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Hugo Mujica: poeta de la síntesis

La poética de Hugo Mujica (Bs. As., 1942) consiste en un permanente diálogo entre lírica y filosofía o, si así se prefiere, entre lírica y pensamiento especulativo. Este coloquio fecundo e incesante (no siempre explícito) se nutre de numerosas vertientes y tradiciones, de fuentes diversas en ocasiones sincréticas y en otras dispares pero no necesariamente divergentes. Mujica logra conjugar, mediante operaciones complejas de síntesis, condensación y mestizaje, corrientes de pensamiento elocuentes y distintos momentos de la historia de la lírica. Me refiero tanto a las de índole occidental como oriental. Por otro lado, a los grandes prosistas del misterio: los nombres de Clarice Lispector, Marguerite Duras y Djuna Barnes (por citar sólo tres autoras del abismo), entre muchos otros creadores, son esgrimidos como pasaportes a los caminos de la escritura más arrojada además de más radical que también se traduce en ensayar una cierta clase de voz en el poema. Sus creaciones poéticas y ensayos nos conducen por pasadizos escasamente cartografiados por la lírica argentina contemporánea que, de modo hegemónico, tiende a seguir otras vertientes de las cuales Mujica se aparta. No por vocación de enfrentamiento sino simplemente por insularidad singular.

Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. También escribió libros de narrativa, junto a sus ensayos, que abordan temas con varios matices. En la década de 1960 participó de los movimientos culturales de liberación social y en Greenwich Village en Nueva York en carácter de artista plástico. Hubo experiencias y búsquedas que lo condujeron por senderos poco convencionales hasta una larga etapa de siete años de silencio absoluto en el seno de un monasterio de la orden Trapense durante la cual confiesa haber empezado a escribir. Es sabido: en ocasiones el silencio llama a la escritura pero también junto con ella llama a otra clase de silencio. El que significa en el seno del poema. Aquel que circula entre sus pliegues.

De sus títulos podemos mencionar Poesía completa (1983-2004) (2005), Cuando todo calla (2013) “XIII Premio Casa de América de Poesía Americana”, Al alba los pájaros. Antología poética 1983-2016 (2017) y Dioniso. Eros creador y mística pagana (2016), entre varios otros. Ha publicado en algunas de las editoriales del mundo. En España, por ejemplo, Ed. Visor, Trotta, Planeta e Hilo de Ariadna y ha sido traducido a 11 lenguas.

Ahora bien: ¿qué posición ocupa Mujica en el panorama de la lírica argentina? Diría que en lo esencial su repercusión tiene lugar a nivel internacional, en particular en España y América Latina más que en el campo intelectual argentino. La tradición en la que se inscribe Mujica encuentra pocos precursores en su patria, pero sí en cambio Occidente conoce naturalmente casos nutridos en sus líneas de investigación creativa. Y ello se vuelve particularmente perceptible en torno de los asuntos sobre los que él mismo se ocupa de cavilar y citar. Sus ensayos (o tentativas por palpar el sentido inasible de cierta poética, lo que me gusta más) suelen ser de materia filosófica o de poética filosófica. No exactamente de crítica literaria. En este punto, me parece, estriba su radical originalidad y, al mismo tiempo, el modo en que se desmarca respecto de la lírica en nuestro país que sí se aboca a la crítica literaria sobre poesía y poética (en muchos casos) en su vertiente más convencional, en muchos casos con talento y de modo renovador. A través de zonas de cruce de saberes, de escuelas, de referentes nítidos y de líneas estéticas, la poética de Mujica de modo solitario trabaja obstinadamente la decisión de nombrar de modo novedoso los antiguos asuntos. Es más, sospecho que precisamente esa misma soledad es la que le confiere su más esclarecida identidad.

El interés por la lírica de Mujica en otras zonas de nuestro idioma da qué pensar. Evidentemente, existe un modo de trabajar la palabra sutil, profundo, hondo, metafísico, infrecuente, del cual su poesía es paradigmática. Inflexiones, usos, una escritura no acostumbrada a los mandatos de las modas y que, en un punto, no dudaría en calificar de clásica. Por lo armónica, en primer lugar. Y porque apuesta a modelos apolíneos. No obstante, en su lírica más tarde, sus poemas se despliegan con mayor amplitud, de modo casi expansivo, proponiéndose en ocasiones escribir “libros musicales”, como supo declarar en una ocasión. Pero siempre siguiendo un hilo conductor que los unifica.

