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Lorena Arraiz Rodríguez

Humanidad electoral: Elecciones en Brasil tras la muerte de Campos

Casi entraba la primavera de 2004 en Madrid.  El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) anhelaba conquistar La Moncloa con un nuevo candidato que daba esperanza de renovación a los socialistas, pero los buenos resultados económicos de España, así como el avance positivo de las relaciones internacionales de la península ibérica, daban por sentado que el Partido Popular (PP) gobernaría por tercer periodo consecutivo, convirtiendo a Mariano Rajoy – el elegido del entonces presidente José María Aznar- en Presidente de Gobierno. Así cerró el período de la campaña, dejando al PP varios puntos por encima del PSOE.

Pero tres días antes de las elecciones, ocurrieron los atentados del 11 de marzo (11M) en la estación de Atocha de Madrid. Y el Ministerio de Interior del Gobierno de Aznar fijó una dura postura frente a los atentados asegurando, casi con total certeza, que habían sido perpetrados por ETA, aun cuando la investigación seguía abierta y había otra sospecha fuertemente apoyada por la comunidad internacional: las muertes de Atocha las había provocado el terrorismo islámico. Ganó el descontento ante el discurso del PP. Un atentado terrorista desmontó la intención de voto de tres días antes, dando como ganador al PSOE y dejando como presidente de Gobierno al diputado socialista José Luis Rodríguez Zapatero.

Este es solo un ejemplo de los muchos que podríamos citar para afirmar la tesis de que los accidentes mortales tumban cualquier encuesta, cualquier intención de voto y cualquier seguridad electoral de un partido o un candidato. En definitiva, cambian el rumbo de la elección en tan solo horas (pero eso sí, en caliente, si la distancia es mayor entre el accidente y las elecciones, ya el efecto no es el mismo, ya la gente no está emocionalmente tan vulnerable). Eso, en cualquier parte del mundo, bajo cualquier cultura política y en cualquier condición económica o social. En otras palabras, estamos hablando de cuando lo más débil del ser humano es utilizado (queriendo o sin querer) para beneficio comicial. Estamos hablando, en definitiva, de una humanidad electoral.

Brasil no es la excepción. La actual presidenta, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), llegó al Palácio do Planalto en 2010, tras disputarse una segunda vuelta con la candidata ecologista Marina Silva y sus 20 millones de votos. Cuatro años más tarde, se vuelven a ver las caras, pero eso no era lo previsto.

Esta vez, Silva no pudo ser candidata porque el partido que fundó, la Rede, no consiguió a tiempo el medio millón de adhesiones populares que necesitaba para lanzarse a la presidencia, así que decidió aliarse con el Partido Socialista de Brasil (PSB) del candidato Eduardo Campos, quien aparecía tercero en los sondeos nacionales, con un 9% de los votos y de quien Silva sería Vicepresidenta.

Pero ocurrió el accidente. La avioneta en la que viajaba el joven candidato socialista se estrelló el pasado 13 de agosto y su muerte revolvió (más) la campaña por la presidencia brasilera. Cinco días más tarde, el 18 de agosto, cuando aún ni se había decidido que la ex Ministra de Medio Ambiente de Lula fuese la candidata oficial del PSB, se publicó la primera encuesta que le daba un 21% de los votos en la primera vuelta –frente a un 36% de la presidenta- pero un 47% en la segunda, sobre 43% de la mandataria.

Un mes más tarde, la situación ha cambiado. Ya los ánimos se han calmado y la intención de voto de los brasileros no está atada solo a la emocionalidad natural producto de la desaparición física del líder de un sector de la población, sino que ya se han escuchado las propuestas de Silva frente a las de Rousseff y hasta se han enfrentado en un debate electoral, al cual Silva se presentó sin demasiadas propuestas y Rousseff dispuesta a todo por permanecer en Planalto.

Actualmente, la presidenta ha acusado a la candidata de servir y servirse de los bancos y de no aclarar muchas partes oscuras de su programa, al tiempo que Rousseff enfrenta una dura situación de corrupción en Petrobras, sobre la que tiene que dar cuentas y no parece saber cómo. Lo que sí sabe, sin duda, es monopolizar todo el espacio mediático del país, el cual ha empleado para alejarse del foco del escándalo y repetir que siempre ha luchado contra la corrupción: “Nunca, durante toda mi vida política, nadie me ha visto tratar de esconder cosas debajo de la alfombra. Estamos combatiendo la corrupción no con palabras vacías sino con acciones concretas”. Mientras que Silva insiste: “El PT colocó al director de Petrobras para asaltarla”.

Mientras ellas siguen peleándose por el coroto, el candidato conservador Aécio Neves va quedando relegado y no le prestarán atención hasta que su pequeño porcentaje sea necesario para el desempate.

De este modo, la lucha por el Palácio do Planalto se está dando en función a la lucha contra la corrupción y se han dejado a un lado problemas natos de la sociedad brasileña, tales como la pobreza extrema producto del país  con mayor desigualdad social del mundo, el mismo que hay quienes vislumbran como potencia latinoamericana.

Quedan seis días para que todo esto deje de ser solo una conjetura.

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