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Humildemente, la consumidora

Llueve en Paris. Cena en casa de amigos. Metro cerrado a la hora de volver a casa. Uber sobre cargado solo tiene pool y carísimo. No tienes otra opción. La otra aplicación que consigues en la ciudad es aún más abusiva con los precios. Te resignas a morir con Uber. Dice que llega en 5. Llega en 30. La parejita en el asiento de atrás no se molesta en arrimarse para hacerte espacio. Empezaste mal. Llueve, ya lo dije, ¿no? Pero el carro está impregnado de perfume de carro. Sientes que te asfixias. Necesitas abrir la ventana. El chofer te pide que la cierres porque la lluvia le echa a perder su tapicería. Le explicas que te sientes mareada. Te ofrece encender el aire acondicionado. Cierras la ventana. El olor a perfume es intenso, barato, dulzón, sintético, hipócrita, todo lo impregna de una mentira de mal gusto… ¡necesitas aire! El chofer dice que ya puso el aire, de mala manera de buen francés, es decir con aparente buena educación. Tienes ganas de vomitar. Abres la ventana. El chofer te la cierra desde sus controles y bloquea tu control. Es decir, te encierra. Te obliga, te somete, él es el que manda, el que te lleva, tú pagas, tu respondes: ¡pare el carro!

Estás en medio de la autopista, bajo la lluvia, a medianoche, a 40 minutos a pie de tu casa, y el chofer se desplaza a tu lado por unos segundos con una sonrisita de vencedor en los labios, desde el patético poder que le da estar al volante de su caro nuevo, aunque puesto al servicio de Uber. Probablemente te filma mientras tú lo insultas. El necesitará pruebas para defenderse. Tú necesitas expresar tu indignación ante el ultraje. Tres emails meas tarde, te devuelven los 40€ que pagaste por esa pesadilla. 

Te das cuenta que por el servicio Fios de televisión que contrataste por 70, ahora te descuentan 190 y ni te avisaron, ni entendiste que después de cierto tiempo se prorrateaba no sé qué cuota, o que el aumento estaba señalado en las letras chiquitas de la factura del mes tal… en todo caso, al momento de enterarte, no estás para esas matemáticas. Lo quieres cancelar y es allí donde te ponen a prueba: la operadora te dice por todo el cañón que tú no puedes hacer eso porque tú ves mucho Disney y Cartoon Channel… ahí se los dejo. Simplemente para que no olviden que ellos saben todo lo que ves. Son dueños de esa información y no solo hacen dinero con ella, sino que así te van administrando el deseo y las necesidades que te urgen, sin saber de dónde surgen. Le explicas que fue en ocasión a que tus sobrinos se hospedaron en tu casa pero que tú lo que ves son películas. Y ¡zas! ¡Cuchillo pa’tu pescuezo! Ya tiene la información que necesitaba. Y tú tienes que decir que no, al doble de películas por 50 nada más. Luego a los mejores cuatro canales más, gratis en el paquete de 50. Tienes que arriesgarte a que te roben toda tu información bancaria porque no quieres pagar los 15 por el seguro que protege todo lo tuyo que vive almacenado en la nube. La operadora es capaz de contarte que nada más la semana pasada, un tipo en Depot, trató de abrir una cuenta usando mi nombre. Pero que como ella tiene su seguro, inmediatamente le avisaron y el tipo no logró usurpar su identidad. Aguantas la amenaza, contienes la paranoia y dices que no, a esa seguridad por el fantástico precio de 15 mensual. Pero ella no afloja, ¿qué tal más velocidad? Ahora que no tendrás televisión necesitaras más velocidad de internet para usar Netflix etc. No. Son solo 25 mensual. No. ¿Está segura? No. Sí. Bueno. Entonces tendrás que pagar 165 por desconectarte. Y 350 si no devuelves los equipos. ¿Dónde? Ah, ella no sabe. Está en Jersey. Tienes que buscar por internet. Adiós. 

¿Y la harina Pan que tienes 6 años comprando en el Fine Fare de enfrente? Nadie sabe. Nadie se acuerda. El personal es nuevo todo. Ya no están tus adorables cajeras dominicanas. Ahora hay otras, igual de adorables, otro gerente, otros obreros que tienen que dar la pelea a ver si sobreviven el nuevo Trader Joes que abrieron a cuatro cuadras con mejores productos y precios. Un empleado se pone a buscar la Harina Pan que no está en el renglón de los Spanish Products donde siempre había estado. Ahí donde están los frijoles de todos los colores, el arrocito amarillo, la harina de maíz blanca, amarilla… ahora todo es Goya. No quedó espacio para nadie más. El señor le pregunta a otro, luego a las cajeras, ya son cuatro los empleados latinos amorosos que buscan la Harina Pan por todo el supermercado. Bajas la foto del paquete amarillo, con la muñequita del turbante de pepas y las argollas, para facilitarles la búsqueda… y nada más de ver la muñequita de siempre, te hace sentir en casa. Uno de los empleados se queja, es verdad, ahora todo es Goya ajuro. Lo que se te ocurra, Goya, se ha cogido lo latino y está apuntando más allá. Pero tú no estás dispuesta. Te mueres por una arepa, pero no. No te pueden quitar tu harina Pan de toda la vida ni que te ofrezcan la Goya a mitad de precio, por esta vez… porque si accedes, te dejas robar el país que te hace gente, sobre todo cuando tienes que pedir la harina en otro idioma. Si te la dejas quitar, claudicas. Te rindes. Te dejas. Te entregas. 

No puedes dejar que el chofer te encierre en su carro. Ni que te crezca la paranoia en favor de una mensualidad para Verizon. Ni que Goya te quite tus arepitas de toda la vida, no. No te dejes. No te abandones. No te olvides que al final de cuentas, el que pagas eres tú.

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