En su poética también irrumpen en los paratextos los nombres de místicos como San Juan de la Cruz y de poetas como George Trakl, los autores de lo trágico, pero también los de lo devocionario, lo divino o lo indecible, que se calcinaban en la pasión sagrada. Y precisamente allí, me parece, es en donde Hugo Mujica plasma con su pluma incisiva lo que no tenía nombre y tampoco tenía forma. En esas operaciones difíciles, al mismo tiempo, hace estallar los sentidos. En núcleos semánticos y estrategias formales definitivamente audaces, acudiendo a figuraciones y unidades sémicas recurrentes, como el tránsito de la noche al alba, un amanecer lleno del canto de los pájaros, la lluvia que se derrama sobre tazas o platos, el desamparo de los mendigos, el muro que un ciego palpa para orientarse a la intemperie, el cristal diáfano de una ventana que deja entrever un exterior pero también delimita el territorio de un celoso interior que se aspira a preservar de lo invasivo del mundo, la ceremonia del té al atardecer, el relámpago que dibuja una figura de modo fugaz, la playa sobre la que quedan las huellas de humanos o aves inscriptas. Todo esto son las condiciones de producción de algunas figuraciones insistentes pero también persistentes del poema que naturalmente al retornar alumbran un universo de significados asociados a la temporalidad que nos confiere nuestra finitud, la condición humana en el marco del orden de lo real pero también de su dimensión metafísica. Porque efectivamente estas figuras remiten a una urdimbre que organiza una mirada sobre el mundo y una manera de concebir las zonas más significativas para Mujica del cosmos. Figuraciones que pueden tanto arrasar al sujeto (tanto lector como especularmente el autor mismo) o ser propicias a una calma meditativa. El lector, sumido en un arte difícil (nada es complaciente en la lírica de Mujica, si bien tampoco es hermético) interroga esos poemas no menos que, a partir de ellos, interroga al mundo e interroga nuestra propia condición vital y, muy en especial, atravesada por la temporalidad que en un punto, si meditamos acerca de su discurrir, se vuelve dramática porque nos arrasa y es devastadora. Nuestra vida, en efecto, es una carrera contra el tiempo. Se ingresa en la poesía de Mujica y se sale de ella bajo la forma de una alteridad atravesada por la experiencia poética que ha modificado nuestra subjetividad desde sus zonas más recónditas pero sin embargo esclarecidas. La alteridad en el seno de uno mismo resulta evidente porque ese transporte de la materia verbal a la materia vital, si bien contiene transiciones, se verifica en una intervención que incide en el lector de modo indeleble. Quiero decir: el lector va al encuentro del poema. Y el poema reenvía al mundo, bajo una mirada extrañada, desconcertante, produciendo un efecto de incertidumbre (pero no de perturbación o angustia, que alcanza lo intolerable). El lector percibe y se percibe bajo otra fisonomía. Ello arroja por resultado la producción de múltiples significados que le atañen porque en tanto Mujica alude como un referente desde el poema a la condición humana, ningún lector puede permanecer ajeno a su poética. El poema de Mujica es sinónimo de condición humana sin esencialismos. El lector se ve transido por el poema que lo afecta por momentos de manera temblorosa. En ese temblor se cifra la misma condición humana, donde todo es transitorio y fugaz, por un lado. Pero permanente en algunos principios inamovibles, por el otro.

También este es el poeta de la contemplación. Se asoma al mundo desde la infinita posibilidad de observar y de hacer observar a otros desde su mirada. Desde el asombro alumbra las cosas más cotidianas pero siempre lo hace a partir de una capacidad transmisible a los lectores de captarlo (con el viaje del poema o de la intuición). Esa mediación está construida también a partir de formas que nos dejan absortos pero no aturdidos. Por el contrario, se trata de una calma lúcida. Leer a Mujica consiste ante todo en serenarse, en aquietar las pasiones pero también aguzar el intelecto, los sentidos (porque el costado físico del poema también comienza a actuar como un dispositivo y desata el lado metafísico de la condición humana) y en acentuar una sensibilidad sin altibajos, esto es, de modo armónico. También en saber que efectivamente las pasiones existen. Su trabajo consiste en macerar el poema como si fuera una sustancia que requiriera un tiempo y los lectores a su vez otro, en su vínculo con él. Despierta la sensibilidad como otros poetas lo hacen, pero también a partir de una cierta manera. En efecto, tiene lugar ese despertar bajo la forma de un lento y pausado movimiento de inclusión de lo esencial y de exclusión de lo accesorio. La poética de Mujica ante todo esclarece. Permite vislumbrar sentidos. Esa manera se vincula fundamentalmente con asistir al mundo como espectáculo desde la perplejidad. En leer reflexionando pero también gozando de la especularidad de la materia que leemos porque nos leemos en ella. Percibimos en la poesía de Mujica una dimensión que, por humana, es reveladora de nuestro costado más vulnerable también. A lo que sumo la naturaleza fónica, palpable, tangible, material del lenguaje en la hechura del poema. En definitiva: la contextura de una voz que emana del poema para hacerse escuchar pronunciando una cierta clase de vibración que no es ruidosa sino sugestiva.

