoodense en más de un sentido, al mostrar en escena la diversidad de las propuestas y, simultáneamente, premiar una película de habla no inglesa por primera vez en su historia. Parasite, el agudo film del surcoreano Bong Joon-ho, obtuvo los galardones a la mejor película, dirección, guion original y película extranjera, en una exhilarante noche que comenzó con un intenso performance de Janelle Monáe quien afirmó: “Me siento orgullosa de estar sobre este escenario como una artista negra y queer contando historias”.

Chris Rock y Steve Martin, dieron inicio a las premiaciones comentando que si “algo faltaba” en la lista de nominaciones eran “vaginas”, pues de las películas seleccionadas ninguna fue dirigida por una mujer; si bien la nueva versión de Little Women, premio al mejor vestuario, fue dirigida por Greta Gerwig y participó en la contienda en la categoría como mejor película.

1917, dirigida por Sam Mendes, fue la gran perdedora de la noche. Este film sobre la Primera Guerra Mundial, que ha obtenido un gran éxito de taquilla y excelentes críticas, tuvo que contentarse con los premios a la mejor mezcla de sonido, fotografía y efectos visuales. Ello quizás porque el argumento estaba demasiado alejado de los temas que tanto preocupan en esta contemporaneidad, y que otros films nominados como Joker, The Irishman, Once upon a Time in Hollywood y Marriage Story centraron.

La película de Sam Mendes, sin embargo, constituyó una sensible y poética reflexión en torno a la vida y la muerte en tiempo de guerra, en una época cuando el enemigo y los participantes en la contienda eran claros y directos. Posiblemente el hecho de vivir hoy en un estado de sitio permanente y en un tiempo de guerra y terrorismo constante, sin un enemigo claro contra quien luchar, hace más profundo el abismo entre dos modos tan opuestos de percibir los conflictos bélicos.

Un trabajo de cámara que favoreció el encadenamiento de planos-secuencia con múltiples efectos especiales, especialmente en las escenas de acción, acercó al público a los horrores de la lucha con una veracidad no vista desde Saving Private Ryan (1998) de Steven Spielberg; aun cuando la manipulación sentimental y la explotación de los afectos, como en el film de Spielberg, le quitó lustre a la diégesis. Pero este es un riesgo que corren este tipo de films y, pese a ello, el excelente uso de recursos, con una economía de medios donde era necesario hacerlo, fundamentalmente en las escenas de compañerismo entre los protagonistas, presentó una visión ciertamente humana dentro de lo apocalíptico del momento. Si bien aquí no fue una compañía entera tratando de salvar al soldado Ryan, sino dos soldados anónimos intentando rescatar a 1600 hombres de una muerte segura, si lograban llegar a ellos con una carta donde se especificaba un cambio de táctica para no caer en la trampa del enemigo.

Las grandes panorámicas del campo de batalla y la desolación de los paisajes heridos enmarcaron afectiva y efectivamente la misión de los protagonistas, sembrando instantes de belleza en medio del horror y privilegiando la gloria del soldado anónimo desde una cercanía poco común en el género bélico. De hecho, 1917 está dedicada al abuelo del director quien fue un veterano de la Gran Guerra que acabaría con todas las guerras, dada la enormidad de las pérdidas que diezmaron a una generación y acabaron con una manera de vivir que se había mantenido durante siglos. En palabras de Mendes: “No fue hasta llegar a sus setenta años que mi abuelo se decidió a contarme lo que había vivido en su adolescencia. Como era de corta estatura, llevaba frecuentemente mensajes, pues podía camuflarse mejor entre la niebla sin ser descubierto por el enemigo. Y esta es la historia que quise contar”.

Otras historias menos gloriosas pero teñidas del heroísmo de la debilidad estuvieron en la mira de Joker de Todd Phillips, nominado como mejor director, que le dio a Joaquin Phoenix una merecidísima estatuilla como mejor actor. Ello, dado que la película construye la figura de un antihéroe muy a tono con los tiempos actuales, donde la anarquía y las manifestaciones contra el establishment, por él representadas, se crecen a nivel global.

Si bien los desequilibrios mentales del protagonista y la violencia por ellos desencadenada superan lo tolerable, es justamente su exceso lo que imantó la atención del espectador a la figura del Joker, cuya metamorfosis en un asesino en serie contra quienes manejan, controlan e imponen, es una clase maestra en actuación. Siguiendo la esencia del personaje, en su discurso de aceptación del Oscar Phoenix abogó por la inclusión y la tolerancia: “Cualquiera que sea la causa cercana a al corazón del individuo —sea la desigualdad de género, el racismo o los derechos de los animales— hay que luchar contra todo tipo de injusticias”. Una certeza que Renée Zellweger, Oscar a la mejor actriz por su interpretación de Judy Garland en Judy de Rupert Goold, espejeó al afirmar que “son nuestros héroes quienes nos unen”, siguiendo igualmente el tema de la noche, es decir, la unidad en la diferencia más allá de las culturas y las fronteras.

The Irishman, épica sobre la mafia y sus consecuencias dirigida por Martin Scorsese, fue otra de las grandes perdedoras de la noche pues, pese a tener 10 nominaciones, no obtuvo ninguna estatuilla. La confluencia de Robert de Niro, Al Pacino y Joe Pesci en los roles estelares y las tres horas y media de duración del film tampoco convencieron a la Academia, quizás porque, aun cuando es una excelente película, tampoco vibra con las temáticas contemporáneas. De hecho, verla es devolverse a una modernidad que, como la de Mean Streets (1973), Goodfellas (1990) o Casino (1995), ha quedado encapsulada en un momento histórico que poco interesa al público de hoy.