La lírica de Mujica establece un coloquio con la gran tradición de la del mundo, con particular acento en la europea. Pero acude asimismo a notables conocimientos de lecturas orientales. Del lejano y cercano Oriente. No de otro modo puede explicarse su sistema de lecturas que se alimenta con los grandes teóricos, los grandes poetas y narradores de todos los tiempos y lugares. Los poetas de talla que también han sido ensayistas. Conoce a fondo la tradición grecolatina, en íntima comunión ambas, si bien reconoce en cada caso sus contornos. La lírica argentina es un territorio del que de seguro está al tanto (no me caben dudas), que tampoco desdeña (eso es evidente), pero en la cual no encuentra quizás los paradigmas filosóficos y metafísicos tras los que anda. Lo esencial en lo particular y de allí a lo universal. Este es el punto para comprender sus zonas de mayor alejamiento de las líneas dominantes en nuestro país.

En su desafiante particularidad, Mujica postula una poética de la sensibilidad del cuerpo, del goce de la naturaleza, de asistir a su paisaje con una mirada azorada y también, de la espiritualidad y la mística (que no son degradadas a su versión alienante). Pero sí a las que se conquistan con esforzado trabajo sobre la concentración, el trabajo consciente y sobre la instrucción. La propuesta de Mujica es la de una espiritualidad a la que se tiene acceso a través de un trabajo persistente con uno mismo además de con ciertas lecturas. Y devenida poema, plasmada en él como sustancia plástica Mujica solicita participación activa y colaborativa del lector. No es desafiante sino invitante. Pero sí, en un sentido, es estricto sin ser severo. Hasta quizás incitante. Pone al lector en situación de exigencia, no de complacencia. Este punto me parece sustancial porque denota una mirada sobre la labor literaria que funda un pacto de compromiso con la formación, la información, el pensamiento activo y colaborativo. Un autor exigente resulta también más desafiante para un lector que, de otro modo, no sentiría que se suma en sus libros como en una aventura por descifrar.

Hugo Mujica es en primer lugar un escritor con sólidos conocimientos en todas las áreas humanísticas y artísticas, con muchos libros publicados de calidad notable. En segundo lugar, es un poeta completo y de una poética elaborada. Su poesía lo dice todo por sí misma careciendo de simplismos y tampoco postula un afán de soberbia (porque persiste en la humildad) pero asimismo persiste en la intensidad negándose a levantar la voz. Mujica pronuncia la palabra justa prácticamente en un susurro. Al ruido del mundo él opone silencio, comedimiento y armonías.

La lírica de Mujica está, por un lado, más allá de anécdotas anodinas. Constituye una morada que sin altibajos no suele conducir al pesimismo, pero sí anima una meditación sin concesiones. Ante todo estamos frente a una poética rigurosa, coherente, en progresión (porque conoce etapas) y revisiones incesantes. Desde sus primeros poemas, breves, fugaces y de una extrema economía. Organizados según una austera condensación sémica y formal hacia los que luego comienzan a expandirse hasta volverse más extensos y desplegarse en la página desarrollando imágenes e ideas cada vez más sugerentes. También encuentran otra clase de desarrollo, desde ángulos según los cuales los encadenamientos se vuelven asociativos. Como si los silencios estuvieran ubicados en otros sitios. Se percibe una evolución del silencio, la distribución del sentido, lo implícito y lo explícito. Por sus mismos contenidos, tiene lugar una exigencia formal y de significados que difiere del que le precedió. Al desplegarse el verso, al desplegarse la forma, también se despliegan las redes semánticas y las relaciones significantes. Precisamente, se introducen cadenas asociativas que producen efectos en el lector desde otras perspectivas. Así, un nuevo lenguaje poético que, sin estar cargado del barroco, se sume en zonas renovadoras sin grandes gestos teatrales. Además de en una zona de su identidad visual también inductora de otra clase de experiencia de lo visual y, por lo tanto, de lo sensible en lo relativo a los sentidos.

Ahora bien: la posición frente a la que nos sitúan los poemas de Mujica, ubica al lector frente a frente con el mundo por momentos cómoda, por momentos incómoda, por momentos grata y por momentos insólita. Pero siempre inhabitual. Porque Mujica encuentra correspondencias entre objetos, entre estados (de ánimo, de la naturaleza, de la civilización, de los saberes) que son infrecuentes e intensos y que permiten asistir al universo bajo la perspectiva de las disciplinas del pensamiento abstracto pero también a la consistencia del orden de lo perceptivo y de lo concreto, como ya lo adelanté. Unir los datos significativos de los que la naturaleza humana informa de modo fragmentario y lo que en la naturaleza no está presente, más lo apenas esbozado, para de ese modo otorgarle sentidos (en virtud de grados de complejidad teóricos cada vez más sofisticados) estando alertas a que no pierda un ápice de su potencia expresiva. El poema siempre dice algo, eso es cierto. Es más: el poema “es” algo. Pero el poema traza sentidos en torno de la realidad. Si ese poema reenvía a la realidad con una elaboración y una reelaboración de su sustancia plasmada en lo verbal, el lector percibirá lo incierto. Y también hay lo que acontece por encima del orden de lo real y se proyecta hacia lo suprasensible. Mujica no lo descuida ni lo descarta jamás. Sabe que el poema es un dispositivo del cual se desprenden el resto de las operaciones. Motivo por el cual nunca podría despreciar la esfera de lo material en ningún plano de su poética. En efecto, la poesía de Mujica está en el mundo. Se aloja en él. Pero se despega en un ejercicio difícil. Deja azorados a los lectores porque afecta zonas que son, por un lado, propias del orden de lo que produce un temblor a través de la percepción. Eso estremece. Por el otro, provoca toda clase de movimientos internos que de modo inclusivo e intrusivo le restituyen su condición de sujeto de valoración del acontecimiento estético

El autor reflexiona sobre el orden de la naturaleza vital (no sólo del hombre) y lo desvela la operación de la creación. Crear es encontrar sentidos, sostiene Mujica. De modo que escribir es conferir a la vida una orientación clara que discierne un destino o lo permite sospechar algunas hipótesis.

En virtud de su experiencia como artista plástico en Nueva York, Mujica es sensible a la forma, al color, a la disposición de los signos en un blanco sobre negro. En efecto, sus poemas están cuidadosamente distribuidos como figuras delicadas sobre la pátina de la página, lo que remite a lo pictórico, a un dibujo más que a una forma exclusivamente inteligible. También remite a una notación musical, como conviene a toda creación del lenguaje, que supone su correlato fónico y tonal. Por otro lado, lo que produce también en esa dimensión pictórica es un significado y no otros. La forma que impacta en lo visual de la belleza introduce una cierta clase de universo conceptual. La poesía de Mujica no es una poesía festiva. Pero tampoco es una poesía escéptica, pesimista ni oscura. Arriesgaría la siguiente hipótesis: es una poesía del riesgo de la percepción, del sentir y del pensar. Del experimentar en el sentido de investigar con lo que nos suscita una poética que no hace concesiones. En tanto que palabra que investiga en el devenir de la escritura en el tiempo. Y en el experimentar con nuevas ideas, con el orden del pensamiento teórico sin retroceder. No acude al humor, pero tampoco a la condición trágica. Más bien a la conmovedora.

Y quisiera señalar un punto que considero fundamental. La lírica permite atravesar por experiencias poéticas, por estados, a partir de los cuales reflexionar sobre ciertos asuntos. En tal sentido, escribir es conocer. Escribir es pensar. Escribir es en este movimiento culminante encontrar un ser y un saber integrador. Esa es la síntesis a la que aludo.

Esa calma en la que nos sume la poesía de Mujica es la premisa y, es más, es la condición imprescindible para que como lectores seamos capaces de detenernos en ella. En respetar su velocidad. A pensar en la andadura del camino que propone el poema. Esa velocidad, ese ritmo lo estipula el poeta en virtud de sus ritmos internos.

Hay, como dije, matices en la poesía de Mujica. Una poesía que procura formular preguntas importantes en torno de qué somos, cuáles son nuestros valores, qué aspiramos a ser en este mundo y en qué lugar del cosmos estamos llamados a atravesar durante un largo sendero lleno de meandros, con compases, pausas e hitos en los que el hombre se detiene para preguntarse acerca de su esencia, y, en ese universo axiológico, meditar también en torno de la ética formal del poema que es también la ética de su contenido. Es la ética del poeta en compromiso con lo que escribe porque no transige con lo más fácil, ni con la adoración del mercado, ni con la cultura de masas. Sino con lo que resulta más arduo hacer y más duro de sostener. En la medida en que lo va realizando y conformando. Realizando un trazo secreto que sólo a ese lector le atañe en lecturas y relecturas sucesivas de libros de Mujica, se conquistan hallazgos bajo la forma del viaje. Libro a libro podríamos decir que nos transportamos de hito a hito. Cada libro es un detenimiento para pensarnos como sujetos éticos, físicos y metafísicos.

En la respiración del poema de Mujca es posible advertir un trabajo fino de atención al lenguaje, a su sustancia, a sus contenidos y, al efecto del tiempo sobre la palabra (una filología), a la polifonía que entabla la lengua con lo social y los discursos otros. Pero en especial (y he aquí el punto), con el silencio. Porque a esas revelaciones abrumadoras en Mujica (inducidas o que acontecen) lo que cuenta es el diálogo con lo que está escrito pero remite a todo lo que no lo está. Lo que se escucha, pero es inaudible. Allí escribe Mujica.

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