Un ejercicio en nostalgia, sin embargo, fue la asistencia a la ceremonia de estas figuras icónicas de la cinematografía hollywoodense, en representación de una vieja escuela todavía activa y efectiva, a la vista del éxito de crítica del film. Algo que Jane Fonda recalcó exclusivamente con su presencia, entregando el Oscar a la mejor película y dejándose ver en excelente forma a sus 83 años, además, de recordarnos su asistencia reciente a manifestaciones contra el cambio climático y a favor de los derechos de la mujer, siguiendo una larga historia de activismo que se remonta a la Guerra de Vietnam.

Una parodia de la década de los años sesenta del pasado siglo, cuando la contracultura estuvo más viva, fue la nominada Once upon a Time in Hollywood de Quentin Tarantino, nominado como mejor director. Los elementos propios de su estilo cercano a la pulp fiction estuvieron presentes aquí, desde la historia de dos figurantes en las series B del oeste en plena decadencia física y profesional. Leonardo Di Caprio, nominado como mejor actor, y Brad Pitt, Oscar al mejor actor secundario, se deslizaron con facilidad y gusto entre los sets, avenidas, fiestas y encuentros de Hollywood en 1969. Ello, justo seis meses antes de la masacre de Cielo Drive —ambos actores viven en la casa contigua— donde la actriz Sharon Tate y un grupo de amigos fueron asesinados a sangre fría por la familia Manson. La violencia del caso de cierto modo vulneró a la comunidad artística, no solo de Hollywood sino del país en general, cerrando con esta nota sangrienta la década de las libertades y los excesos.

Sharon Tate (Margot Robbie, nominada como mejor actriz secundaria por Bombshell) entró como personaje en la diégesis donde sus últimos meses de vida discurren paralelamente a la quema de los últimos cartuchos por parte de sus dos vecinos cowboys. Una fotografía puesta a llevar al hiperreal los espacios donde se desarrolló la acción, y una cinematografía que favoreció los colores desvaídos de las postales antiguas, crearon el efecto justo para los desarrollos secuenciales de ambas historias. La inserción de flashes al momento, como la escena de un film con Sharon Tate, en tanto ella se mira divertida en la sala donde se proyecta, y simulaciones de series y películas para la televisión de la época, completaron el entramado fílmico de este nuevo aporte de Tarantino a una cinematografía que, a diferencia de la de Scorsese, sigue reinventándose y reimaginándose.

Marriage Story se devolvió a la eterna batalla entre los sexos, desde la historia de una pareja de exitosos artistas que quizás tienen demasiado y lo aprecian demasiado poco. Adam Driver, nominado como mejor actor, y Scarlett Johansson, nominada como mejor actriz, sostuvieron la intensidad de los encuentros y desencuentros, peleas y reconciliaciones, discusiones y sobreentendidos propios del género. Escrita y dirigida por Noah Baumbach, nominado por el mejor guion original, la película refleja los temas y las indefiniciones de muchas parejas, debatiéndose entre la vida familiar y la profesional, la fidelidad y la infidelidad, el deseo de tener hijos y las dificultades para criarlos. Como en otro film de Baumbach, The Squid and the Whale (2005), la violencia de las pasiones acabará llevándose por delante a la pareja, dejando un rastro de destrucción y miseria; si bien, tras el divorcio, los triunfos en sus respectivas carreras acabarán minimizando el drama doméstico y llevarán a los protagonistas a un mejor entendimiento, al menos con respecto a la crianza del hijo.

Laura Dern, Oscar a la mejor actriz secundaria, en el papel de la abogada del personaje de Johansson, catalizó dentro de lo tragicómico las relaciones, defendiendo a su cliente y agresivamente aireando las infidelidades y desbalances de carácter del acusado, en un penetrante tour de force que le valió la estatuilla. Si bien al final, la pareja decidió resolver sus diferencias y llegar a un acuerdo de divorcio al margen de las agresivas intrusiones de sus respectivos abogados.

La cercanía de los problemas de pareja a la gran mayoría del público, hizo que el tema reverberara con la Academia, pese a que el film no fue nominado en la categoría como mejor película. Las restantes nominadas: Ford v Ferrari de James Mangold, Oscar a la mejor edición de sonido, Jojo Rabbit de Taika Waititi, Oscar al mejor guion adaptado, y Little Women de Greta Gerwig, cubrieron temáticas más próximas a la nostalgia que a los problemas actuales, constituyéndose en vías de escape hacia épocas menos ambiguas; ya fuera la competencia entre las grandes corporaciones automotrices en Ford v Ferrari, la caricaturización de Adolf Hitler, con reminiscencias a The Great Dictator (1940) de Charlie Chaplin, en Jojo Rabbit, o el regreso al orden victoriano en Little Women.

Con todo, la ceremonia de los premios Oscar de este año tuvo una manera especial de recordarle a la audiencia que el cine sigue siendo uno de los medios más poderosos a la hora de expresar y expresarse, mostrar y mostrarse, como fue la sorprendente actuación de Elton John, quien obtuvo el Oscar a la mejor canción original y, al igual que Jane Fonda demostró que sigue activo y exitoso tras más de medio siglo sobre las tablas. Queda, como imagen icónica de la ceremonia, el equipo en pleno de Parasite agradeciéndole a la Academia el haber hecho historia, no solo con sus cuatro premios Oscar, sino por haber abierto la puerta a las cinematografías otras, en un mundo global y multicultural, pese a la proliferación de autocracias e intolerancias a lo largo del planeta.

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